Jair Bolsonaro
Jair Bolsonaro

Cuando el secretario de Estado de EE.UU., Mike Pompeo, llegue a Brasilia en año nuevo para la inauguración del presidente electo brasileño, , es importante que esté preparado para las críticas.

El líder entrante de la segunda economía más grande del hemisferio occidental hizo campaña como los grandes del pasado de América Latina. Un periódico dio vida a su victoria en octubre con el titular: “El fascismo ha llegado a Brasil”. Un titular de una revista de política internacional comparó su estilo político al de Joseph Goebbels.

Estas alertas tienen su razón de ser. Durante su campaña, Bolsonaro motivó a la policía a matar a los criminales, haciendo eco a las políticas implementadas por el presidente filipino, Rodrigo Duterte. Como político, Bolsonaro ha aumentado la nostalgia de los viejos días de dictadura militar en Brasil, y suena vulgar cuando se refiere a homosexuales y lesbianas.

Por esta razón podría parecer un poco extraño que el Departamento de Estado vea tanto potencial en el nuevo presidente de Brasil. Tal y como lo dijo un funcionario senior durante una llamada con periodistas la semana pasada: “La última elección libre y justa de Brasil brilla porque es ejemplo de las dinámicas instituciones democráticas del país y presenta una oportunidad histórica para crear lazos más cercanos entre nuestros dos países”.

Para entender el contexto actual de Bolsonaro y los diplomáticos, debemos entender el contexto previo a su llegada. La última presidenta electa de Brasil, Dilma Rousseff, fue impugnada en el 2016.

Su predecesor y mentor, , fue declarado culpable en abril, por cargos de corrupción relativos a un largo sistema de sobornos que enriquecían a ejecutivos y políticos patrocinadores de la petrolera estatal. Por ende, no es sorprendente que Bolsonaro haya nombrado como ministro de Justicia al juez que presidió dicha investigación.

Todo este tiempo la tasa de asesinatos de Brasil ha aumentado, con un total de 61,000 asesinatos en el 2017. La demagogia de Bolsonaro es una respuesta al colapso de la ley en las dos metrópolis de Brasil donde pandillas callejeras han suplantado a la policía en algunos vecindarios.

La política exterior del gobierno anterior también presentaba mucho desorden. Se mostraba reacio a reforzar las relaciones con EE.UU. pero buscaba fortalecer aquellas que tenía con Venezuela y Cuba. Bolsonaro hizo campaña contra lo que consideraba una estrategia predatoria de inversión de China, promovida por el antiguo régimen.
Aquí es donde se evidencia la promesa que representa Bolsonaro.

El nuevo líder de Brasil puede ser un populista vulgar pero al mismo tiempo quiere asociarse para contrarrestar la creciente infliencia de China y para hacer frente al deterioro en Venezuela por causa de un desgobierno.

En este aspecto Bolsonaro es parecido al príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed bin Salman. Ambos hombres están dispuestos a apoyar enérgicamente a EE.UU en objetivos regionales y estratégicos que sus predecesores no apoyaron. Al mismo tiempo, ambos líderes tienen personalidades autoritarias que socavarán los objetivos si se dejan al azar.

La clave para Pompeo será evitar los errores que el gobierno de Trump ha cometido con Arabia Saudita. Principalmente toleró las tendencias inescrupulosas del príncipe heredero, que finalmente desembocaron en el asesinato del periodista Jamal Khashoggui. La mano dura del gobierno Trump a inicios de mayo ha hecho que los saudís piensen dos veces antes del fiasco en Estambul.

Este es el tipo de enfoque que Pompeo debe adquirir ahora, pero tendrá que adoptar un equilibro sutil. Por un lado, debe adherirse de manera entusiasta a la posibilidad de una cooperación estratégica con Brasil. Si Bolsonaro desea aislar al líder de Venezuela, Nicolás Maduro, o dificultar que China devore partes de la economía brasileña, entonces EE.UU. debe incentivarlo.

Por otra parte, Pompeo también necesita aclarar que si Bolsonaro pretende desatar una guerra contra los criminales al estilo Duterte o atacar a las instituciones democráticas del país, entonces su país quedará aislado y sin amigos.

Pompeo tiene trabajo por delante. Bolsonaro ya ha mostrado quién es políticamente. Es bien sabido que dedicó su voto a favor de destituir a Roussef en el 2016 a un torturador de la dictadura militar. No es difícil argumentar que es preferible mantener distancia del gobierno brasileño.

Aunque esta perspectiva de Bolsonaro es sustanciosa, se desperdiciaría la ventaja que se gana al contar con un amigo poderoso. En Arabia Saudita, EE.UU. no utilizó esa influencia para frenar los peores impulsos de un aliado y ahora podría ser muy tarde.

En Brasilia, Pompeo tiene la oportunidad de evitar que se repitan los mismos errores. Cuando se reuna con el ganador de las últimas elecciones de Brasil, debe resaltar la importancia de ganar las próximas elecciones.

Por Eli Lake