Por Justin Fox
Las 178,416 detenciones reportadas en junio por la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos, su total mensual más alto desde principios de 2000, evidencian que las cosas no están precisamente calmándose a lo largo de la frontera entre EE.UU. y México.
Las medidas de emergencia adoptadas a principios de la pandemia del COVID-19 que permiten la expulsión inmediata de la mayoría de los que cruzan la frontera sin autorización y de las personas que llegan a la frontera en busca de asilo, han dado como resultado “un número mayor de lo habitual de migrantes que realizan intentos múltiples de cruzar la frontera”, señaló la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de EE.UU. El número de “individuos únicos” que la Patrulla Fronteriza y la Oficina de Operaciones de Campo (OFO, por sus siglas en inglés) de la agencia, que administra los cruces fronterizos y los puertos de entrada, han encontrado hasta este año fiscal es en realidad ligeramente más bajo que el del mismo periodo en 2019. Sin embargo, 2019 también fue un gran año para la inmigración ilegal.
En el siguiente gráfico se miden las detenciones de la Patrulla Fronteriza por año fiscal y se remontan a 1960, con una estimación para el año fiscal 2021 que asume que el nivel de detenciones de junio se repetirá en cada uno de los próximos tres meses (el año fiscal termina el 30 de septiembre). Las cifras suelen disminuir durante el verano, por lo que probablemente sea una sobreestimación, pero este ha sido un año extraño.
Acabamos de atravesar una década de cifras de inmigración ilegal muy bajas, medidas no solo por las detenciones fronterizas, sino también por estimaciones basadas en datos del censo, que indican que entre 2007 y 2017, la cantidad de inmigrantes no autorizados en EE.UU. cayó un 14%. Las detenciones fronterizas actuales podrían superar los picos de 1986 y 2000, y, aunque es posible que el número de personas arrestadas no lo haga debido al efecto de cruces múltiples descrito anteriormente, no parece fuera de lugar equiparar lo que está sucediendo actualmente con la gran ola de inmigración ilegal de finales del siglo XX.
La gran ola de fines del siglo XX fue impulsada principalmente por jóvenes adultos mexicanos que buscaban trabajo, y también ahora hay similitudes en ese sentido. Durante la última década, la mayoría de las crisis y controversias a lo largo de la frontera involucraron a familias y niños que huían de la violencia y la pobreza en El Salvador, Guatemala y Honduras y, en muchos casos, buscaron asilo en EE.UU. Y lo siguen haciendo, pero no son las familias y niños quienes han estado impulsando la mayor parte del reciente aumento de encuentros fronterizos. Ahora son los adultos solteros.
Los siguientes datos incluyen encuentros de la OFO con lo que la agencia solía llamar “inadmisibles”, que dejé fuera de los dos primeros gráficos porque no están disponibles desde hace décadas. En junio, hubo 10,413 encuentros de este tipo a lo largo de la frontera suroeste, lo que hace un total de 188,829 encuentros fronterizos en general. El “Triángulo Norte” de El Salvador, Guatemala y Honduras fue, si se contabiliza en conjunto, la mayor fuente de inmigrantes no autorizados en junio, pero ya no domina los números como lo hizo durante la ola de cruces fronterizos de 2019. Hasta ahora, en este año fiscal, predominan los migrantes mexicanos.
También ha habido un gran aumento en los cruces fronterizos no autorizados del suroeste por parte de personas de lugares distintos a México y el Triángulo Norte, gracias en parte a la falta de restricciones relacionadas con la pandemia en México para los viajeros entrantes. Algunos han venido de muy lejos (desde octubre, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de EE. UU. informó de encuentros con 3,520 rumanos, 1,407 indios y 1,211 rusos a lo largo de la frontera suroeste), sin embargo, la mayoría son de otras partes de América Latina o el Caribe.
¿Qué está empujando a todas estas personas hacia EE.UU.? No soy un experto en los entresijos de la política de inmigración, pero los datos disponibles parecen indicar que los cambios en la política fronteriza en los EE.UU. son, por mucho, un impulsor secundario de las tendencias que estamos viendo. Durante la mayor parte de la década de 2010, la inmigración ilegal fue muy baja, solo para comenzar a aumentar en 2019. En un inicio, la pandemia la detuvo casi por completo, pero para el verano pasado las cifras aumentaron nuevamente. Es decir, hubo menos inmigración ilegal durante los años de Obama que durante los años de Trump, y la última ola comenzó antes de que Joe Biden fuera elegido presidente.
Otra cosa que comenzó antes de Biden fue el mejoramiento de las perspectivas laborales y de paga a los trabajadores menos educados y con salarios más bajos en EE.UU. (que es lo que a menudo terminan siendo los inmigrantes no autorizados, aunque sus niveles de educación han estado aumentando), y un período de rendimiento económico superior en EE.UU. en relación con México.
El rendimiento económico superior sostenido de EE.UU. en los años ochenta y mediados de los noventa acompañó y probablemente ayudó a provocar oleadas anteriores de inmigración ilegal. Desde aproximadamente 2006 hasta 2017, la economía de México creció más rápido que la de EE.UU., mientras que la construcción residencial aquí, un gran empleador de inmigrantes mexicanos, prácticamente colapsó. No es de extrañar que un estimado de dos millones de inmigrantes mexicanos no autorizados hayan regresado a casa.
Ahora, la brecha de desempeño entre EE.UU., donde el crecimiento se está recuperando, y México, donde la economía se contrajo 4.7% en términos reales a comparación de hace tres años, es la mayor desde mediados de la década de 1990. Las remesas a México desde el exterior, que provienen principalmente de EE.UU. y cayeron en términos reales de 2007 a 2013, están ahora 36% por arriba de su máximo anterior y parecen estar acelerándose.
México no es el único país latinoamericano con problemas en este momento. El COVID-19 ha afectado a la región con más fuerza que a cualquier otro lugar del mundo en términos de muertes y daños económicos. Con EE.UU. experimentando una de las recuperaciones más sólidas del mundo tras la recesión pandémica, no debería sorprender que esto atraiga a muchos migrantes desde el sur.
Ahora, ciertamente, también es posible que algunas de estas personas estén cruzando la frontera como reacción al cambio en los mensajes de inmigración la Administración Biden en comparación con los de la Administración Trump, además del enfoque de aplicación algo menos punitivo a lo largo de la frontera. Pero eso no explica por qué los encuentros fronterizos son mucho más altos ahora que, digamos, en 2016. La divergencia económica sí.
Parte del aumento de la actividad fronteriza de este año es probablemente un repunte temporal de la desaceleración que hubo durante la pandemia, además de que las fuerzas demográficas que ayudaron a impulsar la ola de inmigración de las décadas de 1980 y 1990 son más débiles ahora que la tasa de fertilidad de América Latina ha caído a un nivel de dos nacimientos por mujer. Sin embargo, es posible que las heridas del COVID no se curen rápidamente en América Latina, por lo que la inestabilidad política es una amenaza creciente en toda la región. Esta oleada podría durar un tiempo.
Dado que actualmente los empleadores en EE.UU. se quejan de las dificultades para cubrir puestos de trabajo y el crecimiento de la población estadounidense se ha detenido, un aumento en el número de extranjeros que desean trabajar aquí podría representar una oportunidad y, a la vez, un dolor de cabeza. Sin embargo, en las últimas décadas, el sistema político de Estados Unidos ha demostrado ser incapaz de aprovechar este tipo de oportunidad.