migración
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¿Qué causó la ? La mayoría de la gente probablemente diría que el desencadenante fue el colapso de la bolsa de valores de 1929. Desde el máximo hasta el punto más bajo, el Promedio Industrial Dow Jones perdió alrededor del 88% de su valor y el índice no volvió a ese máximo hasta mediados de la década de 1950:

También se produjo un auge y caída en el sector inmobiliario en la década de 1920, que probablemente también fue un factor contribuyente. En este punto, hay pocas dudas de que las crisis financieras y las grandes burbujas de activos causan desaceleraciones económicas, incluso si los economistas no conocen la razón precisa por la que esto sucede.

¿Pero, para empezar, por qué colapsaron las acciones y la vivienda? Sin duda la exuberancia irracional y la dinámica natural de las burbujas de activos influyeron. Pero también es posible que las políticas del gobierno hayan contribuido o hayan desencadenado el colapso al desacelerar el crecimiento económico por debajo de lo que esperaban los inversionistas en los años veinte.

Un posible culpable es la ley de aranceles Smoot-Hawley, una versión de la cual fue aprobada por la Cámara de Representantes en mayo de 1929, unos meses antes del colapso del mercado de valores. Smoot-Hawley provocó algunas represalias de los socios comerciales de Estados Unidos y le siguió una ola general de proteccionismo durante la década de 1930.

Algunas de esas restricciones probablemente fueron una respuesta equivocada a la Depresión en sí, pero algunas podrían haber sido una represalia por Smoot-Hawley. El colapso del mercado bursátil bien podría haber sido provocado por los inversionistas al darse cuenta de que una guerra comercial mundial perjudicaría las ganancias de las empresas estadounidenses.

Un endurecimiento de la política monetaria mundial en 1928 también podría haber sido un factor desencadenante.Pero el colapso también podría haber sido influenciado por otra política promulgada en la década de 1920: la restricción de la inmigración.

A fines del siglo XIX y principios del XX, la inmigración a EE.UU. se disparó. Enormes cantidades de residencias permanentes legales se otorgaban cada año, cada vez más a inmigrantes del sur y este de Europa. Pero el tamaño y la velocidad de la afluencia, y las diferencias culturales percibidas de los recién llegados, provocaron una reacción nativista con connotaciones racistas.

En 1924, la Ley Johnson-Reed redujo drásticamente la inmigración, prohibió la inmigración desde Japón y limitó severamente los influjos de Europa del Sur y del Este. La ley tuvo el resultado esperado y la inmigración cayó en picada:¿Cuál fue el efecto de esa drástica caída en la afluencia de población? Es prácticamente indudable que redujo el crecimiento económico a largo plazo.

Menos trabajadores significa que se producen menos bienes y servicios; menos consumidores significa que hay menos demanda. Los inmigrantes son como un recurso natural: de la misma manera que cortar el suministro de petróleo o acero perjudica el crecimiento, reducir el flujo de personas también limita la economía.

El impacto económico negativo de la restricción a la inmigración probablemente va más allá de esta simple reducción en los influjos. Las poblaciones más grandes y más densas de trabajadores y consumidores crean lo que los economistas llaman efectos de aglomeración, donde las empresas y sus proveedores y clientes se agrupan y se benefician de estar cerca unos de otros.

Esto es lo que hace que la productividad –y los salarios– sean más altos en las ciudades grandes que en las pequeñas. Al tener ciudades en crecimiento con escasez de trabajadores y consumidores, la restricción de la inmigración puede frenar este ciclo virtuoso de aglomeración.

Esto no es solo teoría; hay evidencia para respaldarlo. Un estudio del 2016 realizado por los economistas Philipp Ager y Casper Hansen evaluó el impacto de la restricción a la inmigración de 1924 en las economías locales dentro de EE.UU. y concluyó lo siguiente:

Las áreas donde la inmigración estaba más restringida por el sistema de cuotas experimentaron mayores disminuciones de la población en las décadas siguientes, ya que las cuotas redujeron el suministro de inmigrantes a estas áreas. Las cuotas dieron lugar a efectos de aglomeración negativos en el sector manufacturero. También encontramos que el sistema de cuotas empujó a los trabajadores nativos a ocupaciones de bajos salarios.

Naturalmente, se deduce que si la ley de 1924 perjudicó a las economías locales, también perjudicó a la economía nacional. Las industrias de vivienda y construcción serían, naturalmente, algunas de las más afectadas, ya que los inmigrantes necesitan lugares para vivir.

Un estudio reciente de los economistas Doruk Cengiz y Hasan Tekguc concluyó que permitir el ingreso de los refugiados sirios en Turquía estimuló la construcción residencial en las ciudades a las que se mudaban.

Por lo tanto, es lógico pensar que la Ley Johnson-Reed de 1924 condujo exactamente a lo contrario de este efecto. El colapso inmobiliario de mediados de la década de 1920 bien podría haber sido un resultado directo de la reducción inmigratoria.

Y si la Gran Depresión y/o el colapso de las acciones de 1929 fue causado o exacerbado por el colapso de la vivienda, existe un vínculo claro y directo entre la restricción de la inmigración y la peor crisis económica de EE.UU. del siglo XX.

La reducción en los efectos de aglomeración reportados por Ager y Hansen probablemente también contribuyó a menores ganancias corporativas y a un menor dinamismo en las ciudades estadounidenses.

Así que mientras el presidente Donald Trump continúa sus esfuerzos para restringir drásticamente la inmigración legal a EE.UU., es importante recordar la última vez que esto se hizo y la carnicería económica que siguió.

Puede que la restricción a la inmigración no desencadene una gran recesión esta vez –el estallido de la burbuja inmobiliaria hace una década podría significar que no habrá una burbuja tan grande que explote–, pero las consecuencias económicas serán negativas. Los errores de la década de 1920 deberían ser un caso de advertencia, no un ejemplo para emular.

Por Noah Smith

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños