(Foto: Reuters)
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Desde su acceso a la presidencia, cultivó una relación de fascinación ambigua con varios líderes autoritarios, simbolizada por el apretón de manos con , la palmadita en la espalda a Rodrigo Duterte u otros gestos amistosos con o .

El gesto más espectacular tuvo lugar en junio del 2019 cuando un sonriente Donald Trump intercambió unas palabras con el líder norcoreano Kim-Jong-Un durante una reunión histórica en la zona “desmilitarizada” en la frontera de las dos Coreas.

Los insultos de los primeros meses en la Casa Blanca al líder de Pyongyang fueron remplazados gradualmente por palabras corteses y una complicidad asumida.

Y Kim-Jong-Un no es el único líder “fuerte” que Donald Trump adula, prefiriendo criticar a sus aliados tradicionales, como el canadiense Justin Trudeau, el francés Emmanuel Macron o la alemana Angela Merkel.

“La diplomacia estadounidense se ha metido en problemas con Trump, una figura que divide y que siente cierta fascinación por los regímenes autoritarios. La imagen internacional de Estados Unidos se ha degradado considerablemente entre sus aliados”, dice Patrick Chevallereau, miembro emérito del grupo de reflexión británico Royal United Services Institute (RUSI).

Al mismo tiempo, presenta a Recep Tayyip Erdogan como “un amigo”, elogia regularmente la inteligencia y el liderazgo de Vladimir Putin e incluso ha hecho ciertos cumplidos a Xi Jinping, a pesar del duro enfrentamiento comercial entre Estados Unidos y China.

“Trump desde siempre ha estado fascinado por el ejercicio del poder. Envidia la forma en que estos líderes fuertes gobiernan. Le aterroriza la debilidad”, explica Peter Trumbore, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Oakland en Michigan.

“Ve a líderes como Erdogan y [el húngaro Viktor] Orban utilizar instituciones democráticas para transformar sus Estados en regímenes autoritarios ‘suaves’, es lo que quisiera poder hacer también”, añade.

“En esa admiración, hay un elemento de psicología - fue criado de esa manera - pero también envidia. Los líderes autoritarios no tienen que preocuparse por cosas molestas como los partidos de la oposición o un Congreso que se niega a seguir sus decisiones”, abunda el ex diplomático estadounidense Brooks Spector, ahora editor del Daily Maverick en Sudáfrica.

“El poder de la fuerza”

Esta fascinación no es reciente. En una entrevista con la revista Playboy en 1990, Donald Trump criticó que Mijaíl Gorbachov no era lo “suficientemente firme”.

Y ocultó apenas su admiración por el “poder de la fuerza” del gobierno chino durante la mortífera represión de los estudiantes en Tiananmen un año antes.

Si esta admiración por la autoridad está enraizada en su temperamento, también tiene cierta lógica a nivel político.

“Es una diplomacia de apariencias. ¿Busca lograr un avance diplomático o más bien mostrar a su electorado que es un presidente fuerte en el exterior?”, se pregunta Maud Quessard, especialista en Estados Unidos en el Instituto de Investigación Estratégica de la Academia Militar de París.

“Trump no es un líder pro multilateralismo, eso es seguro. Pero no estoy seguro de que realmente tenga una ideología. Su propia personalidad está en el corazón de cualquier tema. Él está en el centro de todo y desde esta posición de hombre fuerte, estamos necesariamente menos a favor de la concertación”, añade Patrick Chevallereau.

“Es uno de los temas en los que Trump es constante. Ya en la década de 1980, cuando tenía en la mira la Casa Blanca, explicó cómo los socios económicos robaban a Estados Unidos”, recuerda Trumbore.

Resultados no han sido concluyentes

Sin embargo, a nivel diplomático, los resultados de esta estrategia desde su llegada a la Casa Blanca no han sido concluyentes.

“Los abrazos y besos con Kim-Jong-Un no han tenido un impacto real. China es más fuerte y más influyente que hace cuatro años”, dice Brooks Spector.

“Trump cree que es un negociador extraordinario, pero los avances diplomáticos se logran a través de años de preparación. Si quieres un trato con Corea del Norte, tienes que sentar las bases políticas, preparar el terreno con los diplomáticos y luego reunirte con tu homólogo. No ha sucedido nada de esto”, dice Charles Kupchan, que enseña asuntos internacionales en la Universidad de Georgetown en Washington.

Y no será el coronavirus, del que se ha recuperado, lo que suavizará el temperamento de Donald Trump: “Me siento todopoderoso”, dijo tan pronto como regresó a la campaña en Florida el lunes.