Donald Trump
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"No hubo colusión. No hubo obstrucción. A menos que llames obstrucción al hecho de que me defiendo, yo sí me defiendo, realmente me defiendo. Quiero decir, si a eso le llamas obstrucción, está bien". - Donald Trump, conferencia de prensa, 27 de setiembre de 2018.

A veces el presidente de Estados Unidos simplemente muestra su mano. Se delata a sí mismo en conferencias de prensa y entrevistas y, por supuesto, en Twitter.

Sí, estas cosas siempre incluyen mucha ensalada de palabras y libre asociación que requiere que todos los que están alrededor de Donald Trump desempaquen sus mágicos anillos decodificadores para descifrar lo que está diciendo.

Pero hay ocasionalmente algo de apoyo, especialmente cuando se trata de las fijaciones particulares del presidente, como la investigación del fiscal especial Robert Mueller sobre la posible colusión y obstrucción a la justicia que involucra a Rusia y la campaña presidencial de Trump en 2016.

El jueves por la mañana –apenas una semana después de despedir a su fiscal general, Jeff Sessions, y reemplazarlo temporalmente con un burócrata, Matthew Whitaker– Trump lanzó cuatro descargas sobre Mueller en Twitter:

Eso es mucho para procesar, pero se reduce a dos cosas que dijo el presidente:

"Estoy preocupado."

"Creo que hay más acusaciones en camino y estoy tratando de manchar la reputación de Bob Mueller antes de que lleguen, pero no llames a eso obstrucción".

Una persona sensata, sofisticada y no ansiosa no estaría jugando con fuego de esta manera. Ya sabemos, basándonos en los informes de Michael Schmidt y Maggie Haberman, del New York Times, que Mueller está investigando las pasadas críticas de Trump a Sessions y al ex director del FBI James Comey en Twitter, en busca de evidencia de posibles obstrucciones.

Como mi colega de Bloomberg Opinion Noah Feldman también ha señalado en una columna sobre los tuits de Trump, la obstrucción en este caso está definida por dos elementos: "intención corrupta", o servir ilícitamente a sus propios intereses en lugar de simplemente hacer su trabajo; y acciones que apuntan a obstaculizar o retrasar los procedimientos gubernamentales.

"Trump es libre de decir lo que quiera políticamente", observó Feldman. "No es libre de usar sus palabras para tratar de pervertir el curso de la justicia".

Tales circunstancias podrían recomendar que se mantenga la calma por un tiempo. "Sin embargo, "Ande con cuidado, PRESIDENTE", no es un consejo que le sirva a la Casa Blanca (o a cualquier momento de la vida de Trump, para el caso).

De hecho, un Trump bajo presión (piense en cómo atacó improductivamente a sus banqueros cuando les debía miles de millones de dólares y casi se fue a la quiebra a principios de la década de 1990) o un Trump acorralado (piense en su enfrentamiento con un alcalde de Nueva York cuya ayuda necesitó para desarrollar un valioso proyecto en la década de 1980) nunca es un Trump que se mantenga calmado y siga adelante.

Trump presionado y Trump acorralado es un Trump que ya sea se autoinmola o se transforma en El Kraken, todo bajo la apariencia de "defenderse".

Para complicar las cosas, Trump nunca antes había tenido a alguien tan formidable como Mueller pisándole los talones. Tampoco se ha enfrentado a una institución tan decidida a investigarlo como la Cámara de Representantes en enero. La presión es increíblemente intensa, incluso si Mueller no implica directamente a Trump y la Cámara termina siendo incompetente.

Donald Trump lleva semanas huyendo asustado. Estaba huyendo asustado cuando se acercaba el día de las elecciones, desenmascarando la paranoia y el racismo en un intento de cambiar el curso de la campaña. El triunfo de los demócratas en la Cámara podría haber dado otra pausa para el líder, sugiriendo que era hora de un reseteo estratégico. Pero un Trump bajo tanta presión no cede.

La supervivencia es una de las habilidades más importantes del presidente, un punto central de orgullo. Así que, en vez de eso, el solitario y resentido Trump pisoteó las ceremonias de conmemoración de la Primera Guerra Mundial el fin de semana pasado en Europa.

Entre bastidores Trump está, como nos dice Eli Stokols de Los Angeles Times, tan "furioso" por el curso actual de los acontecimientos que la mayoría de sus "empleados están tratando de evitarlo". Los funcionarios de alto rango de la Casa Blanca tampoco están seguros de que su volátil jefe permita que muchos de ellos conserven sus puestos de trabajo.

El caos de la Casa Blanca no es algo nuevo. Trump dirigió la Organización Trump de manera caótica y ha dirigido la Casa Blanca como un torbellino desde su toma de posesión. Ha estado claro desde el año pasado que el caos –no una buena gestión, no una negociación hábil, no una destreza estratégica– era lo estaba destinado a convertirse en una característica definitoria de su administración. Quedan pocos empleados experimentados para constatarlo.

Desde el principio, Mueller se ha mantenido como una fuerza primaria en la formación de los estados de ánimo y la postura pública del presidente. El Trump que los neoyorquinos han conocido durante décadas, se ha hecho conocido a nivel nacional en virtud de su incapacidad para evitar la confrontación y evitar revelar su jugada.

Trump puede no estar demasiado preocupado si Mueller acusa a antiguos secuaces como Roger Stone. Pero si procede, por ejemplo, a acusar a Donald Trump Jr, entonces se pondrán en marcha una serie de múltiples confrontaciones épicas, y es probable que terminen mal para todos los involucrados. Mientras tanto, Trump está en el búnker, jugando a la defensiva.

Por Timothy L. O’Brien

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.

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