Tierra
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Por más de dos siglos, las personas conscientes se han preocupado de que las crecientes poblaciones serían una carga excesiva para los recursos del mundo.

"El poder de la población es tan superior al poder de la Tierra para producir la subsistencia del hombre que la muerte prematura debe visitar de una forma u otra a la raza humana", escribió el clérigo inglés Thomas Robert Malthus en su "Ensayo sobre el principio de la población", en 1798. Ciento setenta años después, el biólogo de la Paul Ehrlich escribió prácticamente lo mismo en "La bomba P":

"Cada año, la producción de alimentos en los países no desarrollados cae un poco por detrás del pujante crecimiento de la población, y las personas se van a la cama un poco más hambrientas. Aunque hay reversiones temporales o locales a esta tendencia, actualmente parece inevitable que continúe hasta su consecuencia lógica: la hambruna masiva".

Tanto Malthus como Ehrlich estaban preocupados por la aceleración en el crecimiento de la población. La población de Inglaterra se duplicó en el medio siglo posterior a 1798; la población mundial se duplicó de 3,500 millones en 1968 a 7,000 millones en el 2011, apenas seis años antes de lo que había predicho Ehrlich.

La hambruna masiva, sin embargo, no fue la consecuencia en ninguno de los dos casos, gracias a los avances en la productividad agrícola y el comercio mundial. Estos resultados han desacreditado mucho los argumentos de Malthus y Ehrlich.

También lo han hecho las soluciones que propusieron para el crecimiento de la población: Malthus se oponía a ayudar a los pobres, bajo el argumento de que esto los alentaría a tener más hijos; Ehrlich pedía medidas de control de población que incluían grabar los pañales como artículos de lujo o la esterilización forzada.

Recientemente, la situación ha dado un giro inesperado. La bomba poblacional está dando señales de retroceso. No obstante, las preocupaciones de que los seres humanos pueden ser una carga demasiado grande para el medio ambiente están creciendo.

El lunes, por ejemplo, un panel científico de Naciones Unidas publicó un nuevo informe en el que documenta que las especies de plantas y animales en todo el planeta se están extinguiendo a un ritmo acelerado.

La causa fundamental, según el informe, es que "en los últimos 50 años, la población humana se ha duplicado, la economía global ha crecido casi 4 veces y el comercio global ha crecido 10 veces, todo lo cual aumenta la demanda de energía y materiales".

Casualmente, el lunes también terminé de leer “Empty Planet: The Shock of Global Population Decline” (Planeta vacío: el impacto del declive de la población mundial), un libro publicado a principios de este año que extrapola las actuales tendencias de fertilidad para argumentar que los mayores desafíos a los que se enfrenta el mundo durante la segunda mitad de este siglo estarán relacionados con una caída de la población.

Los autores, el entrevistador Darrell Bricker y el periodista John Ibbitson (ambos canadienses, por si importa), se interesan principalmente en el impacto en el crecimiento económico, la política, las relaciones sociales y los asuntos internacionales.

Pero cuando discuten las cuestiones ambientales, son terriblemente optimistas: "será más limpio, más seguro, más tranquilo", escriben respecto al periodo posterior al pico poblacional de la Tierra. "Los océanos empezarán a sanar y la atmósfera a enfriarse, o al menos dejará de calentarse".

Entonces, problema resuelto, ¿no? No precisamente.

La predicción de Bricker e Ibbitson sobre un futuro declive de la población no surgió de la nada. En los países prósperos, y en muchos que no lo son tanto, el crecimiento de la población se está desacelerando y en algunos casos se está revirtiendo, gracias a que las tasas de fertilidad han caído por debajo de los 2.1 nacimientos por mujer que mantienen la tasa estable en el tiempo.

En todo el mundo, se estima que la tasa de fertilidad es de 2.4 nacimientos por mujer —menos de la mitad que cuando Ehrlich lanzó su advertencia en 1968— y está disminuyendo.

No está cayendo uniformemente. Esto se presta para el drama en el libro de Bricker e Ibbitson, el cual presenta una visión de encogimiento para China, una Europa en problemas y, gracias a la migración, una fortaleza continua de EE.UU. y un perfil en ascenso para Canadá (¿mencioné que son canadienses?). Europa, Asia del Este y Norteamérica han tenido tasas de fertilidad por debajo de la reposición desde hace décadas.

Latinoamérica se unió recientemente al club, y Medio Oriente y Asia del Sur parecen dirigirse inexorablemente a él. La única excepción notoria es África Subsahariana, donde la tasa de fertilidad seguía siendo de 4.8 en el 2017 y no ha caído tan rápido como algunos expertos esperaban.

No obstante, es posible que esos expertos tuvieran expectativas poco realistas y, predicen Bricker e Ibbitson, la misma lógica de urbanización y educación que ha generado marcados declives en las tasas de natalidad de todo el mundo aplicará en cada vez más países africanos en los próximos años.

Las tasas de fertilidad por debajo de la reposición no se traducen inmediatamente en declives de población: el alargamiento de las expectativas de vida compensa parte de eso, y si un país tiene una cohorte lo suficientemente amplia de jóvenes, incluso con familias más pequeñas, sus hijos seguirán aumentando la población por un tiempo.

La "variante media" de proyección de población de Naciones Unidas del 2017 asume que la tasa global de fertilidad caerá por debajo de la reposición para el 2070, pero la población mundial seguirá creciendo hasta fin de siglo.

Aun así, las proyecciones de la ONU se han excedido consistentemente (aunque no por mucho), y no se puede culpar a Bricker e Ibbitson por preferir las proyecciones del Centro Wittgenstein para la demografía y el capital humano global de Austria, las cuales señalan un pico en la población global en el 2070 en el escenario medio y en el 2045 en el escenario de "desarrollo rápido", en el que la urbanización y las ganancias educativas en los países en desarrollo generan caídas aun más rápidas en los declives de fertilidad.

Como indica la amplitud de estas proyecciones, la predicción de la población a largo plazo es una labor incierta.

"El futuro del crecimiento de la población mundial se decidirá principalmente en África", escribieron los autores de las proyecciones del Centro Wittgenstein en un informe reciente de la Unión Europea, "donde la educación futura de las mujeres como factor determinante de la fertilidad tendrá un rol fundamental".

En todo caso, asumamos que su proyección más baja es correcta y la población global alcanza su pico en 2045. Aún falta un cuarto de siglo para eso, y la población no regresaría a niveles actuales hasta 2090, tiempo más que suficiente para que llevemos a la extinción a cientos o miles de especies de plantas y animales, y tal vez elevemos las temperaturas globales promedio lo suficiente para derretir los casquetes polares.

El escenario de "desarrollo rápido" detrás de la predicción de población también requiere que los países más pobres, bueno, se desarrollen más rápidamente, lo que en el pasado ha implicado aumentar el estrés ambiental por persona.

Si la población de India dejara de crecer mañana pero sus emisiones de carbono per cápita siguieran aumentando a los niveles actuales de EE.UU. (un incremento de casi diez veces), eso generaría un incremento de 59% en las emisiones globales de carbono, con todos los demás factores iguales.

Mientras tanto, si las emisiones per cápita de EE.UU. cayeran a los niveles de Alemania, las emisiones globales disminuirían 7%.

Evidentemente, la población no es la única variable que importa aquí. Malthus y Ehrlich se enfocaron demasiado en ella y excluyeron todo lo demás, de modo que fueron rebatidos por la innovación tecnológica y el progreso económico.

Ahora parece que se necesitará innovación tecnológica, innovación política y tal vez otra forma de pensar el progreso económico para evitar que el estrés impuesto por los seres humanos al medio ambiente planetario se vuelva insoportable.

Es cierto que la posibilidad de que nuestros números dejen de crecer en unas cuantas décadas añade una cierta luz al final del túnel al difícil proyecto de reducir el daño ambiental que causamos.

En últimas, esa luz podría ser el tren del declive poblacional que se aproxima; una vez en marcha, las tendencias hacia abajo de las tasas de fertilidad han demostrado ser terriblemente difíciles de revertir. Pero después de dos siglos de preocuparnos por lo opuesto, ¿podríamos esperar unos cuantos años antes de enloquecer al respecto?

Por Justin Fox