globalización
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Los enojados políticos nacionalistas populistas no reúnen a los nativos solo contra las minorías y los inmigrantes, sino contra la cesión de poder a los órganos internacionales. A medida que los mercados se han expandido por el planeta, el poder y los recursos para actuar han pasado de la comunidad a la región, luego al estado e incluso al supraestado. Algunos poderes nacionales legítimos ahora están limitados a acuerdos internacionales.

Sin embargo, cuando muchos países se dedican al nacionalismo nostálgico, cada uno evocando una era en la que fue fuerte, las relaciones internacionales se convierten en un juego de suma cero y la acción internacional cooperativa en una imposibilidad. Los países se acercan al conflicto.

Por esta razón, el contrapeso natural de la expansión del mercado no puede ser una expansión de los poderes estatales, sino un fortalecimiento del tercer pilar: la comunidad. Las fuerzas centrípetas de la comunidad local deben usarse para compensar las fuerzas centrífugas del mercado global.

Para lograrlo, los poderes deben permanecer en el nivel más descentralizado consistente con su uso efectivo. Entonces, desde la perspectiva internacional, el poder debe delegarse tanto como sea posible a la nación, y aun más adentro, a la comunidad.

Los flujos transfronterizos son de particular importancia. Como nos han demostrado una variedad de crisis financieras, los flujos de capital hacia un país no son la máxima bendición, especialmente si su naturaleza es de corto plazo.

Asimismo, los flujos de información y datos a través de las fronteras pueden usarse para manipular o chantajear a los residentes internos. Si sus representantes electos ejercen más poder sobre esos flujos, los ciudadanos tendrán una mayor sensación de control y el nacionalismo populista tendrá menos reclamos que explotar.

Existen dos salvedades para este principio general. Primero, aunque un país debería retener el poder para manejar o rechazar un tipo particularmente peligroso de flujo, lo que más le conviene es no protegerse permanentemente de la participación, a riesgo de quedarse atrasado.

Segundo, existen categorías de flujos que al mundo en general le conviene aceptar, y los intereses poderosos de un país pueden rechazarlos si se deja la decisión enteramente en sus manos. En esas situaciones, el mundo debe alentar a los países a abrirse. El comercio de bienes y servicios es un ejemplo de eso.

En el corto plazo, el libre comercio crea perdedores que probablemente se opondrán a la reducción forzosa de las barreras comerciales. Los países deben encontrar mejores maneras de compensarlos. No obstante, las pérdidas de unos pocos no deberían obstaculizar las ganancias para muchos.

El libre comercio crea un mercado global y nos ayuda a avanzar hacia la producción global eficiente. De este modo ahorramos recursos globales y limitamos el expolio ambiental. Además, el libre comercio disciplina a los productores domésticos y los mantiene competitivos.

También disminuye la posibilidad de nepotismo entre el gobierno y el sector privado, ya que los productores extranjeros están fuera del control gubernamental y se les dificulta armar carteles.

Todo esto es necesario para la independencia del sector privado que, a su vez, limita los poderes arbitrarios del gobierno, protege los derechos de propiedad y de hecho defiende la democracia en sí misma.

Entonces, ¿qué implica esto para la forma de limitar las políticas de un país? El economista Dani Rodrik, de la Universidad de Harvard, sugiere que las políticas económicas encajan en cuatro categorías amplias cuando se ven desde la perspectiva de los flujos transfronterizos.

Algunas políticas pueden ayudar o lastimar al país, pero en general no tienen efecto en ninguna otra parte. Por ejemplo, subir los impuestos a los ricos tendrá consecuencias principalmente domésticas, de modo que solo uno que otro multimillonario decida arriesgarse y volverse ciudadano de Mónaco. La necesidad de proteger la soberanía generalmente protegería a esas políticas de la influencia internacional.

Luego están las políticas, como el incremento a los aranceles de las exportaciones, que usualmente tienen efectos adversos sobre el resto del mundo, pero también sobre el país que los impone.

Los trabajos protegidos mediante los aranceles al acero generalmente son sobrepasados por los trabajos que se pierden en otros sectores, como el automotriz. Como se dijo anteriormente, debería haber poco espacio para esas políticas de autoemprobecimiento.

En otra categoría están las políticas que afectan el bienestar de todos los países alterando los recursos de propiedad común, los recursos colectivos o el medio ambiente. La pesca excesiva en altamar afecta la pesca en todas partes, y las emisiones de carbón afectan el clima. La reticencia a vacunar a todos los niños internamente abre la posibilidad al resurgimiento de la polio, lo que amenaza a todos los niños del mundo.

El mundo exterior tiene un rol importante en las políticas domésticas que afectan los bienes comunes. Sin embargo, cualquier esfuerzo por alcanzar acuerdos se verá afectado por las asimetrías de poder, experiencia e información entre los países, así como la falta de participación democrática dentro de ellos.

Tal vez, cuando los acuerdos son complicados y sus costos de cumplimiento son inciertos, deberían empezar con compromisos de "mejores esfuerzos", con objetivos vinculantes específicos para cada país establecidos con el tiempo.

La categoría de políticas más difícil de abordar es la que tiene efectos internos positivos, pero negativos a nivel internacional, conocidas como políticas de empobrecimiento del prójimo durante la Gran Depresión.

Cuando un país interviene directamente en los mercados de divisas, implementa políticas fiscales poco convencionales para mantener su tasa de cambio infravalorada o subsidia fuertemente un sector de importación, tiende a volver las exportaciones del país hipercompetitivas y a hundir las ganancias de los países competidores. El crecimiento del país viene a costa de todos los demás. De hecho, si los demás toman represalias, como lo hicieron durante la Gran Depresión, todos pierden.

Aunque ningún país tiene la obligación de adoptar políticas que ayuden a los demás más que a sí mismo, sí tiene la responsabilidad de evitar las políticas que hagan daño significativo.

Por ejemplo, la mayoría de los bancos centrales tienen mandatos domésticos: usualmente, tienen la obligación de mantener la inflación alrededor de 2%. En tiempos normales, los bancos centrales logran su objetivo mediante políticas fiscales convencionales –subir o bajar las tasas de interés–, las cuales tienen pocos efectos adversos continuos.

En los malos tiempos, sin embargo, cuando sus economías están sumergidas en condiciones deflacionistas, los bancos centrales pueden tomar acciones cuyo principal efecto es depreciar la tasa de cambio del país y atraer la demanda de otros países.

Ningún país aceptará someter las políticas de su banco central a la supervisión internacional. También es difícil imaginar una coordinación de políticas entre los bancos centrales para reducir tensiones.

La Reserva Federal de Estados Unidos fijará su política fiscal con base en como EE.UU. vea las condiciones, mientras que el Banco de Japón hará lo mejor para Japón. Los esfuerzos de coordinación solo causarán confusión.

No obstante, bajo la premisa de que las buenas cercas crean buenos vecinos, los países podrían acordar un conjunto de reglas para limitar lo que pueden hacer sus bancos centrales. Las políticas con efectos positivos o nulos en el exterior deberían tener vía libre.

Las políticas con efectos principalmente adversos en el exterior deberían estar prohibidas. Finalmente, existe una zona gris de políticas que podrían tener amplios efectos internos positivos y pequeños efectos negativos externos, las cuales podrían ser permitidas temporalmente.

La globalización debe ser gestionada. Los países tienen que recuperar las herramientas para gestionarla, lo cual quiere decir que deben retomar con firmeza los poderes que los acuerdos internacionales les han usurpado. Sin embargo, también deben aceptar que tienen responsabilidades globales.

A medida que aseguran el control, la tendencia hacia el nacionalismo egoísta debe ser limitada por la conciencia de que debemos vivir juntos en el único hogar que tenemos. La soberanía responsable debe ser la norma, tanto más cuando el localismo inclusivo rija las acciones en el plano doméstico.

Este es el último de tres ensayos adaptados de "The Third Pillar: How Markets and the State Leave the Community Behind".

Por Raghuram Rajan