Nicolás Maduro
Nicolás Maduro

Después de que sus milicias y guardias nacionales atacaron las caravanas de ayuda humanitaria que intentaban alimentar a los ciudadanos, hizo una aparición en la televisión estatal el fin de semana bailando salsa. El mensaje del dictador era claro: no estoy nervioso y no me iré a ninguna parte.

Éste es el contexto en el que se está moviendo el senador estadounidense Marco Rubio en Twitter, a través de mensajes encriptados. El domingo publicó un tuit que muestra fotografías tipo "antes y después" del difunto Moammar Al Qaddafi de Libia.

En la primera se le ve sonriendo y con gafas de sol; en la segunda está lleno de sangre y huyendo de una multitud. Seis horas después, Rubio tuiteó algo similar sobre Nicolae Ceausescu de Rumania. En la primera está presentando un enfurecido discurso y luego se le visualiza frente a un pelotón de fusilamiento.

Las reacciones fueron extremas. Algunos usuarios de Twitter comenzaron una campaña para reportar la cuenta de Rubio por promover la violencia. Otros activistas iniciaron una petición en línea solicitando su renuncia. El ministro de relaciones exteriores de Venezuela dijo al programa Democracy Now que estaba consternado.

Para la izquierda de Latinoamérica, los tuits de Rubio encajan en la historia de EE.UU. durante la guerra fría, cuando apoyaba a hombres fuertes y promovía golpes de estado.

El momento más infame fue el 11 de setiembre de 1973 cuando los oficiales militares chilenos -animados por la CIA- derrocaron al presidente Salvador Allende, quien fue asesinado durante el golpe (se debate si se habría suicidado). La izquierda observa lo que está pasando actualmente en Venezuela y ve que los gringos siguen con los mismos trucos.

Sin embargo, este análisis se derrumba aún bajo el escrutinio más moderado. La Venezuela del 2019 no se parece en nada al Chile de 1973. Allende ganó elecciones reales en 1970. El año pasado, Maduro salió victorioso de unas elecciones falsas. La oposición de Maduro no es un grupo de generales militares que irrumpen en el palacio presidencial.

En este caso, la oposición se siente desde la Asamblea Nacional, la única institución del país con legitimidad democrática. En resumen, en 1973, en Chile, los conspiradores del golpe buscaban anular las elecciones. Hoy, en Venezuela, los líderes de la oposición buscan nuevas elecciones.

Más importante aún, al menos desde una perspectiva estadounidense, no se divisa ninguna intervención militar integral. Claro que el presidente Trump ha consultado con sus asesores sobre la viabilidad de una intervención.

También es cierto que a los altos funcionarios administrativos les gusta decir que "todas las opciones" están sobre la mesa. Si Maduro llegara a enviar a sus matones para atacar la embajada de EE.UU., por ejemplo, habría lugar para una respuesta militar.

En realidad se trata más de difundir un mensaje que de acción militar. Cuando un presidente quiere iniciar una guerra, no envía a la Agencia de EE.UU. para el Desarrollo Internacional (USAID) a la frontera. Envía a las fuerzas armadas.

Adicionalmente, Juan Guaidó, el presidente interino de Venezuela, no está pidiendo a EE.UU. que invada Venezuela. Hasta ahora, la política de EE.UU. se ha enfocado en persuadir a sus aliados de que reconozcan su presidencia, que sancionen a Maduro, a su régimen y a la petrolera estatal y que hagan un llamado para que los militares deserten. Es un cambio de régimen vía diplomacia privada y pública.

Este fue el enfoque que se resaltó el lunes en una reunión de países latinoamericanos que se unieron para abarcar la crisis que el mal gobierno de Maduro ha generado. El Grupo de Lima dejó en claro que por ahora no apoya una invasión o cualquier uso de fuerza militar. En su lugar, anunció que contempla acusar a Maduro ante la Corte Penal Internacional.

Los escépticos podrían preguntar cómo Guaidó obligará a Maduro a irse sin armas o sin ejército. Sin embargo, el método de Guaidó, a través del cual apela a la consciencia del ejército y organiza a la población, ya ha funcionado en el pasado: en Serbia en el año 2000 y en Egipto en el 2010. En ambos países el ejército renunció al ver la resistencia del pueblo.

Hasta ahora Guaidó ha tenido un éxito moderado con el ejército. Ha habido una serie de desertores, según la oposición y los informes de los diarios. En el fin de semana, un periodista tuiteó una foto de un pasaje de abordar para China, vía Rusia, del hijo de uno de los aliados más poderosos de Maduro, Diosdado Cabello.

El hecho crucial que se debe recordar aquí es que el tiempo no está de lado de Maduro. Dado que su acceso al capital internacional y a cuentas bancarias está restringido, será más difícil que Maduro y sus secuaces se mantengan en el poder. A la final China y Rusia, sus principales defensores, querrán que pague su deuda. No hay posibilidad que Maduro cumpla con el pago si continúan las sanciones sobre la industria petrolera.

Podemos agregar a esto el hecho que muchos de los oficiales superiores del ejército venezolano tienen hijos que estudian en EE.UU. y en otros países que ahora reconocen a Guaidó como presidente interino. Y aunque Guaidó aún no ha logrado muchas deserciones de alto nivel, los militares tampoco han tomado medidas decisivas para mantener a Maduro en el poder.

Esto no quiere decir que el propio Guaidó no se enfrenta igualmente a desafíos. Tiene que mantener unida a la oposición y eludir a los rivales que lo consideran demasiado joven para liderar la transición de Venezuela hacia la democracia. No obstante lo anterior, la posición de Maduro ahora es más peligrosa.

Todo esto nos lleva de nuevo a los tuits de Rubio. El senador no estaba amenazando con una intervención militar o un golpe de estado. Su mensaje se debe entender como una alerta sobre lo que puede suceder cuando un tirano permanece mucho tiempo en el poder. Ceausescu y Qaddafi aprendieron la lección cuando ya era demasiado tarde. Se agota el tiempo para Maduro y su familia.

Por Eli Lake, columnista de Bloomberg