Por Stephen Mihm
La economía todavía está en dificultades. La recuperación depende de lograr que el nuevo coronavirus esté bajo control; sin embargo, muchos días se registran cifras récord de nuevos casos. No es de extrañar que la gente esté impacientemente estableciendo analogías con la Gran Depresión.
Si estas comparaciones son acertadas, es posible que observemos algunos cambios duraderos. Todos saben que la Gran Depresión dio lugar a una generación de personas que cuidaban celosamente su bolsillo, pero también provocó transformaciones más sutiles, en la forma en que las personas cocinaban y cómo pasaban su tiempo libre.
La evidencia de la década de 1930 sugiere que los trucos útiles surgidos durante tiempos difíciles tienen una divertida forma de sobrevivir a las crisis que los generaron. Algo similar puede estar ocurriendo hoy.
Por ejemplo, lo que sucedió con los hábitos culinarios de Estados Unidos a raíz de la Gran Depresión: el desperdicio de comida se convirtió en un pecado mortal, y las sobras que antes podrían haber terminado en la basura, resurgieron como nuevos platos.
“Se puede hacer que el asado, que es más caro, dure más abultando el menú”, declaró una columnista de consejos en el Washington Post en la década de 1930. Aconsejaba reciclar el asado convirtiéndolo en tartaleta de carne y verduras, pastel de carne o pimientos rellenos y luego calentar los restos con salsa para servirlos sobre bollos.
Nada se tiraba. Después de cocer las verduras, los cocineros guardaban el caldo para usarlo en sopas y salsas. Del mismo modo, las verduras que no se comían en la primera ronda se hacían puré, se combinaban con otras sobras y se servían de nuevo. Las amas de casa a menudo recurrían al camuflaje para ocultar este reciclaje de sobras.
Una estrategia común era esconder las sobras bajo una generosa porción de “salsa blanca”, un condimento hecho a partir de leche, mantequilla, sal, harina y agua. Era extraño en la década de 1930 ver un plato que no incluyera una generosa porción de esta salsa, que funcionaba de maravilla. ¿Y qué hay de toda la salsa blanca sobrante? Terminaba en sopas, como la mayoría de las cosas en algún momento.
Como han señalado los historiadores, los intentos de combinar diversos ingredientes de despensas casi vacías conducen a extrañas mezclas. La ensalada rusa de carne, por ejemplo, contenía gelatina, guisantes enlatados, jugo de limón, repollo y otras minucias. La gelatina permitía a los cocineros unir todo tipo de diversos ingredientes en una amorfa masa viscosa.
Los alimentos procesados producidos a gran escala también debutaron en la Gran Depresión: sopas y carnes enlatadas y otros alimentos básicos. Estas novedades ahorraban tiempo, dinero y combustible para cocinar, y podían usarse en combinación con otros ingredientes para crear estofados.
El estofado hizo su debut durante la depresión económica de la década de 1890 y regresó durante la Primera Guerra Mundial. Pero la Gran Depresión lo elevó al estrellato culinario. Los estofados podían abultarse con las sobras de comida de la semana anterior, y nunca resultaban dos iguales.
Los cocineros en la década de 1930 también buscaron sustitutos para la carne, creando varias versiones vegetarianas del pastel de carne, como el pan de maní, el pan de frijoles e incluso el pan de frijoles y lima. Naturalmente, estos panes a menudo venían generosamente bañados en salsa blanca.
La mayoría de los cocineros estadounidenses mantuvieron sus hábitos de la era de la Depresión hasta la década de 1950. Si nos fijamos en las recetas de la posguerra -hay un sitio web genial dedicado a ellas-, se puede ver cuánto se parecen a las de la década de 1930.
Los alimentos procesados y los guisos extraños mantuvieron su dominio sobre el paladar estadounidense hasta los años setenta y ochenta.
La Gran Depresión tuvo efectos aún más duraderos en la forma en que los estadounidenses pasaban su tiempo libre. Repentinamente, la gente comenzó a tener más tiempo, lo quisieran o no, y buscaron ocuparlo de la forma más barata posible.
Por ejemplo, la forma en que los sociólogos Robert y Helen Merrel Lynd describieron los cambios en el estilo de vida en Muncie, Indiana, que los Lynds denominaron “Middletown”: durante la Gran Depresión, las familias blancas de clase media y alta dejaron de invitar a cenas formales o de reunirse con amigos en el club de campo y, en su lugar, comenzaron a preparar en casa bufés de refrigerios informales y baratos.
También redescubrieron sus propios patios traseros, agregando muebles, parrillas al aire libre, huertos y jardines de flores. Toda esta tendencia de “quedarse en casa” permitió a las personas entretenerse en el hogar.
La gente comenzó a jugar Monopoly y otros complejos juegos de mesa. Más baratos aún, y enormemente populares entre los oficinistas, eran los juegos de cartas como el bridge. Para 1931, unos 20 millones de estadounidenses, aproximadamente una quinta parte de la población, jugaban al bridge. La gente de la clase trabajadora prefería el póker y el blackjack.
La idea misma de tener un pasatiempo -una actividad de ocio estructurada y con objetivo- se hizo inmensamente popular. La gente comenzó a coleccionar sellos, monedas, realizar obras en carpintería e incluso a observar aves. En 1934, la primera “Guía de campo para las aves”, de Roger Tory Peterson, se agotó de inmediato.
Estos nuevos hábitos también persistieron mucho después de que la prosperidad regresara. Gran parte del ideal suburbano de la era de la posguerra se basaba en actividades de ocio baratas y locales que se pusieron de moda en la década de 1930.
Quizás sea demasiado pronto para saber si la crisis de hoy dejará una marca tan indeleble. Pero ya hemos visto un gran aumento en el interés por las actividades de ocio en el hogar, desde huertos hasta columpios en el jardín o juegos de mesa.
Quizás la combinación de los traumas provocados por una pandemia y una catástrofe económica marcarán un amplio resurgimiento de los hábitos forjados en la Gran Depresión. Pero es posible que no sea tan malo. Solo manténgase alejado del pan de frijoles y lima.