Por Faye Flam
Descubrir cómo combinar la ciencia con la equidad en la distribución de la vacuna contra el COVID-19 es un acertijo complicado. La ciencia puede ayudar a predecir cómo distribuir dosis limitadas para minimizar las muertes en general, pero eso significa actuar con urgencia, lo que podría comprometer la justicia.
Esa podría ser la razón por la cual terminamos indignados cuando los administradores del hospital reciben la vacuna antes que quienes habitan una residencia de gente mayor o, como informó The Atlantic, los hijos antes que sus padres que son adultos mayores.
La perfección es imposible. Pero hay una manera de hacer justicia tanto a la ciencia como a la ética: priorizar las vacunas para los puntos geográficos críticos y para la gente mayor. Los expertos dicen que ambos son importantes, y llevar las vacunas a las áreas más afectadas podría corregir las disparidades raciales que han comenzado a aparecer en las primeras etapas de distribución.
Centrarse en los puntos geográficos clave podría ayudar a minimizar la propagación del virus, lo que también reducirá el riesgo de que surjan nuevas variantes más resistentes a la vacuna. Cuantas más personas se contagien, mayor será la cantidad de partículas virales que existan y surgirá una mayor cantidad de versiones mutadas.
Robert Hecht, epidemiólogo de Yale, ha estado estudiando el COVID-19 en Massachusetts y descubrió que el virus es mucho más frecuente en algunas áreas que en otras. “No estamos hablando solo de una diferencia marginal de cinco o diez por ciento”, dijo. “Hablamos de doscientas, trescientas diferencias porcentuales”.
Hecht compara la vacunación en estos puntos críticos con los bomberos que comienzan a apagar un incendio donde las llamas arden más. Y los puntos son críticos por una razón, indicó: en estas zonas es donde la gente no puede hacer teletrabajo, no puede permitirse no trabajar y vive en viviendas multigeneracionales que, en ocasiones, reciben inquilinos adicionales para llegar a fin de mes.
Otros puntos críticos son también las zonas en las que se asientan los inmigrantes recién llegados y donde muchos no tienen ninguna conexión con el sistema de atención médica. Su status migratorio los hace reacios a buscar pruebas o ayuda médica.
Apagar las llamas en estos puntos clave evitará que se propaguen a otros lugares. “Se podrían obtener múltiples beneficios de esto”, indicó. Desde el punto de vista de control de la pandemia es lo correcto, dijo. Además, brindaría algo de alivio a las comunidades que hasta ahora no han tenido acceso a una buena atención médica.
Enviar vacunas a puntos críticos también es lo más justo, ya que muchas de las personas en lugares con altas tasas de contagios viven en viviendas hacinadas y realizan trabajos de alto riesgo, a menudo no por elección.
Muchos son miembros de grupos minoritarios que se han visto afectados de manera desproporcionada por el virus y sus consecuencias económicas. Los datos demográficos recopilados por los Centros para el Control y Prevención de las Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) sugieren que muy pocas vacunas han llegado a personas de alto riesgo que son negras, nativas americanas o hispanas.
Dorit Reiss, profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad Hastings de California, dijo que es importante separar los problemas con los planes de asignación de vacunas de lo que sucede en la realidad.
Los CDC y la Academia Nacional de Ciencias han creado planes bien pensados que dan prioridad a las personas más vulnerables, indicó, pero la financiación inadecuada ha dificultado la ejecución de esos planes. Y algunos estados están creando planes por su cuenta.
Con la escasez de fondos para una distribución adecuada de las vacunas, señaló, ha resultado más barato enviar dosis a los grandes hospitales, aunque eso ha provocado que el personal administrativo del hospital reciba las vacunas antes que muchas personas que están en un mayor riesgo.
Lo que ella sugiere, que éticamente tiene más sentido, es llevar las dosis de vacunas a regiones donde las personas han estado desatendidas durante la pandemia. “Me preocupa mucho que veamos un desequilibrio racial en la distribución de vacunas”, indicó, y agregó que la forma de mejorar la equidad con las minorías sería dándoles acceso a la inmunización.
Reiss resaltó la importancia de evitar juzgar a las personas que tienen problemas de salud relacionados con su comportamiento. Si bien las redes sociales han provocado cierta indignación contra las personas con enfermedades relacionadas con el tabaquismo que reciben la vacuna, ella dice que ese juicio es éticamente dudoso.
No juzgamos que las personas se preocupen por el cáncer de piel porque salieron al sol, dijo. “El hecho de que alguien se haya vuelto adicto a los cigarrillos y no haya podido dejar de fumar… no es una razón para dejarlo morir de COVID”, indicó. Más allá de eso, la adicción al tabaco es más común en los grupos socioeconómicos que tienen más probabilidades de estar en riesgo de contraer el virus.
Además, es una pérdida de energía indignarse de que las personas “egoístas” se vacunen “fuera de turno”. Como argumentan algunos expertos en enfermedades infecciosas, es probable que las vacunas tengan algún efecto en la reducción de la transmisión, por lo que obtener una no es del todo egoísta; es parte de un deber cívico y podría ayudar a proteger a otros y poner fin a la pandemia.
Sobre todo, no debemos dejar que lo perfecto sea enemigo de lo bueno. Ser demasiado rígidos con los estándares de asignación podría significar desperdiciar dosis, y ese sería el peor de los escenarios posibles.