( Foto: AFP)
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El planeta, paralizado por la pandemia del Covid-19, está esbozando un tímido retorno a la normalidad que depende en gran medida de lo que ocurra con los colegios, un tema muy delicado, especialmente en Europa.

¿Hay que mantener cerrados los colegios, dificultando así la reanudación del trabajo de los padres? ¿O volverlos a abrir, pese a que algunos temen que no hay garantías sanitarias?

Los partidarios de abrirlos citan estudios según los cuales los niños están poco contaminados, pero sin convencer a quienes se oponen y temen que primen las consideraciones económicas sobre la salud.

En Italia, el Instituto Superior de la Salud consideró que la reapertura de colegios reactivaría "inmediatamente" la pandemia.

Así, Italia ha decidido que no habrá escuelas antes de septiembre, como Bulgaria, Irlanda, España o Túnez.

En Estados Unidos, el alcalde de Nueva York, ciudad duramente golpeada por el virus SARS-CoV2, ha puesto fin al año escolar, sin tomar decisión alguna para septiembre, y ello pese a los alegatos del presidente Donald Trump en favor de la reapertura.

En cambio, otros niños europeos sí han vuelto a clase en Dinamarca, Noruega, Islandia o Austria, entre otros países.

La reapertura es generalmente progresiva, con clases reducidas, según edades y sin carácter obligatorio.

Croacia solamente admite a partir del lunes a los niños más pequeños, cuyos dos progenitores trabajan, y que no sufren ninguna enfermedad crónica

Francia y Alemania inician también el lunes un proceso de desconfinamiento escolar muy regulado, que no siempre convence a padres o profesores.

Sylvie, institutriz en el sudeste de Francia, afirma que los "gestos barrera" en los más pequeños son "imposibles", igual que lo es para ellos mantener la distancia social o impedir que compartan material de juego.

La misma preocupación se produce en otros países, como en Portugal. En este país los miembros de la Federación de los Padres de Alumnos (CNIPE) temen que sus niños sean tratados como "cobayas" para "probar la inmunidad colectiva".

"Mi hijo no es cobaya" es también el eslógan de una página Facebook en Dinamarca, que tiene 40,000 miembros. Sin embargo, más de tres semanas después de la reapertura oficial de colegios y jardines de infancia, la inmensa mayoría de los niños daneses van a clase, y siguen escrupulosamente el protocolo sanitario.

“Prioridad social”

Cuando más golpeaba la epidemia, un 87% de estudiantes de todo el mundo -desde jardín de infancia hasta la universidad- se quedaron sin poder ir a sus centros. Ello afectó a más de 1,500 millones de jóvenes y niños de 195 países. Esa cifra ha caído a 1,268 millones el 7 de mayo, en 177 países.

"La decisión de saber cuándo y cómo volver a abrir (centros educativos) está lejos de ser sencilla", admitía hace unos días la directora general de la Unesco, Audrey Azoulay.

Pero "ello debería ser una prioridad" pues "hay numerosos alumnos que se quedan atrás en el aprendizaje", agrega.

Desde el principio, la Unesco se preocupa por las masivas perturbaciones que sufre la educación, y teme consecuencias para los niños más desfavorecidos, con entorno familiar inestable y sin medios tecnológicos que permitan una enseñanza a distancia.

Esta preocupación es compartida por otras agencias de la ONU, como Unicef, que alude a los riesgos de desescolarización definitiva, con sus devastadoras consecuencias a largo plazo: aumento de desigualdades, violencia, desempleo, matrimonios precoces.

Incluso en las sociedades ricas, el cierre de escuelas ha tenido consecuencias sociales, al privar de almuerzo escolar a los hijos de las familias más precarias. Ello ha sido evitado en Finlandia donde los establecimientos cerrados han seguido distribuyendo a mediodía comidas a los alumnos.

Ese argumento ha sido retomado por el primer ministro francés, Edouard Philippe, que aludió el lunes a “una prioridad social y republicana”. Aunque, fundamentalmente, “la vida económica debe reanudarse rápida e imperativamente”, agregó.