Por Mark Buchanan
Después de ocho meses de caos y más de 1 millón de muertes en todo el mundo, pronto podríamos tener una vacuna contra el nuevo coronavirus. Existen hasta 150 vacunas en desarrollo —casi 40 se encuentran en ensayos clínicos de fase avanzada— y una de ellas podría llegar a fines de este año, aunque la mayoría de los expertos considera que es más probable para el 2021.
Recibir una vacuna es una cosa, pero distribuirla es otra. No habrá suficientes dosis para todos, al menos en un principio, lo que plantea el delicado tema sobre quién debe recibir la vacuna primero. Incluso si todos concordamos en el objetivo —esto es, salvar tantas vidas como sea posible—, puede que no haya una respuesta obvia. Vacunar a los más vulnerables probablemente tenga sentido para este virus, ya que casi todas las muertes ocurren en el grupo de edad de 65 años o más.
Sin embargo, las epidemias funcionan de manera contraintuitiva: hay sutiles detalles sobre cómo el virus o la vacuna pueden afectar a diferentes personas con sobrepeso; mientras que estudios de modelos sugieren que también podría ser muy beneficioso centrar los recursos en quién tiene más probabilidades de propagar el virus, en este caso, las personas más jóvenes y los niños. Antes de estar listos para una vacuna, necesitamos mucha más investigación sobre cómo podría implementarse mejor.
Los expertos ya han desarrollado un borrador de pautas para la distribución de las primeras vacunas. Un grupo asesor de la Organización Mundial de la Salud ha propuesto centrarse en la protección de personas mayores y más vulnerables, trabajadores esenciales del sector de la salud y grupos en entornos urbanos densos.
En un informe publicado el viernes, las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina de Estados Unidos ofrecieron un marco para la distribución equitativa de determinada vacuna; este enfatiza prácticamente lo mismo, sumando a la lista de personas que trabajan en industrias esenciales como la alimentación y el transporte público.
Estas pautas se centran principalmente en usar la vacuna para proteger a las personas como objetivos del virus, en lugar de usar la vacuna para retrasar la transmisión viral. Pero esto también ayuda: cuanto menos prevalente es el virus, menos protección necesitan las personas vulnerables. En las condiciones adecuadas, de hecho, algunas investigaciones epidemiológicas sugieren que vacunar a los más vulnerables puede no ser lo correcto.
Un estudio de modelos publicado en el 2009 analizó las estrategias de vacunación contra la influenza y concluyó que la política óptima —considerando varios indicadores, como muertes y costos económicos— dependía de muchas cosas. Si la vacuna fuera solo parcialmente efectiva, inmunizando solo alrededor de 50% de los vacunados, entonces enfocarse en los más vulnerables sería la mejor estrategia. Con una baja eficacia de la vacuna, incluso vacunar a la mayoría de la población no evitaría la propagación viral continua, por lo que los vulnerables necesitarían una protección directa.
Por el contrario, si una vacuna fuera muy efectiva, inmunizando a una mayor proporción de los vacunados, entonces la mejor estrategia no apuntaría a vacunar a más vulnerables, sino a los más propensos a propagar el virus: personas jóvenes y saludables, incluidos niños, que tienden a ser socialmente más activos. La alta efectividad de la vacuna permite reducir en gran medida la propagación viral, lo que hace que los más vulnerables, incluso los desprotegidos, tengan mucha menos probabilidad de estar expuestos al virus.
También se consideró dentro del estudio cuántas dosis disponibles había de la vacuna. Si hay pocas dosis disponibles, lo mejor es vacunar a los más vulnerables. Si hubiera suficientes dosis para vacunar a una fracción decente de la población, sería una mejor idea apuntar a los propagadores, ya que el nivel de inmunidad alcanzado podría eliminar la propagación viral, aunque la fracción requerida dependería de la facilidad con que se pudiera transmitir el virus.
Este estudio fue realizado para la influenza, no para el nuevo coronavirus, por lo que sus conclusiones solo pueden ser un indicio. Aun así, hizo comparaciones utilizando datos de las epidemias de influenza de 1918 y 1957, la última de las cuales fue más parecida al coronavirus, con muertes muy sesgadas hacia las personas mayores.
En ese caso, los investigadores descubrieron que la mejor estrategia apuntaba a los más vulnerables, sin embargo, también destinaron vacunas a personas más jóvenes y niños para reducir la transmisión viral.
Por lo visto, nadie ha publicado un estudio similar para el coronavirus actual. Sin embargo, otros estudios también sugieren que detener la transmisión viral probablemente debería ser parte de todos los programas de distribución de vacunas. Utilizando un modelo estadístico, físicos en Alemania señalaron hace poco que centrar los esfuerzos de vacunación en los focos actuales, por ejemplo, ciudades específicas, podría ser muy beneficioso.
Si se dispusiera de buenos datos de pruebas y estos se utilizaran para dirigir las vacunas a lugares donde el virus se está propagando rápidamente, los físicos estiman que el número total de muertes en un brote epidémico podría reducirse aproximadamente a la mitad.
Esto es solo un modelo matemático, por supuesto. Pero hace hincapié en algo muy similar al estudio anterior sobre la influenza: detener la transmisión es de gran importancia, ya sea que las vacunas se enfoquen a puntos físicos de propagación mejorada o a grupos sociales específicos.
La protección es solo una parte de la vacunación. Mucho dependerá de la naturaleza de las primeras vacunas que tengamos. Pero parece probable que las mejores formas de detener el virus tendrán que ir más allá de simplemente apuntar a los más vulnerables. Necesitaremos métodos más sofisticados para identificar aquellos lugares y grupos de personas que el virus encuentra más útiles para multiplicar sus números.