Expertos designados por la OEA concluyeron que existía un "fundamento razonable" para considerar que once individuos, entre ellos Nicolás Maduro, habían cometido crímenes de lesa humanidad. (Foto: EFE)
Expertos designados por la OEA concluyeron que existía un "fundamento razonable" para considerar que once individuos, entre ellos Nicolás Maduro, habían cometido crímenes de lesa humanidad. (Foto: EFE)

Los líderes latinoamericanos han sido célebremente reacios a denunciar las transgresiones de sus pares. Solo el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, ha logrado irritar al club de reservados caballeros.

Solo tres líderes regionales se presentaron a la posesión de Maduro en Caracas el jueves. Paraguay ha roto relaciones diplomáticas con Venezuela, Perú puso a Maduro en una lista de personas no gratas y, en una rara muestra de resolución vecinal, 19 miembros de la Organización de Estados Americanos (OEA) acordaron no reconocer el nuevo mandato de Maduro, debido a "la negligencia de su gobierno para cumplir con los criterios básicos interamericanos de derechos humanos y democracia".

Entonces, ¿gana la diplomacia hemisférica y el golpe del orden liberal internacional? Aún no. Romper con Maduro, cuya terrible represión y falta de gestión ha dejado en escombros la democracia electoral, el estado de derecho y la economía rica en petróleo, es importante; y el autocrático presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, podría ser el próximo objetivo de las amonestaciones de la OEA. Sin embargo, impulsar a América a cooperar mediante instituciones transfronterizas y labrar acuerdos internacionales parece ser un profundo desafío en el futuro.

Sin duda, la gobernanza global y el multilateralismo han alcanzado nuevos mínimos, en parte gracias a la tendencia unilateral del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de mirarse el ombligo. Pero las apuestas son altas en Latinoamérica, donde el mal desempeño económico y el repentino aislamiento diplomático han disminuido el auge internacional de la región en el momento en que más lo necesita.

"Estamos en un punto bajo de la integración latinoamericana. La región está más fragmentada que nunca", me dijo Michal Shifter, presidente del Diálogo Interamericano. "No es que los países vayan hacia la izquierda o hacia la derecha. Simplemente van en el sentido equivocado. El problema es que, a medida que se debilita el multilateralismo, también se debilita Latinoamérica".

Analicemos a las dos principales potencias económicas de la región: Brasil y México. El presidente Andrés Manuel López Obrador ha bajado el tono de su retórica nacionalista de campaña y prefirió renegociar a deshechar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

Sin embargo, no es un internacionalista. En un cambio abrupto, México se apartó de sus vecinos y se abstuvo en la resolución de la OEA sobre Venezuela, lo que le ganó a López Obrador el sobrenombre de "facilitador" de Maduro.

No es que López Obrador tenga afinidades con Maduro: su timidez parece más inclinada a mantener en calma a las facciones izquierdistas de su coalición y a protegerse de las posibles consecuencias diplomáticas negativas. "Hay una complicidad familiar en juego", asegura el exdiplomático mexicano Jorge Guajardo. "La idea es: yo paso por alto tus problemas de derechos humanos y espero que hagas lo mismo".

El giro interno de México es un retroceso a otra época, en que los gobiernos nacionales se ocupaban de sus propios asuntos y esperaban que los demás devolvieran el favor. A menudo, los líderes y los autócratas de la región han invocado una doctrina similar para esconder jurídicamente la arbitrariedad y el exceso. Basta con mirar a Guatemala, donde el presidente Jimmy Morales ha anunciado que su país se retirará de una comisión anticorrupción de las Naciones Unidas, en vez de seguir alojando al panel de investigadores.

El retiro del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, de los asuntos globales, tiene un trasfondo más ideológico. Durante sus primeros días en el cargo, canceló los planes de Brasil de celebrar la Conferencia sobre el Clima de Naciones Unidas en 2019 –una "farsa marxista", según el ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Araujo– y degradó la autoridad ambiental del Ministerio de Relaciones Exteriores. Brasil tampoco tendrá nada que ver con el "globalismo", el término suave con el que Araujo se refiere a las instituciones de gobernanza global y vigilancia multilateral que desprecia.

Entonces, aunque los refugiados venezolanos están llegando al norte de Brasil, el gobierno ha anunciado su retiro de un pacto entre 160 Estados de Naciones Unidas sobre la migración internacional. En ese sentido, la loable amonestación a Venezuela en la OEA no parece tanto un voto de solidaridad regional sino un guiño, no tanto a EE.UU., sino a Trump, cuyas exhortaciones de "Estados Unidos primero" han sido ampliamente alabadas y replicadas por Bolsonaro.

¿Cómo más se puede explicar que, a pesar de haber denunciado el pacto migratorio de la ONU, supuestamente para preservar la soberanía nacional, Bolsonaro también haya dado a entender que está dispuesto a albergar una base militar estadounidense, una sugerencia que al brazo militar del país le cuesta aceptar?

Los expertos en política exterior advierten que esos movimientos no implican necesariamente un retiro del escenario mundial. "Los nuevos gobiernos tienen derecho a equivocarse", asegura el antiguo diplomático brasileño Marcos Azambuja. Sin embargo, el hipernacionalismo es riesgoso en una región con pocas ambiciones globales.

A pesar de todo el desdén actual, Brasil, México y sus vecinos han sido beneficiarios y, en ocasiones, protagonistas de las instituciones multilaterales. Los diplomáticos y los juristas latinoamericanos contribuyeron a la creación de la ONU, influyeron en el sistema monetario de Bretton Woods y ayudaron a modernizar los derechos humanos tras la caída de las dictaduras militares.

Los brasileños lideraron la Organización para la Alimentación y la Agricultura de la ONU y la Organización Mundial del Comercio. Los países latinoamericanos han sido de los más activos participantes en la resoluciones de controversias de la OMC de 1995 a 2017, liderados por Brasil, México y Argentina. Brasil es reconocido como uno de los usuarios más exitosos del mecanismo de resolución de la Organización.

Es verdad que los líderes latinoamericanos a menudo se quejan de ser socios menores en la mesa de las políticas globales, pero definitivamente están mejor con un asiento trasero que sin asiento.

"El derecho internacional ha protegido a los latinoamericanos –aunque sea un poco– de los estados más poderosos, ya sean acreedores con bombarderos o en la ONU", asegura Tom Long, académico de relaciones internacionales en la Universidad de Warwick. "En general, el sistema posterior a la Guerra Fría ha ayudado a Latinoamérica, tanto en la transición a la democracia como en el rechazo a algunas amenazas".

La exhaustiva persecución a la corrupción de la región habría sido mucho más difícil de juzgar sin la cooperación global y una gran variedad de medidas antisoborno, como la Ley Estadounidense de Prácticas Corruptas en el Extranjero. "El orden global no se nos impuso. Ayudamos a crearlo y a darle forma", dice Azambuja. "Espero que Brasil siga honrando sus compromisos y evite las aventuras de política exterior".

Lo más importante es que aún hay trabajo por hacer para moldear el sistema de modo más conveniente para Latinoamérica. "Sin duda, el sistema multilateral de hoy tiene fallas y está incompleto, empezando por la OMC.

Los subsidios a la agricultura quedaron por fuera de las negociaciones de la Ronda de Doha, y Brasil es una potencia agrícola", asegura Jose Alfredo Graca Lima, del Centro de Relaciones Internacionales de Brasil. "El comercio es un instrumento crucial para ayudarnos a crecer, luchar contra la pobreza y corregir nuestras inequidades históricas".

Esa laguna debería ser una razón para reformar el multilateralismo, no para abandonarlo. "EE.UU. puede darse el lujo de avanzar solo, pero Brasil nunca ha sacado nada del aislamiento", dice Graca Lima. Bolsonaro haría bien en recordarlo este mes cuando haga su debut en el Foro Económico Mundial, la máxima cumbre de los globalistas en Davos, Suiza, donde no aparecerá Trump.

Por Mac Margolis