Boris Johnson alteró dramáticamente el panorama de la política británica el jueves por la noche, poniendo fin a un período de debilitante estancamiento parlamentario y tres años de incertidumbre sobre el Brexit.
Así, el primer ministro del Reino Unido obtuvo lo que su predecesora, Theresa May, nunca pudo tener: el espacio político para definir la salida de su país de la Unión Europea y abordar las frustraciones sociales y económicas que llevaron a la votación del Brexit en el 2016.
En una elección en la que cambios de circunscripción de tan solo 5% podrían marcar una gran diferencia, los movimientos fueron casi por completo para los conservadores de Johnson. En total, con algunos votos aún bajo conteo hasta el viernes por la mañana, los conservadores parecían estar a punto de ganar 364 escaños para una gran mayoría de 78.
Escaños laboristas de larga data en sus antiguos núcleos industriales, como Workington en el noroeste y Blyth Valley en el noreste, se cambiaron al lado conservador, algunos por primera vez en 70 años o más. Jo Swinson, líder de los demócratas liberales antibrexit, perdió su escaño.
Fue la cuarta victoria electoral consecutiva de los conservadores, pero de lejos la más decisiva, ya que significó la peor derrota de los laboristas de Jeremy Corbyn desde 1935. Si el tiempo de la extrema izquierda de Corbyn se agotó, llegó la hora de Johnson después de muchos reveses en su travesía personal hacia el poder.
Si bien las consecuencias de su victoria en dos frentes —el Brexit y la política interna— son difíciles de exagerar, también lo son los desafíos que enfrenta. Con esta victoriosa elección, Johnson encontró un escotillón fuera de la jaula parlamentaria sobre le tema del Brexit, pero tuvo que escribir una serie de cheques en blanco que serán difíciles de honrar.
Tres ventajas distintas ayudaron en el regreso de Johnson a Downing Street, y cada una probablemente será de corta duración. La primera fue, obviamente, el Brexit.
Casi tan pronto como Johnson se convirtió en líder del partido, se propuso unir el voto sobre el Brexit, exprimiendo el partido Brexit de Nigel Farage hasta que terminó sin escaños y apuntó con éxito a los escaños laboristas ingleses que votaron por la salida y se sintieron profundamente incómodos con la marca de socialismo metropolitano de Corbyn.
Aunque Johnson no pudiera cumplir su promesa de “morir en una zanja” en lugar de extender el plazo del Brexit del 31 de octubre, los votantes le dieron el beneficio de la duda. Nada similar sucedió del lado de los que votaron por permanecer en la UE.
El acuerdo que Johnson alcanzó con Bruselas prevé un llamado Brexit duro; representa una ruptura total de las obligaciones y el acceso que ofrece la membresía de la UE. Se percibió como todo un arte de gobierno, aunque en realidad sus términos eran los que la UE siempre había estado dispuesto a dar, pero que May, Johnson y otros favorables al Brexit consideraron inaceptables.
Es solo un poco menos perjudicial económicamente que irse sin un acuerdo, pero crucialmente le da a Gran Bretaña la libertad de negociar sus propios acuerdos comerciales, lo cual fue totémico para los partidarios del Brexit.
Tener un acuerdo permitió a Johnson ganarse a la mayoría de los votantes del Brexit y algunos también de los que votaron por permanecer en la UE. El lema de la campaña “get Brexit done” (lograr el Brexit) apeló a ambos grupos. Los partidarios de un Brexit duro lo vieron como una promesa casi cumplida, mientras que los cansados a favor de permanecer en la UE solo querían asegurarse de evitar un Brexit sin acuerdo y que el país pudiera seguir adelante.
El segundo beneficio para Johnson fue, sin duda, Corbyn. Ningún político podría ser más afortunado con sus enemigos que Johnson. Desde su fracaso al abordar el antisemitismo dentro del partido Laborista, hasta su desconcertante política Brexit y una agenda económica que incluso los votantes de izquierda consideraron débil, Corbyn demostró no ser apto para el cargo. Un exprimer ministro laborista (Tony Blair), varios exparlamentarios laboristas, el rabino jefe del país y otras voces prominentes instaron a votantes laboristas a abandonar a Corbyn, y lo hicieron en masa.
Finalmente, en gran medida a través de su carisma personal, su sólida fijación sobre el Brexit y las promesas de poner fin a la austeridad de sus predecesores conservadores, Johnson se convirtió en el candidato del cambio. Los conservadores han estado en el gobierno durante casi una década, época en la que Gran Bretaña ha tenido profundos recortes de gastos, tasas crecientes de crímenes violentos y personas sin hogar, una crisis de vivienda asequible, estancamiento de salarios y, más recientemente, tasas de crecimiento por debajo de la tendencia. Pero Johnson logró ganarse el título de líder de primer término.
Ninguna de estas tres ventajas perdurará. Después de la aprobación inminente de su legislación sobre el acuerdo del Brexit, que permite que el Reino Unido se vaya oficialmente antes del 31 de enero, Johnson tiene que concluir un acuerdo comercial con la UE, que juró completaría a fines de 2020.
En ese lapso de tiempo, es poco probable que Bruselas ofrezca mucho a menos que Johnson acepte que Gran Bretaña no diverja en áreas regulatorias clave. Quizás los votantes y los medios de comunicación estén tan cansados del Brexit, y tan contentos de que se haya anunciado la separación formal, que sus concesiones no llamarán la atención. Lo más probable es que los términos de un acuerdo comercial o una extensión sean polémicos.
Johnson tampoco tendrá a Corbyn para hacer que se vea bien. Por supuesto, el próximo líder puede ser igual de malo al último. Si los laboristas no abandonan el corbynismo, una plataforma altamente ideológica para sumergir a ricos, nacionalizar industrias y promesas fiscales imprudentes, seguirá siendo un objetivo blando para Johnson, quien entretanto estará ocupado apuntalando la buena voluntad de sus antiguos electores laboristas con su propio gasto público.
Finalmente, cuanto más tiempo pase Johnson en 10 Downing Street, más difícil será presentarse como la cara del cambio. Para tener tanto éxito en el cargo como lo ha tenido para ganárselo, tendrá que elaborar un conjunto de políticas económicas que reflejen la nueva coalición tory que abarca áreas socialmente conservadoras y de clase trabajadora que están desesperadas por inversión. Sus intereses a menudo están en conflicto directo.
El discurso de aceptación de Johnson en las primeras horas del viernes mencionaba el “conservadurismo de una nación” y sus planes de ir más allá del Brexit. Pero el desempeño impresionante del Partido Nacional de Escocia sugiere que incluso mantener unido al Reino Unido será un desafío continuo. La respuesta de Johnson podría ser arrojar dinero para solucionar todos los problemas. Si no se hace correctamente, podría ser contraproducente.
Aún así, hay razones para celebrar el final de la agonizante parálisis. La victoria conservadora resuelve una discusión que se da una vez por generación sobre el curso del país. El Brexit será una realidad; el experimento socialista de Corbyn no.
Habrá mucha reflexión sobre la propia campaña, que a veces fue desagradable. Si bien Johnson ganó rotundamente, encuesta tras encuesta revelaba que la confianza en él era baja. De hecho, Johnson comparte el premio del poder con las fuerzas nacionalistas-populistas que sus campañas han explotado. Serán difíciles de controlar. La carrera de Johnson ha demostrado que puede cambiar cuando le conviene. Además, también es cierto que sus cambios son una cuestión de conveniencia más que de principio.
May soñaba con unir a su partido, ampliar su base y ganar una elección por un amplio margen. Johnson lo hizo realidad. Ahora solo le falta gobernar.
Por Therese Raphael