Foto 9 | Reserva Nacional de Tambopata. La emblemática área natural protegida de Madre de Dios recibió el pasado 55,142 visitantes. De este total, el 84 por ciento de las visitas fueron realizadas por extranjeros atraídos por la gran biodiversidad que posee la Reserva Nacional Tambopata. (Foto: USI)
Foto 9 | Reserva Nacional de Tambopata. La emblemática área natural protegida de Madre de Dios recibió el pasado 55,142 visitantes. De este total, el 84 por ciento de las visitas fueron realizadas por extranjeros atraídos por la gran biodiversidad que posee la Reserva Nacional Tambopata. (Foto: USI)

La población mundial se alimenta básicamente de cinco cultivos, un "embudo" del que hace falta salir por el bien de la salud y el planeta, según indica la organización Bioversity con motivo del Día Mundial de la

De las más de 6,000 especies de plantas cultivadas como alimento, solo el arroz, el trigo, el maíz, el mijo y el sorgo proporcionan la mitad de la energía para las personas, de acuerdo a un modelo de dieta muy concentrado que está pasando factura.

"Lo que comamos en nuestro plato determina en buena medida lo que sucede con la biodiversidad agrícola", que se está reduciendo por la canasta de alimentos tan "cerrada", asegura Juan Lucas Restrepo, director general del centro de investigación Bioversity International, con sede en Roma.

Recuerda que "los agricultores han dejado de usar y perdido el 90% de sus semillas frente a lo que tenían hace cien años", sobre todo desde que a mediados del siglo pasado se impuso la idea de la "revolución verde" y los sistemas agrícolas se volvieron más "homogéneos".

"Alimentar a los hambrientos era la obsesión de la política agrícola. Se aumentó la productividad y la competitividad simplificando los sistemas de producción, llevándolos más al monocultivo, intensificando el uso de químicos y con mucho mejoramiento genético", precisó.

El hambre disminuyó en parte, pero surgieron en el camino otros problemas como las carencias de micronutrientes y el sobrepeso que sufren actualmente unos 2,000 millones de individuos.

La agricultura, responsable de la deforestación en muchos lugares, se unió a las actividades que están alterando los ecosistemas y, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, ya afecta a seis de cada diez especies amenazadas a nivel mundial.

El último informe de la Plataforma Intergubernamental en Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES) es categórico: un millón de especies animales y vegetales se hallan en peligro de extinción.

Ese estudio y el que el año pasado advertía del impacto de que la temperatura global subiera 1.5 grados coinciden en que "los patrones de producción y consumo están afectando severamente al planeta", dijo el ministro del Ambiente de Costa Rica, Carlos Manuel Rodríguez.

En un acto en la, Rodríguez apuntó que el "cambio climático es el efecto secundario de algo más grande, ya que se está dañando el sistema que soporta la vida del planeta".

Los expertos argumentan que, con la sexta extinción en masa de especies salvajes, también se tambalean los cimientos de la alimentación humana.

En el Día Internacional de la Diversidad Biológica, que lleva por lema "Nuestra biodiversidad, nuestra alimentación, nuestra salud", Restrepo llama a salir del "embudo" en el que se metió la agricultura y ampliar la biodiversidad cambiando la forma de manejar plantas y animales.

Un giro que implica trabajar más con los microorganismos del suelo y de las plantas, algo que "no existía en las fórmulas de la revolución verde", pese a su función para la salud vegetal, añade el que fuera viceministro colombiano de Agricultura.

Mientras, aquellas pocas variedades como las del café o del maíz que se popularizaron por su mayor productividad difícilmente se están adaptando a la variabilidad climática.

"En la diversidad genética de las plantas hay buena parte de la solución al cambio climático", asegura el director de Bioversity, que cita variedades antiguas de trigo duro en Etiopía que se estaban perdiendo y "funcionan mejor que las comerciales".

Esta organización, que acaba de aliarse con el , comenzó su andadura hace 45 años intentando salvaguardar las semillas en colecciones de bancos y los conocimientos tradicionales de los agricultores.

En este tiempo ha salido al rescate de la rúcula, el orégano, el pistacho y el farro; y más recientemente de la quinua, las verduras de hoja autóctonas y los mijos pequeños, entre otros muchos alimentos altamente nutritivos.

Uno de sus socios es el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola, cuya experta Joyce Njoro destacó que el impulso de esos cultivos "marginados" mejora la seguridad alimentaria y permite aumentar los ingresos de los productores y garantizar un consumo saludable. El reto, apuntó, es integrarlos en el mercado.