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Pemex es un tema personal para , quien creció en el corazón petrolero de México cuando la empresa estatal era una fuente de orgullo nacional.

Ahora que es presidente, una de las prioridades del líder de izquierda es sacar a Pemex de la crisis en la que lleva ya dos décadas. Para los inversionistas la preocupación es que pueda ocurrir lo contrario: que la compañía arrastre a López Obrador hasta el fondo y se lleve a la economía con él.

Petróleos Mexicanos, el nombre completo de la compañía, ya es la petrolera más endeudada, y debe cerca de US$ 108,000 millones.

AMLO necesita reducir esta deuda y a la par aumentar la inversión y la producción. ¿Cuál es su solución? Reducir los impuestos de la compañía que ha sido la gallina de los huevos de oro para el estado durante décadas.

La preocupación del mercado es que no logrará restaurar la rentabilidad de Pemex (ha estado en rojo desde el 2012) pero sí abrirá un agujero negro en el presupuesto del gobierno.

"Los graves problemas de Pemex pueden ser verdaderamente tóxicos para la confianza y la economía en general, y contaminarían el balance soberano", dijo Alberto Ramos, economista jefe para Latinoamérica de Goldman Sachs Group Inc. en Nueva York.

El predecesor de López Obrador intentó darle un giro al abrir la puerta a la inversión privada y extranjera. El plan no logró detener una caída de 14 años en la producción, que alcanzó un mínimo histórico de 1,62 millones de barriles por día en enero. López Obrador desde entonces ha detenido el proyecto.

’Verdaderamente tóxico’
Pemex podría amenazar la reputación de finanzas sólidas que México ha ganado con tanto esfuerzo, y transferir mayores costos de endeudamiento a sus negocios globales como la cementera Cemex SAB o el operador telefónico del multimillonario Carlos Slim, América Móvil.

El banco central, por ejemplo, está preocupado.

Pemex escasamente fue mencionado en las reuniones de tasas de interés el año pasado. Pero eso cambió después de que Fitch Ratings bajó la calificación crediticia de la compañía en dos niveles en enero, dejándola al borde de nivel de basura.

En la última reunión de febrero, la mayoría de los formuladores de política alertaron sobre los riesgos más amplios que plantea la fragilidad financiera de Pemex.

Dijeron que otra reducción en la calificación podría dañar la capacidad del gobierno federal para solicitar préstamos. Se pronostica que México perderá su calificación soberana de grado de inversión en los "próximos años", según cerca del 70% de los participantes en una encuesta de Bank of America.

’No se construyó en un día’Existe una percepción común entre los inversionistas de que los bonos de la compañía petrolera están respaldados por el gobierno federal, su único propietario.

En ausencia de incumplimiento, la premisa nunca ha sido probada, incluso a medida que Pemex acumulaba deuda. Rutinariamente se ubica entre los mayores emisores de bonos de mercados emergentes y tiene pagos por US$ 5,300 millones para fines de mayo.

La compañía dice que espera que la producción repunte en el 2020, tras otro descenso este año. Está trabajando para controlar el gasto y recortar el apalancamiento, dijo Alberto Velázquez, director financiero, a los inversionistas el mes pasado. "Roma no se construyó en un día", comentó.

Jaime Reusche de Moody’s Investors Service dice que López Obrador está asumiendo un riesgo fiscal al comprometerse a apoyar a la compañía y simultáneamente embarcarse en ambiciosos planes sociales y de infraestructura.

Su triunfo en las elecciones del año pasado fue aplastante pues prometió dar fin a las décadas de mediocre crecimiento económico que dejaron a la mitad de la población atrapada en la pobreza. Prometió pensiones y subsidios estudiantiles más altos, y nuevos ferrocarriles, todo sin aumentos tributarios significativos.

¿Plan viable?
Pemex está recibiendo su parte. El mes pasado, López Obrador anunció un paquete que incluye 24,000 millones de pesos mexicanos (US$ 1,300 millones) en exenciones fiscales durante seis años.

En respuesta, el peso se debilitó ante la preocupación sobre las medidas, y mientras que puedan ser un paso en la dirección correcta, no representan un plan de negocios viable.

López Obrador está a favor de aumentar la inversión en la producción en tierra y en aguas poco profundas, que genera rendimientos más rápidos pero menores que la exploración en aguas profundas y no convencionales favorecida por su predecesor.

También se ha embarcado en una cruzada contra el robo de combustible, que le cuesta a Pemex cerca de US$ 3,500 millones al año, y otras formas de corrupción. Planea construir una nueva refinería que casi todos los analistas ven como un costoso elefante blanco.

El impacto económico directo de lo que ocurra en Pemex podría ser limitado. El año pasado, el petróleo y el gas aportaron apenas 3.4% del PBI, menos de la mitad del nivel de hace 25 años, lo que refleja el declive de la empresa, al igual que el crecimiento de otras industrias como la automotriz.

Aún así, es el segundo mayor empleador del país después de Wal-Mart, con cerca de 130,000 empleados. Y es un gran contribuyente al presupuesto. En las últimas dos décadas, 95% de las ganancias de Pemex se destinaban al gobierno, una proporción mayor incluso que la petrolera estatal de Venezuela, según Capital Economics. El año pasado, contribuyó una quinta parte de la recaudación de impuestos.

Según Shamaila Khan, directora de deuda de mercados emergentes en AllianceBernstein en Nueva York, hay algo que podría aliviar esta carga, como lo está haciendo AMLO. Sin embargo, podría ser contraproducente.

"México tiene que apoyar un poco a Pemex y tomar menos dinero", dijo Khan. El problema es que "eso significa una mayor presión fiscal sobre el país".