Tres décadas después de la caída del Muro de Berlín, a los funcionarios alemanes no les gusta mucho mostrarse agradecidos con EE.UU. por la reunificación de su país. Algunos estadounidenses están ofendidos, pero vale la pena considerar quién merece realmente los agradecimientos.
El 2 de noviembre, el ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, Heiko Maas, publicó una columna de opinión en 26 periódicos europeos, en la que llama a la reunificación "el regalo de Europa para Alemania". Dio las gracias a los manifestantes en todo Europa Oriental y al último líder soviético, Mikhail Gorvachev, por desgarrar la Cortina de Hierro, pero solo mencionó a EE.UU. al final, y solo en el contexto de su competencia tecnológica con China.
Eso llevó a Ben Hodges, excomandante general del comando de EE.UU. en Europa, a tuitear sarcásticamente:
Dear Minister Maas, on behalf of the late President Reagan, whom you don't mention, and the millions of American Soldiers who served in West Germany along with other NATO Allies...you're welcome. We are very happy for a reunified Germany. https://t.co/VM78HJIDjl
— Ben Hodges (@general_ben) November 4, 2019
Estimado ministro Maas: en nombre del fallecido presidente Reagan, a quien no menciona, y de los millones de soldados estadounidenses que sirvieron en Alemania Occidental junto a los demás aliados de la OTAN... de nada. Estamos muy felices de ver a Alemania reunificada.
La columna de opinión de Maas no es el único lugar en el que Ronald Reagan, quien célebremente exhortó a Gorvachev durante un evento en abril de 1987 en Berlín Occidental a "derribar este muro", queda por fuera. La ciudad de Berlín también ha soportado durante años la presión de EE.UU. de honrarlo con un monumento. El viernes, el secretario de Estado de EE.UU., Michael Pompeo, descubrirá una estatua de Reagan en Berlín, pero ha sido instalada en un balcón de la embajada de EE.UU., es decir, en terrenos de EE.UU., no de la ciudad. El gobierno municipal de Berlín, dirigido por una coalición liderada por el Partido Social Demócrata del que Maas hace parte, cree que ha hecho lo suficiente para conmemorar ese discurso con una placa instalada en 2012 cerca de la Puerta de Brandenburgo.
John Kornblum, un exembajador de EE.UU. en Alemania, dijo al tabloide Bild que Maas evidentemente "tiene miedo de decir algo positivo sobre EE.UU.". Esto resume el ánimo de los social-demócratas: nunca han sido tan favorables a EE.UU. como los demócratas cristianos de la canciller Angela Merkel, y tienen reparos particulares con el EE.UU. de Donald Trump. Ahora bien, los roles de Reagan y su sucesor, el presidente George H.W. Bush, a quienes muchos analistas creen que Maas también debería haber mencionado, ya que la reunificación alemana se dio durante su mandato, probablemente no son lo suficientemente significativos para merecer gratitud eterna.
Reagan desafió valientemente el consejo de su Departamento de Estado cuando pronunció las palabras dirigidas a Gorbachev. Pero en realidad no dependía de Gorbachev derribar el muro. En 1987, Alemania Oriental aún era dirigido por Erich Honecker, uno de los líderes más rígidos y estalinistas del Pacto de Varsovia, quien estaba abiertamente en desacuerdo con las políticas de liberalización de Gorbachev. Honecker estaba decidido a mantener el viejo y represivo orden. En sus memorias, Gorbachev describe una relación personal fría con Honecker, quien, a medida que progresaba la Perestroika soviética, "sacó de circulación el largamente usado eslogan propagandista ‘aprendan de la Unión Soviética’".
Honecker solo perdió el control dos años más tarde, a medida que la impaciencia de los alemanes occidentales por deshacerse de su régimen se volvió muy grande, incluso para sus aliados más grandes en el partido. Solo entonces, Gorbachev "traicionó" a Alemania Oriental, como dijo el sucesor de Honecker, Egon Krenz, a un entrevistador ruso este año. Krenz dijo haberle precuntado a Gorbachev en noviembre de 1989 si sería "un padre" para Alemania Oriental, y recibió una respuesta efusivamente afirmativa.
"Le creí a Gorbachev", dijo Krenz, "y solo dos semanas después, los representante soviéticos estaban negociando con Occidente a nuestras espaldas y preguntando cuánto estaba dispuesto a pagar Occidente para que la Unión Soviética aceptara la unificación alemana".
En realidad, el discurso de Reagan no tuvo ninguna influencia mágica en el colapso de Alemania Oriental. Tanto Honecker, como Gorbachev y Krenz, fueron superados por los eventos. También fue el caso de Bush en 1989. Como escribió el eminente historiador estadounidense Frank Costigliola en 1994, el canciller alemán de Alemania Occidental, Helmut Kohl, tuvo el mayor grado de control en el proceso —hasta el punto en que haya podido controlarse—, dada la agitación espontánea que en efecto derribó el muro:
En dos puntos de inflexión significativos —el 28 de noviembre de 1989, cuando Kohl tomó el liderazgo del movimiento de unificación, y el 16 y 17 de julio de 1990, cuando Kohl llegó a un acuerdo final con el presidente sociético, Mikhail Gorbachev—, los alemanes se aprovecharon de las circunstancias para dar forma a los eventos principalmente por su cuenta, y EE.UU. solo tuvo que ajustarse a las nuevas realidades.
Según Costigliola, la táctica de EE.UU. de tener "un brazo al lado del hombro" de Alemania Occidental retrocedió considerablemente durante el proceso de reunificación.
Aunque EE.UU. ayudó a Kohl y a [el ministro de Relaciones Exteriores alemán, Hans-Dietrich] Genscher a superar las dudas soviéticas, británicas y francesas sobre la unificación, la influencia estadounidense demostró ser un activo agotable. Incluso antes del final del periodo de unificación de 11 meses, los alemanes pudieron con destreza y análisis, maniobrar entre Oriente y Occidente.
La meta de la administración Bush no era ayudar a los alemanes a reunificarse, sino preservar el dominio estadounidense en Europa, usando la Organización del Tratado del Atlántico Norte como vehículo. Kohl y Genscher obtuvieron el apoyo de EE.UU. sometiéndose a esa política y usaron la bacarrota de facto de la Unión Soviética para convencer a Gorbachev. Pero Kohl no le preguntó a nadie antes de dar su discurso del 28 de noviembre de 1989, en el que explicó su plan para la reunificación, en contra de la advertencia de Bush 10 días antes de evitar esa retórica.
No es justo alabar a Gorbachev por su rol en la caída del Muro de Berlín sin mencionar a Reagan o a Bush, pero solo porque tampoco fue obra suya. La energía de los alemanes orientales que corrieron por las puertas del muro el 9 de noviembre de 1989, y el posterior liderazgo de Kohl, dieron un resultado al que probablemente no se habría llegado si el proceso se hubiera llevado a cabo en salas de negociación y no en las calles.
Ahora bien, eso no quiere decir que los alemanes no deban estar agradecidos con ciertos estadounidenses por lo que pasó. Uno específicamente merecía una línea en la columna de Maas: Bruce Springsteen, a cuyo concierto en Berlín Este el 19 de julio de 1988 entraron por la fuerza más de 100.000 personas sin boleto, además de las 160.000 que sí tenían. La falta de control sin precedentes por parte de la policía de Alemania Oriental abrió las puertas para una mayor acción en las calles. Además, Springsteen también dio un pequeño discurso. A diferencia del de Reagan, el suyo fue en alemán:
Me encanta estar en Berlín Este. No estoy ni en contra ni a favor de ningún gobierno. Vine a tocar rock ’n roll para ustedes, con la esperanza de que estas barreras sean derribadas algún día.
En todo Europa Oriental, fueron las personas, no los políticos —y ciertamente no las potencias extranjeras— las que ganaron la Guerra Fría. Maas tiene razón en agradecer a los polacos, los húngaros, los rumanos, los bálticos y los alemanes orientales por su rol. Aquellos que, como Spreingsteen y otras celebridades culturales occidentales, ayudaron a las personas a apreciar la libertad, también merecen una mención de honor. ¿Los líderes? Tal vez no es el mejor momento para honrarlos.