(Foto: Bloomberg)
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Por Mark Buchanan

En la superficie, nuestro sistema moderno de producción de alimentos se ve eficiente: produce mucha comida y parece muy innovador. Sin embargo, también alienta a las personas a comer azúcares y grasas dañinos para la salud, mientras que un tercio completo de la comida producida se va a la basura. La industrial está contaminando los ríos y los lagos con desechos químicos y agotando suelos fértiles irreemplazables.

Las industrias de los alimentos y la agricultura son muy buenas para mantener estos y otros costos escondidos del público. Pero eso puede volverse más difícil si las personas empiezan a morir en cantidades, lo cual no es descabellado, de acuerdo con

Los oficiales de salud de todo el mundo están luchando contra el explosivo aumento de las cepas resistentes a los medicamentos y mortales del hongo Candida auris, las cuales atacan a personas con sistemas inmunológicos debilitados. Lo preocupante es que la emergencia podría estar vinculada al uso indiscriminado de fungicidas en la producción agrícola y de alimentos.

Detectado por primera vez en 2009, C. auris —un patógeno asociado principalmente con los ambientes del cuidado de la salud y que puede difundirse a través del contacto con pacientes infectados— se ha extendido desde entonces por todo el mundo. Es extremadamente difícil de detectar y erradicar y mata a más del 50% de los infectados.

En , cientos de nuevas infecciones se han reportado en los últimos años, principalmente en Nueva York, Illinois y Nueva Jersey. Los Centros para el Control y la Prevención de enfermedades están intentando educar a los médicos sobre las mejores prácticas.

Igualmente importante a la educación es la determinación del origen de estas cepas, algunas de las cuales son resistentes a las tres mayores clases de medicinas contra los hongos. De acuerdo con estudios genéticos, las cepas resistentes han surgido independientemente en múltiples ocasiones y se han encontrado en pacientes que nunca han sido tratados con fungicidas. Entonces, ¿de dónde salieron?

Una posibilidad aparece a lo lejos: que las nuevas cepas hayan surgido por el uso de fungicidas no en la medicina, sino en la agricultura. Fungicidas conocidos como azoles son muy utilizados para evitar el crecimiento de hongos en las plantas y las frutas. Representan aproximadamente un tercio de todas las ventas globales de fungicidas y, curiosamente, son casi idénticos químicamente a los agentes antihongos en los que confían los doctores para tratar a los humanos.

La investigación ya ha implicado a otros fungicidas agrícolas en el surgimiento de otro hongo resistente a los medicamentos, Aspergillus fumigatus. Aunque el hongo no ataca los cultivos, puede encontrarse en los suelos de todo el mundo; es una de las infecciones de moho más comunes del planeta y potencialmente letal para aquellos con sistema inmunológico debilitado.

Las cepas resistentes a los medicamentos encontradas en campos o parterres tratados con fungicidas muestran mutaciones genéticas específicas como las del Aspergillus detectado en pacientes humanos.Se necesitará más investigación para determinar si las nuevas cepas de C. auris tienen sus orígenes en la agricultura, pero el Aspergillus ya ha ilustrado los peligros de la agricultura moderna.

En la producción de alimentos se aplica antibióticos a escala masiva, lo que aumenta la resistencia de las bacterias a los medicinas. Un estudio del gobierno británico publicado en 2016 estimó que las infecciones resistentes a los medicamentos sobrepasarán al cáncer como causa de muerte, con aproximadamente 10 millones de muertes cada año.

No tenemos que terminar ahí. Es posible reducir, o incluso eliminar, el uso de pesticidas en la mayoría de las granjas sin reducir los márgenes de los cultivos o su rentabilidad. Algunos métodos de agricultura orgánica, incluso tan simples como la rotación de cultivos, tienden a promover el crecimiento de hongos mutualistas que desplazan a las cepas patógenas como el C. auris. Infortunadamente, dado que la agricultura convencional está muy subsidiada y los precios de mercado no reflejan los costos para el ambiente o la salud humana, la comida orgánica es más cara y enfrenta una batalla cuesta arriba por el consumo.

Por supuesto, las mejoras tecnológicas podrían ayudar, ya sea en nuevos tipos de medicamentos o en la formación y la ingeniería de cepas de plantas resistentes. También hay muchas oportunidades para los robots agrícolas ligeros, los cuales pueden desyerbar mecánicamente o rociar pesticidas con más precisión, lo que reduciría la cantidad de químicos usados, pero la tecnología no debería ser el único enfoque solo porque parezca la ruta más rentable para las grandes industrias.

En su reciente libro “The Grand Food Bargain”, el experto en agricultura de la Universidad del Estado de Míchigan Kevin Walker rastrea la historia de la agricultura en los últimos 100 años, cuando las grandes agrícolas han desplazado sistemáticamente a las pequeñas granjas a los márgenes. En , solo cuatro corporaciones representan entre 50% y 95% de las ventas de semillas, agroquímicos, crianza de animales y maquinaria agrícola.

A medida que estas firmas han tomado control del mercado, la calidad y la nutrición de la comida ha disminuido, y las dietas han girado cada vez más hacia los alimentos procesados con altas cantidades de azúcares y grasas, que representan mayores ganancias.

"La comida ya no es valorada por su capacidad para sostener la vida", concluye Walker, "sino solo por su capacidad de generar ganancias". Como sugiere el aumento de C. auris, el riesgo de un enfoque tan cerrado es sacrificar la efectividad de algunas de nuestras medicinas más valiosas.