Riesgosa baja inflación

Redacción Gestión

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DE LA EDICIÓN IMPRESA

¿Cuál es la principal tarea de un banco central? Preguntemos en la calle y es probable que la respuesta sea algo como "mantener la inflación controlada". En la percepción popular y en las mentes de los propios banqueros centrales, estos son los técnicos que redujeron la elevada inflación del Primer Mundo en los ochenta, cuya credibilidad está basada en mantener los precios bajos y que deben estar alertas ante cualquier subida. Pero esta visión está peligrosamente obsoleta pues el mayor problema que enfrentan los bancos centrales de los países avanzados es una inflación demasiado baja.

La tasa inflacionaria promedio de los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) es 1.5% —el 2012 fue 2.2%— muy por debajo de sus metas oficiales —típicamente 2% o menos—. La caída es más riesgosa en la eurozona: la tasa anualizada a octubre fue de apenas 0.7%, cuando hace un año fue 2.5%. Esto se debe en parte a que los precios de los commodities se han reducido pero incluso si se excluye la volatilidad de los precios de alimentos y combustibles, la inflación subyacente de la eurozona es 0.8%, la más baja desde el nacimiento de la moneda común.

En Estados Unidos, la inflación subyacente, según la definición de la Reserva Federal (Fed), se ha mantenido en 1.2%, cercana a su nivel mínimo. Es cierto que la situación está mejorando en Japón, que al parecer ha logrado escapar de quince años de deflación, pero su inflación subyacente todavía es de 0%. La única economía avanzada donde los precios crecen a buen ritmo es Reino Unido, donde la inflación anualizada es 2.7%.

El riesgo más obvio de una baja inflación es que esta se transforme en deflación, es decir, la reducción persistente de los precios. Como muestra la experiencia japonesa, este fenómeno es profundamente dañino y difícil de superar en economías débiles con deudas elevadas. Dado que los préstamos están fijados en términos nominales, los precios y salarios a la baja incrementan la carga deudora y cuando el público espera que los precios sigan disminuyendo, posponen sus compras, lo que debilita aún más la economía.

Existe un peligro real de que esto puede estar ocurriendo en el sur de Europa. Los precios al consumidor de Grecia están cayendo, lo mismo que en España si se excluye el efecto del incremento de impuestos aplicado en este país.

En Estados Unidos y el norte de Europa, la deflación no es un riesgo inmediato pues la mayoría de esas economías está creciendo, aunque lentamente. Sin embargo, si una economía con elevado desempleo crece muy despacio por demasiado tiempo, los precios y las remuneraciones probablemente caerán a la larga. En Japón, la deflación no ocurrió inmediatamente sino siete años después del estallido de la burbuja de los activos financieros.

Pero incluso sin caer a ese nivel crítico, una inflación ultrabaja tiene costosos efectos secundarios: tiende a acompañar una economía debilitada y un desempleo más alto del necesario —en Estados Unidos, esa tasa es 7.2%, en Francia 11.1% y en España 26.6%—. También significa que los ingresos nominales crecen más lentamente de lo que deberían si los precios se incrementasen más rápido, lo cual dificulta el pago de las deudas del gobierno y de las familias.

También entorpece el ajuste de sus salarios relativos en países no competitivos que comparten una moneda común. Como la inflación de Alemania es 1.3%, las empresas italianas o españolas necesitan recortar sus salarios a fin de poder competir con las fábricas alemanas.

Además, una inflación demasiado baja socava la capacidad de los bancos centrales para combatir otra recesión. Normalmente, durante un periodo de crecimiento elevan sus tasas de interés, pero las tasas de política monetaria están cercanas a cero y estas entidades están aplicando medidas "no convencionales" para flexibilizar las condiciones monetarias.

En suma, la mayoría de países avanzados estaría mejor si los precios aumentasen un poco más rápido. ¿Pero cuánto es "un poco" y cómo empujar los precios sin perder el control sobre ellos? Muy a menudo en el pasado, un poco de inflación se convirtió en mucho, con feas consecuencias. Tampoco es que los bancos centrales no hayan hecho nada: desde la Fed hasta el Bank of Japan, sus balances generales han explotado, lo cual ha impulsado los precios de los activos y ha provocado que muchos se inquieten por la eventual aparición de una inflación peligrosamente elevada.

Una respuesta podría ser elevar las metas, por ejemplo de 2% a 4%. Pero modificar lo que ha sido la piedra angular de la banca central por décadas podría ser contraproducente pues enervaría a los mercados. Ese radicalismo tampoco es necesario ya que el primer paso de los banqueros centrales debiera ser un trabajo más arduo para alcanzar sus metas existentes.El Banco Central Europeo, que el 7 de noviembre recortó su tasa de referencia de 0.5% a 0.25%, tiene más trabajo que hacer. Se necesitan medidas más audaces para relajar las condiciones financieras, incluyendo compras de bonos y un mecanismo de financiación más barato para los bancos. También debe reiterar que su meta de inflación es cercana al 2% para toda la eurozona, incluso si ello significa una tasa mayor en Alemania.

La Fed, que todavía está adquiriendo US$ 85,000 millones mensuales en bonos, no necesita expandir su flexibilización cuantitativa pero sí reducir su "techo" de desempleo debajo del cual podrá elevar su tasa de referencia. Su próxima presidenta, Janet Yellen, podría introducir un techo inflacionario de por ejemplo 1.75%: los precios tendrían que subir más deprisa que ese nivel para que la Fed incremente sus tasas de interés.

Nada de esto significa que la inflación no sea un riesgo, pero no es el problema actual. Todos los fanáticos de la "moneda sólida" que pronunciaron graves advertencias de inflación rampante cuando los bancos centrales iniciaron la aplicación de sus medidas no convencionales tendrán que reconsiderar si los encargados de la política económica hicieron muy poco, y no demasiado. Hay que temer a la inflación, pero la vida puede ser mucho más aterradora cuando los precios están hundiéndose.

Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez© The Economist Newspaper Ltd,London, 2013

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