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Circos Perú

| Bajo una llovizna ligera, dentro de su remendada carpa y antes de su última función nocturna en Lima, el empresario y payaso José Álvarez cuenta los ingresos de la taquilla: menos de 40 dólares.

Afuera las luces amarillas del pequeño circo “Tony Perejil”, llamado así en honor a su padre, que también payaso, se mezclan con las de miles de cabañas que pueblan las inmensas colinas desérticas de la periferia de la capital peruana.

“Lima está pésima”, dijo el payaso antes de anunciar que llevará su carpa hasta la frontera con Ecuador en busca de mejores horizontes.

La baja asistencia al espectáculo circense se mantiene incluso en julio, mes en que se celebra la fiesta nacional y que por tradición solía empujar a los peruanos a presenciar en masa el show de los malabaristas.

Tony Perejil es uno de los más de cien circos que subsisten pese a la falta de espacios para plantar sus tiendas, el acoso de los delincuentes y el escaso entusiasmo que despiertan en un público acostumbrado cada vez más a divertirse con la televisión y los celulares inteligentes.

Además, ya no pueden ofrecer actuaciones con animales salvajes luego que una ley las prohibiera en 2011 para proteger a los animales de la crueldad en las carpas, lo que contribuyó a asestarle un zarpazo mortal al sector.

Su espectáculo es modesto: una cabra sube por una tabla empinada, una mujer realiza acrobacias mientras es colgada de los cabellos, otra equilibrista sostiene en la nariz un cono construido con periódicos y se relatan chistes que los niños han escuchado en los programas cómicos de la televisión.

El payaso también comenta que la ausencia de planeamiento en los últimos 30 años, durante la expansión urbana de esta metrópoli de diez millones de habitantes, hace imposible encontrar un espacio en el centro de la ciudad, por lo que está obligado a vagabundear entre la periferia.

“Cualquier espacio libre se vende a los centros comerciales, pero nadie piensa en el circo”, afirmó el payaso de 52 años. En promedio, la capital peruana tiene menos de los nueve metros cuadrados por persona que sugiere la Organización Mundial de la Salud para recreación y áreas verdes.

El payaso recuerda mejores años en los 80 cuando su padre llenaba su carpa de asistentes pese a que Perú se hundía en una crisis económica y una guerra entre las fuerzas de seguridad y el grupo terrorista Sendero Luminoso. “Los circos nunca fuimos afectados”, recordó.

“Ahora el único peligro son los delincuentes que exigen hasta 10 dólares por día a los cirqueros para dejarlos trabajar en las zonas deprimidas”, comentó, mientras pregonaba la última función de su espectáculo a través de viejos megáfonos.

Pese a que el medio millar de payasos y el centenar de propietarios de circos cuentan con sendas asociaciones, siente que no tienen la suficiente fuerza gremial para que el Estado los valore.

“La palabra payaso es mal usada en el Perú, se entiende en modo peyorativo y eso no ayuda en nuestro propósito: payaso significa ser un político corrupto, payaso es una persona maleducada”, dijo el cómico con seriedad.