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Arte

En 1930, mientras Estados Unidos entraba en el segundo año de la Gran Depresión, Anna Thomson Dodge decidió construir una mansión en Grosse Pointe Farms, Michigan.

Su esposo, fundador de Dodge Motors, había fallecido varios años antes, y tenía dinero para gastar: según informes, hasta US$ 1.8 millones al año. Dodge reclutó a Joseph Duveen, uno de los mercaderes de arte más prestigiosos del mundo, para ayudarla a gastarlo.

"Cuando usted estuvo aquí mencioné que había comprado algunos de los mejores muebles franceses del siglo XVIII de los palacios en Rusia", escribió el comerciante en un telegrama. "Muchos de ellos han llegado, y espero tener el placer de mostrárselos cuando regrese a Estados Unidos".

Fue, de hecho, un placer para Dodge. Después de ver los objetos, terminó gastando US$ 2.5 millones, lo que, ajustado a la inflación, equivale a US$ 40 millones en dólares de hoy. Entre sus compras se encontraba una pintura al óleo de Rembrandt (US$ 315,000), un reloj de bronce dorado (US$ 54,000) y una mesa de juego que aparentemente pertenecía a la Marquesa de Pompadour (US$ 19,000).

La historia del auge de la familia Duveen, de comerciantes de chucherías a multimillonarios mercaderes y conocedores, es una historia conocida: jóvenes y ambiciosos comerciantes se arriesgan y terminan en el lugar correcto (Estados Unidos) en el momento adecuado (justo cuando la aristocracia británica empobrecida estaba desesperada por vender sus posesiones), y les va bien.

Pero en el nuevo libro "Duveen Brothers and the Market for Decorative Arts, 1880-1940" (Los hermanos Duveen y el mercado de las artes decorativas, 1880-1940), la historia de la familia tiene un tipo diferente de resonancia, una que podría tener un tono ominoso para cualquier persona en el mundo del arte.

Una advertencia
Escrito por Charlotte Vignon, curadora de artes decorativas de la Colección Frick en Nueva York, el libro podría servir como plantilla para el comercio de arte en el siglo XXI.

Las frases familiares (una pintura es una "obra maestra"), la búsqueda aterrorizada de una persona rica con la que los vendedores puedan descargar su inventario, los márgenes espectaculares, el récord histórico de subasta con el fin de justificar los precios privados y las donaciones calculadas a instituciones —por no mencionar el desesperado intento de aparentar que el dinero es una preocupación secundaria—, serán conocidos para cualquiera que haya comprado o vendido obras de arte.

Pero el éxito de los Duveen estaba supeditado a un mercado para las artes decorativas francesas del siglo XVII y XVIII, los viejos maestros y, en menor medida, la porcelana china. Ese mercado se mantuvo durante un tiempo inusualmente largo, pero finalmente el gusto cambió.

Para cuando Joseph Duveen murió en 1939, los ornamentados muebles, la porcelana dorada, el brocado pesado y la decoración neoclásica estaban a punto de desaparecer, y la galería estaba destinada al olvido.

En 1964, el industrial Norton Simon compró su edificio, su contenido, su archivo y su biblioteca. Es un recordatorio de la inconstancia del gusto que debería dar escalofríos a cualquier coleccionista contemporáneo.

Sumas astronómicas
El libro hace un uso efectivo del archivo de Duveen Brothers y, como resultado, los lectores reciben un tutorial sobre las sumas verdaderamente astronómicas que gastaron los barones del siglo XX.

Arabella Huntington, esposa de dos magnates del ferrocarril, gastó más de US$ 1.5 millones en arte y decoración de Duveen Brothers para amueblar su hogar en París en 1907; unos años más tarde, el banquero británico Herman Alfred Stern gastó US$ 4.4 millones en Duveen en la decoración de su residencia en Londres. Recuerde, es dinero de 1900; los precios de hoy son aproximadamente 2,600% más altos, después de la inflación.

JP Morgan compró la mayor parte de la decoración interior para su mansión londinense a los hermanos Duveen y, de manera similar, llenó su casa en Nueva York con objetos de la familia.

En marzo de 1915, Duveen envió al barón del carbón Henry Clay Frick una factura por US$ 1.97 millones; unos meses después, envió una factura adicional por US$ 1.39 millones; el año siguiente, Frick recibió una factura por US$ 5 millones; y dos años más tarde, Frick pagó otros US$ 2.1 millones.

Estas cantidades en dólares no son lo único que sigue siendo impactante hoy; también lo es que una vez Joseph Duveen murió y los gustos comenzaron a cambiar, siguen siendo marcas altas un siglo después.

Disminución y caída
Y aquí es donde la historia de advertencia llega a un punto crítico. Los Duveen lograron dominar el gusto durante tres décadas, pero después de la caída de la galería, muchas de las posesiones de sus clientes cayeron en picada.

Cuando Duveen murió, no había nadie con los medios ni el incentivo para continuar apuntalando estos mercados.

El libro no llega a discutir este descenso, pero la documentación está disponible para cualquiera que inicie sesión en el archivo del New York Times.

Un ejemplo es Whitemarsh Hall, que los Duveen decoraron por dentro y por fuera. "A partir de 1932, el Sr. Stotesbury sufrió reveses financieros", se lee en el artículo Whitemarsh Hall: A Palace in Ruin, de 1978. "Eva Stotesbury vendió sus joyas, las colecciones de arte y los muebles, por aproximadamente 10 centavos por cada dólar".

Siete años antes, el Times publicó una autopsia similar para la casa de Dodge. El fondo fiduciario de Dodge se había mantenido intacto, pero sus herederos no tenían el interés, ni, aparentemente, los fondos, para mantener intacto su estilo de vida Duveen.

"¿Quién puede permitirse mantener un lugar como ese?", preguntaba una de las biznietas de Dodge. "Es ridículo".