Donald Trump gobierna en Washington como si fuera un rey y la Casa Blanca, su tribunal. Sus demostraciones de dominio, su necesidad de ser el centro de atención y su impetuosidad tienen matices de Enrique VIII. Fortificado por su creencia de que su extraordinario camino al poder es prueba de la mediocridad colectiva del Congreso, la burocracia y los medios de comunicación, Trump ataca a cualquier persona y cualquier idea que se interponga en su camino.

Cuantos problemas pueda causar esto quedó en clara evidencia la semana pasada con su decisión de destituir a James Comey, apenas el segundo director del FBI en ser removido de su cargo. Comey había cometido errores y Trump actuó dentro de sus derechos. Pero el presidente solo ha conseguido llamar la atención sobre cuestiones relacionadas con sus vínculos con Rusia y su desprecio por las normas destinadas a controlar a presuntos reyes.

Sin embargo, tan peligroso y no menos importante para los estadounidenses de a pie es el plan económico de Trump. Trata la ortodoxia, exactitud y coherencia como si fueran simplemente cosas que se pueden negociar en estremecedores acuerdos. Aunque Trumponomics podría atizar un miniboom, también plantea peligros para Estados Unidos y el mundo.

Trumponomics 101En una entrevista con The Economist, el presidente dio su descripción más extensa de lo que él quiere para la economía. Su objetivo es asegurar que más estadounidenses tengan empleos bien pagados al elevar la tasa de crecimiento. Sus consejeros hablan de un crecimiento del PBI de 3% –un punto porcentual más alto de lo que la mayoría de economistas cree que es el ritmo sostenible de hoy.

En opinión de Trump, el camino más importante hacia mejores empleos y un crecimiento más rápido es a través de acuerdos comerciales más justos. Aunque Trump afirma que es promotor del libre comercio, siempre que las reglas sean justas, su perspectiva es directamente la de un nacionalista económico. El comercio es justo cuando los flujos comerciales son equilibrados. Las empresas deben ser recompensadas por invertir en casa y castigadas por invertir en el extranjero.

El segundo y tercer aspecto de Trumponomics, reducciones de impuestos y desregulación, fomentarán la inversión interna. Impuestos más bajos y menos reglas animarán a los empresarios, conduciendo a un crecimiento más rápido y mejores empleos. Esta es economía estándar de la oferta, pero ver a Trumponomics como una reiteración de la ortodoxia republicana es un error y no solo porque su nacionalismo económico es una desviación para un partido que ha defendido el libre comercio.

La verdadera diferencia es que Trumponomics (a diferencia, por ejemplo, de Reaganomics) no es una doctrina económica en absoluto. Lo mejor es verla como un conjunto de propuestas elaboradas por hombres de negocios cortesanos para su rey. Trump ha escuchado a decenas de ejecutivos, pero apenas hay economistas en la Casa Blanca. Su enfoque de la economía nace de una mentalidad en la que los acuerdos tienen ganadores y perdedores y donde los negociadores astutos confunden los principios abstractos. Llámelo capitalismo de sala de directorio.

Que Trumponomics sea una lista de deseos de empresas ayuda a explicar por qué los críticos de la izquierda han atacado sus malas consecuencias distributivas, indisciplina fiscal y potencial favoritismo. Y deja claro por qué los empresarios e inversionistas han estado entusiastas, al verla como un incentivo para aquellos que asumen riesgos y buscan ganancias. Los mercados de valores están cerca de máximos históricos y los índices de confianza empresarial se han disparado.

A corto plazo, esa confianza podría resultar autorealizable. Estados Unidos puede intimidar a Canadá y México a renegociar el TLCAN. Pese a todos sus sermones acerca de la prudencia fiscal, los republicanos en el Congreso son poco proclives a negar a Trump un recorte de impuestos. El estímulo y la reducción de reglas pueden conducir a un crecimiento más rápido. Y con la inflación todavía quiescente, la Reserva Federal podría no ahogar ese crecimiento con tasas de interés muy altas.

Dar rienda suelta a la energía reprimida sería algo bien recibido, pero la agenda de Trump tiene dos peligros. Los supuestos económicos implícitos en él son internamente inconsistentes. Y se basan en un cuadro de la economía estadounidense que está desactualizado hace décadas.

Contrariamente a las afirmaciones del equipo de Trump, hay pocas pruebas de que el sistema comercial mundial o los acuerdos comerciales individuales hayan sido sistemáticamente sesgados contra Estados Unidos.

En cambio, el déficit comercial de Estados Unidos –el principal indicador de Trump de la injusticia de los acuerdos comerciales– se entiende mejor como la brecha entre cuánto ahorran los estadounidenses y cuánto invierten.

La letra pequeña de los acuerdos comerciales es casi irrelevante. Los libros de texto predicen que los planes de Trump para impulsar la inversión interna probablemente conducirán a mayores déficits comerciales, como sucedió en el boom de Reagan de los años ochenta. Si es así, Trump tendrá que abandonar su medida de comercio justo o, más perjudicialmente, tratar de frenar los déficits mediante el uso de tarifas proteccionistas que dañarán el crecimiento y sembrarán desconfianza en todo el mundo.

Un problema más profundo es que Trumponomics echa mano de una visión de la economía de Estados Unidos. Trump y sus asesores están obsesionados con el efecto del comercio en los empleos manufactureros, a pesar de que la industria manufacturera emplea solo el 8.5% de los trabajadores de Estados Unidos y representa solo el 12% del PBI. Las industrias de servicios apenas parecen registrarse. Esto no deja a Trumponomics ver la preocupación económica más grande de hoy: la turbulencia creada por las nuevas tecnologías. Es la tecnología, y no el comercio, lo que está devastando el comercio minorista estadounidense, una industria que emplea a más personas que la manufactura. Y el nacionalismo económico acelerará la automatización: las empresas que no puedan subcontratar puestos de trabajo a México seguirán siendo competitivas invirtiendo en máquinas en casa. La productividad y los beneficios pueden aumentar, pero esto no puede ayudar a los trabajadores de fábrica menos calificados, quienes según Trump son su prioridad.

La mordida detrás del ladridoTrumponomics es una mala receta para la prosperidad a largo plazo. Estados Unidos terminará más endeudado y más desigual. Se descuidarán los problemas reales, como la forma de volver a capacitar a las personas trabajadoras cuyas habilidades se vuelven redundantes. Peor aún, cuando las contradicciones se hacen evidentes, el nacionalismo económico de Trump puede volverse más feroz, llevando a reacciones violentas en otros países, alimentando aún más la ira en Estados Unidos. Incluso si produce una explosión de crecimiento de corta duración, Trumponomics no ofrece un remedio duradero para los males económicos de EE.UU. Todavía puede allanar el camino para algo peor.