Donald Trump
Donald Trump

¿El presidente está encaminado a destruir el sistema internacional que Estados Unidos (EE.UU.) creó después de la Segunda Guerra Mundial?

Desde que Trump hizo explotar la cumbre del G-7, lanzando una oleada de insultos contra los aliados más cercanos de EE.UU. en su camino hacia adular al tirano norcoreano , no han faltado pesimistas que advierten que este sistema de posguerra se está desviando hacia el colapso final, e incluso que hemos llegado a la "sentencia de muerte de EE.UU. como gran potencia".

En esos momentos, a menudo vale la pena tener una visión más larga e histórica; y en este caso, el pasado nos recuerda cuán resiliente ha sido tradicionalmente el sistema internacional que está alterando, pero también en qué medida las tensiones en ese sistema son únicas y se refuerzan mutuamente en la actualidad.

Los defensores de la política exterior de EE.UU. posterior a la Segunda Guerra Mundial (y yo me cuento entre ellos) a menudo retratan las últimas siete décadas como una era dorada de paz, prosperidad y estabilidad. Y según cualquier comparación razonable, la era de posguerra ha sido precisamente eso.

EE.UU. y sus amigos formaron alianzas y equilibrios de poder favorables que frenaron a los agresores y dieron paso al período quizás más largo de paz entre grandes potencias en la historia moderna. La economía internacional abierta establecida por Washington produjo una prosperidad nacional y mundial sin precedentes. Los derechos humanos y la democracia se expandieron más que nunca.

Sin embargo, incluso en medio de todo este progreso, el sistema de posguerra ha sido puesto a prueba prácticamente desde el día de su creación.

Las alianzas de han sido divididas por disputas serias e implacables, desde la crisis de Suez en la década de los cincuenta (cuando EE.UU. libró una guerra económica contra Gran Bretaña y Francia para obligarlos a dar marcha atrás en su mal planeada invasión a Egipto), hasta la Guerra de Irak en el 2003.

El orden económico global ha sido sacudido en reiteradas ocasiones, desde el colapso del sistema de finanzas internacionales de Bretton Woods y las crisis petroleras en la década de los setenta, hasta las tensiones comerciales de los años ochenta y la crisis financiera mundial del 2008.

La paz y la estabilidad internacionales han sido comparativamente abundantes desde la Segunda Guerra Mundial, pero ha habido momentos, como el gran desarrollo militar soviético y la ofensiva del tercer mundo de la década de los setenta, en que parecía que los agresivos poderes autoritarios estaban ganando terreno. En general, el orden de la posguerra ha sido notablemente exitoso, pero ha sufrido su cuota de traumas.

De alguna manera, esta historia es motivo de consuelo hoy. El hecho de que el orden de la posguerra haya sobrevivido e incluso prosperado en medio de tales alteraciones nos recuerda que históricamente ha demostrado ser muy resistente.

Las alianzas de EE.UU., por ejemplo, han formado una cooperación profundamente institucionalizada que puede resistir la hostilidad entre líderes. El sistema económico internacional ha demostrado ser lo suficientemente flexible para superar las crisis y adaptarse frente a desafíos imprevistos.

Hoy podemos ver estas fuentes de resiliencia en funcionamiento. La cooperación de seguridad cotidiana con los aliados de la OTAN sigue siendo fuerte, a pesar de las tensiones comerciales y la atmósfera frecuentemente conflictiva.

EE.UU. ahora está abdicando al liderazgo económico internacional, pero otros países están tratando de asumir la responsabilidad persiguiendo acuerdos de libre comercio, como un pacto comercial entre la UE y Japón y el reducido Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica, de 11 miembros.

Es tentador esperar, entonces, que el sistema de posguerra sobreviva a la era tal como ha sobrevivido a períodos previos de incertidumbre. Sin embargo, una perspectiva a más largo plazo también nos recuerda cuál inaudita es la situación en la actualidad.

En primer lugar, el orden liderado por EE.UU. nunca ha visto a un presidente estadounidense como . Puede que Richard Nixon se haya quejado de que los aliados de EE.UU. eran unos aprovechados, y los líderes desde Harry Truman en adelante a menudo se sentían frustrados por la desigualdad financiera y la carga de mano de obra que EE.UU. debían soportar.

Pero esos líderes estaban fundamentalmente comprometidos con la preservación del sistema porque también entendían que EE.UU. obtuvo esos enormes beneficios de la paz, prosperidad y estabilidad global que proporcionó.

, sin embargo, fue cortado por una tijera muy diferente.

La razón por la cual puede recurrir tan arrogantemente al proteccionismo y amenazar con guerras comerciales, la razón por la que puede provocar tan gratuitamente a los aliados de EE.UU., es que simplemente no cree que perder a esos aliados y arruinar un sistema de comercio global abierto perjudique los intereses estadounidenses.

Él cree, más bien, que esto liberaría a Washington para perseguir sus intereses más despiadadamente, para hacer tratos con adversarios de larga data mientras extorsiona exigiendo más concesiones a antiguos aliados.

Está casi sin duda equivocado respecto a que este enfoque, de hecho, beneficiaría a EE.UU. en el largo plazo, como argumenté extensamente en mi reciente libro. Pero eso no hace que sus convicciones sean menos sinceras. El líder del mundo libre no parece creer que valga la pena preservar el mundo libre: este desafío es diferente de cualquier otro que el sistema de posguerra haya enfrentado.

Sus efectos se multiplican por una segunda fuente de inestabilidad, que habría existido incluso si Trump nunca se hubiera convertido en presidente. Independientemente de quién fue elegido presidente en el 2016, el sistema de posguerra habría entrado en otra encrucijada, a medida que las dinámicas globales de poder cambian y las presiones geopolíticas se multiplican.

Dos ambiciosos poderes autoritarios –una Rusia resurgente y una China en ascenso– están compitiendo por una mayor influencia y poniendo a prueba el poder estadounidense en regiones cruciales del globo. El Medio Oriente está en caos como resultado de la competencia entre Irán y sus adversarios sunníes, las actividades de los violentos extremistas y los colapsos generalizados de la estabilidad política.

El autoritarismo está en marcha, mientras los dictadores se fortifican contra la disidencia nacional y las democracias luchan por satisfacer las expectativas de sus ciudadanos en medio de un cambio desorientador. Y a raíz de la Guerra de Irak y la crisis financiera mundial, el equilibrio global parece estar alejándose de los antiguos defensores del orden internacional.

En muchos sentidos, este cambio de poder concreto a menudo se exagera: EE.UU. mantiene una ventaja significativa en cuanto al poder económico y militar respecto de cualquier adversario, y esa ventaja crece aún más cuando los aliados de EE.UU. se agregan a la mezcla.

No obstante, la capacidad de EE.UU. para preservar los acuerdos que ha mantenido durante tantos años está siendo motivo de mayor duda, al igual que Trump arroja dudas sobre la disposición de Washington a hacerlo. Es esta combinación –la amenaza interna y las amenazas externas– lo que parece ser tan peligroso y desestabilizador.

Esa es la razón por la que las elecciones del 2020 ya se están perfilando para ser tan fatalmente consecuentes. Si Trump es derrotado por un candidato que afirme enérgicamente el papel tradicional de EE.UU. en el mundo y que trabaje para reparar el daño a las alianzas de EE.UU. y el sistema de comercio global, entonces Washington y sus aliados tendrán una oportunidad de luchar para mantener el orden de posguerra a pesar de todo desafíos que enfrente.

Pero si Trump es reelecto, o si le sigue alguien que también cree que el sistema global que creó EE.UU. ahora está funcionando en su contra, entonces gran parte del mundo concluirá que EE.UU. se está retirando del juego del orden global justo cuando ese juego está llegando a su momento crucial.

Esa conclusión, a su vez, podría convertirse en una profecía autocumplida, a medida que los aliados comiencen a cubrir sus apuestas, los adversarios se fortalezcan y las tensiones en el sistema se intensifiquen. El orden global que EE.UU. construyó probablemente pueda sobrevivir, aunque a un alto precio, a cuatro años sabáticos de EE.UU. Pero un orden sin líderes bajo presión no durará para siempre.

Por Hal Brands

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.