Los últimos seis presidentes de México completaron su primer año con una reducción promedio de 0.4% del PBI, pero en su sexto y final, el PBI creció 3.5% en promedio. También es probable que los gobiernos enriquezcan a sus aliados a expensas del resto, así que en cada cambio de mando, los inversionistas esperan hasta saber a qué atenerse.
Por eso no debe sorprender que México apenas crecerá este año, el primero del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), pero los economistas temen que en esta ocasión el decaimiento podría prolongarse. El encono popular contra el statu quo generó el triunfo de este populista de izquierda que quiere centralizar el poder, potenciar el tamaño del Estado y equilibrar las cuentas fiscales, al tiempo de hacer que el PBI crezca 4% anual, “el doble que en el periodo neoliberal”.
La lista de dolores de cabeza es larga. La confianza del consumidor, que se disparó tras la toma de mando, se ha desplomado. La industria la está pasando mal: la importación de bienes de capital cayó 16% el último año, la mayor reducción desde la crisis financiera, y la creación de empleo formal se ha desacelerado. Las proyecciones de crecimiento han sido revisadas a la baja repetidamente.
No todo el pesimismo es por factores internos. Las exportaciones, otrora aspecto positivo, crecen más lentamente, golpeadas por una floja demanda de Estados Unidos. Las amenazas del presidente Donald Trump, primero de romper el NAFTA y, luego, de imponer aranceles a México para desalentar la migración centroamericana, han aumentado la incertidumbre.
Pero las empresas mexicanas también se quejan por los mensajes ambivalentes de su Gobierno. Mientras AMLO fustiga al sector privado, sus asesores señalan que pronto habrá medidas proempresa. El mandatario desechó un nuevo aeropuerto de US$ 13,000 millones, que ya estaba en construcción, pues lo consideró demasiado caro y ordenó la renegociación del contrato para un gasoducto que creyó era muy generoso. En julio, el tecnócrata secretario de Finanzas, Carlos Urzúa, renunció y acusó al Gobierno de optar por el extremismo sobre la evidencia en la toma de decisiones.
Las promesas fiscales han atrapado al Gobierno, sostiene Gabriel Lozano, economista jefe para México de JPMorgan Chase. La meta de superávit fiscal de 1% para este año se apoyó en el recorte de sueldos públicos, empezando por el del presidente, pero esas medidas han enfriado la economía. La recaudación tributaria no ha cubierto las expectativas, en parte porque la proyección presupuestaria de aumento del PBI (2%) era optimista, y también por el éxodo de funcionarios en el ente recaudador.
El Gobierno ha usado la mitad de los US$ 15,000 millones de su fondo de estabilización fiscal para compensar la falta de recursos. La proyección presupuestaria oficial del PBI también es más optimista que las de analistas privados. La prudencia fiscal podría flaquear con la cercanía de las elecciones de medio periodo del 2021. Parece probable que habrá otro año de decepción fiscal, lo cual podría vaciar el fondo del Gobierno para malos tiempos.
Por su parte, AMLO quiere derrochar en proyectos de su interés, que incluyen una refinería de petróleo en su estado de origen, Tabasco, y un “tren maya” a través de la selva mexicana. Con una economía paralizada, esos planes no son sostenibles, y sus leales admiten que tampoco lo es su elevada aprobación en las encuestas. Por lo pronto, ha retrocedido en incrementar las pensiones para la vejez.
Las fuerzas externas podrían ofrecer una salida de este embrollo. A raíz de la guerra comercial de Estados Unidos con China, México debería estar atrayendo inversionistas que buscan cubrirse contra el riesgo país de China, señala el economista Luis de la Calle. La brecha entre las tasas de interés del banco central mexicano y las de la Reserva Federal es de 6.25 puntos porcentuales, la mayor entre países con grado de inversión.
Asimismo, el Gobierno quiere financiar con capital privado hasta 1,600 proyectos de infraestructura —el presidente tiene la esperanza de que “reactivarán” la economía—. También debiera haber un impulso a corto plazo por un fuerte aumento de la producción petrolera, el próximo año, cuando empresas privadas comiencen a extraer crudo bajo contratos suscritos como parte de las reformas energéticas aplicadas por el Gobierno anterior —AMLO no ha autorizado más licitaciones, pero sus asesores han sugerido que habría nuevas en el 2020—.
A los pesimistas les preocupa que este Gobierno pueda desperdiciar más oportunidades. Cuando fue investido, pudo haber abordado un problema fundamental: un sistema económico que hace posible el capitalismo clientelista e impide que las pequeñas empresas se expandan. También pudo haber lidiado con la creciente violencia o elevar los bajos niveles educativos.
Si se hubiesen afrontado esos desafíos, habría valido la pena tener un PBI transitoriamente golpeado. El riesgo es que incluso si el Gobierno logra salir indemne de su primer año, no tendrá ninguna recompensa.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2019