Redacción Gestión

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En un esfuerzo por entender la nueva realidad, muchos CEO estadounidenses han estado leyendo la autobiografía de , "The Art of the Deal" ("El arte de la negociación"). Publicada en 1987, comienza describiendo su semana en la oficina, que principalmente consiste en frecuentes conversaciones telefónicas con su agente de bolsa y reuniones con empresarios que le adulan.

Antes de las elecciones de noviembre, buena parte de esos CEO arremetió contra por constituir una amenaza para el capitalismo, entre otros peligros, pero hoy se deshacen en elogios hacia él. Los ejecutivos ofrecen dos explicaciones para este cambio de actitud: no pueden evitar reaccionar a su seductora ofensiva contra las grandes corporaciones y están convencidos de que hay algo de sustancia en su postura.

Con respecto a la primera, los años de Obama fueron gloriosos para las corporaciones pues sus ganancias crecieron y muchas construyeron oligopolios mediante grandes adquisiciones. Pero la mayoría de CEO vio esa presidencia con desaliento: las ventas de sus empresas se estancaron junto con la economía y, reacios a invertir, destinaron sus ganancias a la recompra de acciones. Además, Obama no mostró interés por rodearse de empresarios y si bien la legislación antimonopolio era laxa, otra regulación se hizo más rigurosa.

La nueva era es totalmente distinta. Desde que ganó, ha tenido contacto personal con los CEO de empresas que suman US$ 5 millones de millones en valor de mercado y ha nombrado a varios como asesores o funcionarios de su Gobierno. La mayoría de CEO es consciente de la significancia del estatus, así que una invitación a la Torre Trump o la Casa Blanca para discutir cómo manejar el país les sienta muy bien.

Una vez que las cámaras están apagadas, el presidente apela a las lisonjas; les dice a los CEO cuán importantes son sus empresas para el país y que allanará el camino para que puedan invertir. Asimismo, aquellos que antes no eran bien vistos tienen la oportunidad de enmendarse.

Ya lo han hecho, entre otros, el CEO de AT&T, cuya oferta para adquirir Time Warner fue criticada por durante su campaña; los de las tres grandes automotrices, a las que fustigó por invertir en México; y Elon Musk, de Tesla, ahora convertido en uno de sus asesores. No obstante, pocos son tan ilusos como para creer que una hora con el voluble Trump puede asegurarles gracias duraderas.

Los CEO también señalan que los planes económicos potenciarán al sector privado estadounidense. Son cuatro los cambios sustanciales en marcha. Primero, las empresas podrán repatriar sus ganancias del exterior sin pagar ningún gravamen —tienen guardados US$ 1 millón de millones afuera—.

Segundo, el Congreso, controlado por el Partido Republicano, reducirá la tasa base del impuesto corporativo de 35% a 20%, o menos. Tercero, el Estado invertirá en modernizar aeropuertos y caminos. Y cuarto, se flexibilizará la regulación. En una reunión con CEO el 23 de enero, prometió eliminar el 75% de los trámites burocráticos. Para los CEO, estas medidas crearán un círculo virtuoso de inversión y crecimiento.

Si bien exigirá un menor celo a los reguladores ambientales y financieros, la reducción de la burocracia tomará años; y el aumento del gasto en infraestructura podría toparse con los republicanos adversos al déficit. En cuanto a los impuestos corporativos, las grandes compañías ya pagan bastante menos que la tasa oficial. Por ejemplo, las que integran el índice S&P 500 pagaron en promedio 23% el último año reportado, de acuerdo con data de Bloomberg.

Respecto al dinero en efectivo que las empresas estadounidenses mantienen en el extranjero, la mitad pertenece a tecnológicas como Google y Microsoft, que actualmente invierten menos de un tercio de su flujo de caja total y que podrían continuar recomprando grandes cantidades de acciones. Para las demás del S&P 500, el efectivo que guardan afuera solo equivale a un gasto de capital para nueve meses, o 2% de su valor de mercado. Estas cifras son demasiado pequeñas como para marcar una gran diferencia.

Además, hay que tener en cuenta la postura de frente al comercio exterior, lo cual es de gran importancia para las grandes empresas, dado que un tercio de sus ventas se realiza fuera de Estados Unidos. Muchos CEO interpretan las amenazas de Trump de iniciar guerras comerciales con China y México como una manera de determinar precios.

Para ellos, lo que está haciendo es realizar ampulosas demandas para iniciar las negociaciones, pero esperan que alcance acuerdos racionales con ambos países que harán que el comercio florezca. Una sección muy citada de la autobiografía explica cómo Trump apunta a lo más alto: presiona y presiona pero luego acepta menos de lo que originalmente exigió.

Sin embargo, negociar con países es una competencia que presenta un riesgo mayor que regatear por lotes edificables en Manhattan. Encima, el presidente tiene una conducta errática, está mal informado y le asesoran proteccionistas de línea dura.

El cambio de actitud de los CEO estadounidenses parece inusitadamente entusiasta. Por ello, quizás sería recomendable que siguieran otro consejo de la autobiografía de Trump: "Yo creo en el poder del pensamiento negativo… al negociar, siempre hay que esperar lo peor".

Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez_© The Economist Newspaper Ltd,London, 2017_