Durante la mayor parte de la pandemia, una excepcional incertidumbre sobre el futuro de la economía de Estados Unidos ha estado acompañada de una excepcional certeza de que la política monetaria permanecerá muy flexible. Pero ya no. En su sesión de junio, la Reserva Federal (Fed) dio a entender que podría elevar sus tasas de interés el 2023, más pronto de lo que se pensaba, y revisó al alza su proyección de inflación para este año.
Los inversionistas se pasaron una semana tratando de digerir la noticia: los rendimientos de bonos, que varían inversamente a los precios, primero subieron y luego cayeron por debajo de su nivel inicial, las acciones cayeron bruscamente y luego se recuperaron, y las monedas de países emergentes, que padecen cuando la política monetaria estadounidense se endurece, han caído frente al dólar.
De repente, las decisiones de la Fed respecto de la tasa de interés futura pueden contarse entre los muchos factores desconocidos que penden sobre la economía estadounidense, a medida que se recupera de la pandemia. En esa lista ya figuraban el impacto de las nuevas variantes del virus, el destino del plan de infraestructura del presidente Joe Biden, el ritmo al que los consumidores gastarán los ahorros que acumularon durante la crisis, y la persistencia de los cuellos de botella que están alterando las cadenas de suministro y el mercado laboral.
Cuando la política monetaria de la Fed parecía estar escrita en piedra, las cambiantes opiniones de los inversionistas sobre los mencionados rompecabezas se reflejaban directamente en sus expectativas de crecimiento e inflación. Pero ahora también tienen que sopesar la posibilidad de que la Fed se anticipe a un sobrecalentamiento de la economía y suba las tasas de interés antes de lo que prevén.
El viraje de la entidad parece haber sido provocado por los nuevos cálculos de la inflación del próximo año, pues será más elevada de lo que esperaba. En el trimestre marzo-mayo, la inflación subyacente —que excluye los precios de alimentos y energía—, fue 8.3% respecto del mismo periodo del año pasado, la tasa más alta desde que Paul Volcker (presidente de la Fed entre 1979 y 1987) le hacía la guerra a la inflación, a principios de los años 80.
La entidad espera que las presiones inflacionarias se atenuarán rápidamente. No obstante, las mismas dejarán una marca sobre la futura política monetaria. La Fed fija una meta de inflación de 2% promedio anual para todo el ciclo económico, y la tasa más alta en la actualidad ya está compensando el desplome de los precios ocurrido durante la peor etapa de la crisis.
La entidad espera que su indicador de precios preferido (la inflación subyacente) cierre el año en 3.4% respecto del 2020 —o 0.6% por encima de lo que habría sido si la inflación hubiese cerrado el 2019 en 2%—. Si se cuenta desde agosto del 2020, cuando la meta de inflación promedio fue introducida, el exceso en el incremento de precios será 1.2%.
Por consiguiente, el cambio de tono de la Fed es bienvenido. Debido a que las expectativas inflacionarias pueden retroalimentarse, un recordatorio público de que la entidad no quiere que una repentina alza de precios se le escape de las manos reduce la posibilidad de que eso suceda.
Un ajuste gradual efectuado hoy también reduce la probabilidad de que el pánico provoque una disparada en los rendimientos de los bonos mañana, lo que ayudará a evitar una reacción exagerada de los inversionistas, como la ocurrida el 2013, cuando la Fed indicó que reduciría sus compras de títulos de renta fija.
Su presidente, Jerome Powell, está logrando el equilibrio adecuado entre evitar cometer el mismo error y reconocer que el trabajo de la Fed es alcanzar sus metas de indicadores económicos, no garantizar la tranquilidad de los mercados financieros. Sin embargo, podría hacerlo mejor si fuese más claro con los mensajes sobre la meta inflacionaria promedio, pues son frustrantemente ambiguos.
Más inquietante es la pobre calidad de las proyecciones de la entidad, que ha metido la pata por dos años consecutivos. El 2020, subestimó el rebote del empleo, y este año fue sorprendida por la inflación. Es probable que haya más sorpresas, en particular en torno a la inflación, pues el riesgo de que sea más elevada sigue siendo considerable.
Es cierto que las cotizaciones de algunas materias primas, como el cobre, se han reducido respecto de los picos registrados en mayo —y han caído más desde la sesión de la Fed de este mes—. Pero la incertidumbre en los mercados de bonos se ha incrementado, los precios del petróleo siguen aumentando y muchos pronosticadores, incluidos funcionarios de la Fed, están preocupados de que la inflación elevada podría persistir bien entrado el 2022.
Ha quedado más claro que la política monetaria actuará frente a una alta inflación, lo cual es lo apropiado. Pero eso significa que las tasas de interés —y, por ende, los precios de activos— reflejarán más de la incertidumbre que está perturbando las perspectivas económicas.
Traducido para Gestión por: Antonio Yonz Martínez