¿Se sienten más felices los habitantes de un país a medida que este aumenta su riqueza? La mayoría de gobiernos parece creerlo, si tenemos en cuenta su indesmayable énfasis en incrementar el PBI. Sin embargo, hace falta evidencia confiable y a largo plazo que vincule riqueza y felicidad. Además, medir el bienestar conlleva muchos problemas, dado que suele depender de encuestas que piden a los participantes evaluar de manera subjetiva sus propios niveles de felicidad.
No obstante, Daniel Sgroi, de la Universidad de Warwick, y Eugenio Proto, de la Universidad de Glasgow, ambas en Reino Unido, consideran que tienen una respuesta. Tras examinar millones de libros y artículos periodísticos publicados desde 1820 en cuatro países —Alemania, Estados Unidos, Italia y Reino Unido—, desarrollaron lo que esperan que sea una medición objetiva de la trayectoria histórica de la felicidad en dichos países.
Y su respuesta es que la riqueza sí trae felicidad, pero que son otras las cosas que hacen un mayor aporte. Investigaciones previas han mostrado que los niveles básicos de felicidad de las personas se reflejan en lo que dicen o escriben. Por ende, Sgroi y Proto consultaron archivos periodísticos y Google Books, que es una colección de más de ocho millones de títulos que constituyen alrededor del 6% de todos los libros publicados físicamente.
Lo que buscaron en esos textos fueron palabras a las que asignaron una “valencia” sicológica —un valor que representa cuán emocionalmente positivas o negativas son—, al tiempo que controlaban cambios de significado de palabras como “gay” o “awful” (“horrendo”), pues antes su significado más común era “inspirar admiración”. El resultado es el National Valence Index (Índice de Valencia Nacional), publicado la semana pasada en la revista académica Nature Human Behaviour.
Colocados junto con la línea de tiempo histórica, los índices para cada país bajo estudio muestran cómo los cambios en la felicidad nacional son el reflejo de eventos importantes. En Reino Unido, la felicidad se redujo fuertemente durante las dos guerras mundiales y comenzó a aumentar de nuevo después de 1945, alcanzando su pico en 1950. A partir de entonces, cayó gradualmente, incluso a lo largo de los llamados “Swinging Sixties” (“los vibrantes años 60”), hasta alcanzar su nadir alrededor de 1980.
La felicidad nacional de Estados Unidos también descendió con las guerras mundiales, así como en la década de 1860, durante y después de la Guerra de Secesión. El punto más bajo fue 1975, al final de un prolongado declive durante la Guerra de Vietnam, con la caída de Saigón y la humillante derrota estadounidense.
En Alemania e Italia, la Primera Guerra Mundial también provocó declives de felicidad. En cambio, con la Segunda, ambos países se sentían más felices a medida que la conflagración proseguía. Esto podría deberse a sus victorias iniciales, pero difícilmente puede explicar la felicidad alemana cuando el ejército soviético se aproximaba a Berlín. La hipótesis de los investigadores es que lo medido es el resultado de la propaganda y la censura, en lugar de opiniones honestas, aunque no lo pueden probar.
Aunque para sentirse feliz es importante que el ingreso nacional crezca, no es tan importante como asegurarse que la población esté saludable o evitar conflictos.
En la historia italiana sí hubo un claro y explicable desplome de la felicidad en 1848, con el fracaso de las revoluciones cuyo propósito era unificar en un solo país lo que entonces era media docena de estados. Lo sorprendente es que en la década de 1860, a lo largo de la cual la unificación se materializó, también hubo una caída de la felicidad.
Con respecto a la riqueza, el sostenido progreso en la era Victoriana (1837-1901) se emparejó con un continuo aumento de la felicidad británica, algo que igualmente ocurrió con el boom económico de los años 20, que también levantó los ánimos estadounidenses. El humor de los dos países se contrajo de nuevo con la Gran Depresión que siguió al derrumbe bursátil de 1929. Sin embargo, luego de los bajones de los años 70, la felicidad en ambos ha estado en alza.
En general, Sgroi y Proto descubrieron que la felicidad varía con el PBI, pero que el efecto de la salud y la esperanza de vida, que no poseen la característica episódica de los booms y debacles económicos, ni de los conflictos armados, es mayor, incluso cuando se toma en consideración la tendencia que muestra la riqueza en mejorar la salud. Por ejemplo, un incremento de un año en la longevidad tiene el mismo efecto sobre la felicidad nacional que un crecimiento del PBI de 4.3%.
Y como indica el análisis histórico, la guerra es la causante de los mayores descensos de felicidad. En promedio, se necesita que el PBI se expanda 30% para que la felicidad recupere lo que pierde en un año de guerra. El resultado parece ser que, aunque para sentirse feliz es importante que el ingreso nacional crezca, no es tan importante como asegurarse que la población esté saludable o evitar conflictos.