Las muertes confirmadas por covid-19 están por superar el millón. Quizás otro millón esté sin registrar. Desde el inicio de la pandemia, hace nueve meses, los casos semanales han estado subiendo lentamente. En partes del mundo emergente el virus sigue muy activo y varios países europeos que creyeron haberlo contenido están sumidos en una segunda ola de contagios. En Estados Unidos, los decesos ya exceden los 200,000 y los casos semanales aumentan en 26 estados.
Esas cifras representan mucho sufrimiento. Casi el 1% de sobrevivientes tiene lesiones duraderas, como pulmones dañados o fatiga, y en los países en desarrollo el dolor se agrava con pobreza y hambre. Pero las estadísticas también dan buenas noticias. Tratamientos y medicinas están haciendo al covid-19 menos mortal. Y las sociedades cuentan con las herramientas para controlar la enfermedad, aunque en este aspecto demasiados gobiernos tienen que corregir errores, pues el covid-19 seguirá amenazante durante meses, posiblemente años.
Con respecto a los números, el incremento de casos en Europa se debe a que se está haciendo mayor testeo. El modelo aplicado por The Economist sugiere que el total de contagios ha caído sustancialmente desde su pico de más de 5 millones diarios, en mayo. Más testeo también explica la baja en la tasa de mortalidad. En adición, países como India, cuya edad promedio es 28 años, sufren menos decesos porque el virus no es tan dañino con los jóvenes.
La reducción de muertes también refleja los avances médicos. Ahora se sabe que aparte de los pulmones, otros órganos como corazón y riñones están en riesgo, y los síntomas son tratados temprano. En las UCI británicas, 90% de pacientes estuvo conectado a ventiladores a inicios de la pandemia, y solo 30% en junio. En Europa, los fallecimientos son 90% menores que en la primavera (boreal), aunque esa tasa se reducirá a medida que el virus vuelva a afectar a grupos vulnerables.
Se vienen más avances. Anticuerpos monoclonales, que inhabilitan al virus, podrían estar disponibles a fines de año. Es casi seguro que les seguirán las vacunas. Dado que las distintas medicinas usan diferentes líneas de ataque, los beneficios pueden ser acumulativos. Sin embargo, en el mejor de los escenarios, la pandemia será parte de la vida diaria hasta bien entrado el 2021 e incluso si surge la vacuna, nadie espera que sea 100% eficaz; su protección podría ser temporal o débil en ancianos.
Fabricar y administrar miles de millones de dosis tomará gran parte del próximo año. Habrá obstáculos logísticos y quizás disputas. Además, según las encuestas, 25% de adultos -la mitad en Rusia- rehusaría ser vacunado. Es por ello que en el futuro cercano, la primera línea de defensa seguirá siendo testear y rastrear, distanciamiento social y comunicación clara de parte del Gobierno. No hay ningún misterio, pero países como Estados Unidos, Reino Unido, España e Israel persisten en hacerlo desastrosamente mal.
Un problema es el deseo de evadir la disyuntiva entre cerrar para que la gente viva y seguir abiertos para que la vida continúe. La derecha elogia a Suecia por supuestamente dejar que el virus se expandiese y priorizar la economía y la libertad. Pero su tasa de mortalidad es 58.1 por 100,000 habitantes y su PBI cayó 8.3% en el segundo trimestre, ambos indicadores peores que en Dinamarca, Finlandia y Noruega.
La izquierda aplaude a Nueva Zelanda, que cerró su economía para salvar vidas. Solo sufrió 0.5 muertes por 100,000, pero en el segundo trimestre su PBI se redujo 12.2%. En cambio, Taiwán no cerró por completo y su tasa de mortalidad es 0.03 y su PBI cayó 1.4%. Las cuarentenas totales, como ahora en Israel, son señal de que las medidas han fallado, son costosas e insostenibles.
Países como Alemania, Corea del Sur y Taiwán han aplicado testeo y rastreo focalizado para detectar lugares con altas tasas de contagio y aplicar cuarentenas. Si el testeo es lento, como en Francia, no funcionará, y si no se confía en el rastreo de contactos, como en Israel, la gente evadirá la detección.
Los gobiernos deben identificar las disyuntivas que tienen más sentido económico y social. Las mascarillas son baratas y funcionan. Abrir colegios, como en Alemania y Dinamarca, debe ser prioritario; no así lugares ruidosos y disolutos como bares. Gobiernos como el británico, que dictan órdenes que ni sus funcionarios obedecen, verán que la observancia es baja. Otros, como la provincia canadiense de Columbia Británica, que fijan principios e invitan a personas, colegios y centros de trabajo a diseñar sus propios planes, podrán sostener el esfuerzo.
Los gobiernos ya no tienen excusa. En su apuro por la normalidad, España bajó la guardia. En Estados Unidos, la agencia de Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, otrora la más respetada del mundo, ha estado plagada de errores, mal liderazgo y denigración presidencial. Los líderes israelíes cayeron víctimas de luchas internas. La pandemia tiene para rato y los gobiernos tienen que espabilar.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2020