Cuando los retornos de los y de los bonos gubernamentales en el mundo desarrollado son cero, o incluso negativos, no sorprende que los inversionistas estén diversificando con mayor amplitud sus portafolios. En ese proceso, la "búsqueda de rendimiento", como se le ha llamado, ha fijado su atención en los mercados emergentes.

Hace una o dos décadas, los bonos soberanos de esos países habrían sido los únicos beneficiarios de estos flujos, pero esa deuda ya no ofrece retornos muy jugosos: los bonos a diez años emitidos por Malasia y Filipinas, por ejemplo, tienen rendimientos de alrededor de 3.6%.

Como resultado, los inversionistas están tomando un riesgo extra y acumulando deuda corporativa. En lo que va de este año, los fondos en ese sector han recibido US$ 11,500 millones, según el banco HSBC. Su entusiasmo ha sido recompensado: el índice de bonos corporativos en mercados emergentes de Bloomberg ha aumentado 13.4% desde el 1 de enero, comparado con el 4.4% de los bonos del Tesoro estadounidense.

Ese repunte ha ocurrido a pesar de las inquietudes de inicios de año en torno a la fortaleza de la economía china y el impacto del alza de las tasas de interés en Estados Unidos. La mejora del desempeño de los bonos emergentes refleja, en parte, un mayor optimismo económico, ya que los precios de los commodities se han recuperado —buena noticia para los productores de materias primas—.

Además, el FMI ha revisado al alza, hasta 4.2%, su proyección de crecimiento de las economías emergentes y espera que el próximo año sea aún mejor (4.6%). Y los bonos corporativos no son los únicos en disfrutar este rally, ya que también ha alcanzado a las acciones y las divisas.

Sin embargo, los inversionistas necesitan ser cuidadosos, pues los fundamentos de los bonos se están deteriorando. En el 2015, 26 emisores corporativos emergentes entraron en default, cuando en el 2014 fueron quince. Ello elevó la tasa de default de deuda especulativa hasta 3.1%, la más elevada desde el 2009, de acuerdo con Standard & Poor's (S&P). En lo que va del 2016, han entrado en default 18 emisores, con lo que la referida tasa ha pasado a 3.7%.

Si bien el ritmo de incumplimientos de pago está creciendo, la tasa solo se ha movido un poco por encima de su promedio histórico (3.5%), un porcentaje que se vio incrementado a comienzos de este siglo, cuando se registró un elevado nivel de defaults. La tasa más alta (17.6%) correspondió al 2002.

Es probable que estén en camino más defaults. Más de la mitad de todos los emisores corporativos emergentes tienen grado especulativo (o "basura", que es como los inversionistas menos corteses llaman a sus bonos). El año pasado, S&P redujo la calificación de 290 emisores emergentes y solo la elevó para 80; otros 152 fueron considerados con potencial de reducción de su calificación mientras que solo 19 recibieron la evaluación contraria.

Al parecer, cuando las cosas empeoran para los emisores emergentes, estas suceden rápido. En promedio, la brecha entre la emisión de un bono y su entrada en default es 3.6 años en mercados emergentes, mientras que el promedio global es 5.8 años.

¿Qué podría ocurrir para que los fundamentos de las economías emergentes se deterioren todavía más? Recientemente, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) advirtió que "el continuo debilitamiento del comercio y su fuerte desaceleración en el 2015 y el 2016, genera preocupaciones sobre la solidez del crecimiento global".

Al respecto, Citigroup estima que desde la década de 1930, el crecimiento del comercio global en relación con el del PBI global no había sido tan débil. La OCDE explica que el enfriamiento del comercio se debe "a la ralentización y retroceso de la liberalización comercial", así como "al debilitamiento de las cadenas de valor globales" —las relaciones entre las multinacionales en Occidente y sus proveedores en las economías en desarrollo—. Ambas tendencias son malas noticias para el tipo de empresas emergentes que han emitido bonos.

El ascenso de políticos populistas en el mundo desarrollado —incluyendo la posible elección de Donald Trump en Estados Unidos—, podría imponer una amenaza mayor al crecimiento del comercio. Una guerra comercial entre Estados Unidos y China, una propuesta de Trump, provocaría muchos daños colaterales.

Así que los inversionistas podrían terminar intentando encontrar una salida de una clase de activos con fundamentos en rápido deterioro. A diferencia de los tenedores de bonos de Europa y Japón, no podrán refugiarse en los bancos centrales y sus programas de flexibilización cuantitativa para absorber sus activos no deseados.

Y debido a las regulaciones actuales, los bancos de inversión ya no están dispuestos a actuar como formadores de mercado en la misma escala que antes del 2008, de modo que será difícil encontrar liquidez. En suma, los contornos de una futura crisis del mercado de bonos están bastante claros.

Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez© The Economist Newspaper Ltd, London, 2016