A fines de agosto, en Estados Unidos, el saldo de la deuda revolvente por consumo con tarjetas de crédito bordeaba los US$ 1.1 millones de millones. Es un tipo peligroso de deuda, pues las altas tasas de interés y los pagos de montos mínimos podrían hacer que los saldos se incrementen velozmente. Pero un grupo de firmas de tecnología financiera (fintech) está creciendo rápidamente porque está ofreciendo una alternativa a los consumidores.
Affirm, basada en San Francisco, fue fundada el 2012 por Max Levchin, un emprendedor en serie que cofundó PayPal. En lugar de ofrecer una línea de crédito que sea usada a voluntad, como con una tarjeta de crédito, la firma otorga préstamos de hasta US$ 15,000 para realizar compras específicas, que son pagados en cuotas previamente acordadas.
Cuando un consumidor efectúa una compra online en una de las socias minoristas de Affirm, por ejemplo Peloton — vendedora de sofisticadas bicicletas estacionarias—, aparece como una de las opciones de pago en la página de cierre de la transacción. En rubros como aros de compromiso y laptops, hace excelentes negocios.
La firma obtiene parte de sus ingresos del cobro de comisiones de entre 3% y 6% a los comercios, sobre préstamos a tres meses que suponen un monto similar al que se habría pagado, en el mismo periodo, si el artículo hubiese sido adquirido con tarjeta de crédito. Eso le posibilita ofrecer préstamos a corto plazo con 0% de interés. Para los de largo plazo, el costo es fijado cuando el préstamo es tomado y no se acumula, como sí ocurre con las tarjetas de crédito, ni siquiera si hay pagos fuera de plazo.
El modelo para estas firmas fue Klarna, fundada en Estocolmo (Suecia) el 2005 y convertida en banco el 2017. Al igual que Affirm, ofrece préstamos de mediano plazo pagaderos mensualmente. Pero también permite a los consumidores dividir en tres a cuatro cuotas quincenales, con cero interés, compras pequeñas, como ropa. Afterpay, fundada en Melbourne (Australia) el 2014, también divide los pagos en cuatro cuotas. Ambas cobran cargos por atrasos, pero limitan el total.
Han surgido rivales más pequeñas, como Sezzle, basada en Mineápolis (Estados Unidos) y fundada el 2016, y Quadpay, en Nueva York, fundada un año después. El año pasado, Affirm registró un volumen de préstamos de US$ 2,000 millones, señala Levchin, en tanto que Klarna financió compras por US$ 29,000 millones, un tercio más que el 2017. Al 30 de junio, el valor anual de las ventas financiadas por Afterpay creció más del doble, hasta US$ 5,200 millones.
Esa veloz expansión se ve reflejada en sus valorizaciones. Affirm vale US$ 2,900 millones, mientras que Klarna levantó financiamiento por US$ 460 millones en agosto, con una valorización de US$ 5,500 millones. Afterpay, que entró a bolsa con una valorización de US$ 1,600 millones el 2017, ahora vale US$ 8,800 millones.
Estos negocios son un éxito entre consumidores jóvenes, quienes según las encuestas, recelan de las tarjetas de crédito. Affirm indica que la mitad de sus clientes es millennial o más joven. La edad promedio de los clientes de Klarna es 32 años, mientras que el 25% de millennials en Australia ha usado Afterpay, frente al 16% de adultos.
Hasta hace poco, solo prestaban para comprar en sitios selectos. En los casos de Afterpay y Klarna, figuraban Anthropologie, tienda de ropa y artículos para el hogar, y la minorista online ASOS. Pero eso está cambiando. En mayo, Klarna lanzó una app que posibilita que los compradores paguen en cuotas en cualquier comercio. El 7 de octubre, Affirm introdujo una app que preaprueba créditos que los usuarios pueden gastar donde deseen.
Con su más reciente movida, estas firmas parecen estar acercándose a territorio de las tarjetas de crédito. Pero Levchin insiste en que retienen la crucial distinción que las hace una mejor opción para los clientes: cronogramas de pago acordados previamente para cada compra, lo cual limita el monto que cancelarán.
Al presente, las pérdidas son modestas —alrededor de 1% del valor de las ventas financiadas en el caso de Afterpay—, pero están “quemando” efectivo muy rápido para financiar su expansión, aparte que pocas han atravesado una recesión. No obstante, si alguna ocurre, hay motivos para ser optimista sobre sus perspectivas.
Es que han crecido lo suficiente como para que los reguladores las vigilen de cerca. Dado que tienen que interactuar con los bancos, que intermedian sus préstamos, si los reguladores llegasen a preocuparse, simplemente podrían instruir a los bancos que dejen de hacer negocios con ellas.
Y sus sofisticados sistemas de evaluación crediticia usan macrodatos y modelos de código cerrado para determinar cuánta deuda pueden asumir quienes solicitan una. Los clientes son rechazados si un préstamo parece alejado de sus posibilidades de pago, además que los saldos pendientes de cancelación son bajos. Sus métodos han estado funcionando muy bien, aunque como la economía global está debilitándose, les espera una prueba más desafiante.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez