Jack Ma estaba triunfal poco después de que Ant Group, su fintech china, valorizara su oferta pública inicial (OPI) en casi US$ 40,000 millones –la mayor de la historia–. En una conferencia en Shanghái, el 24 de octubre, reprendió a los reguladores por enfocarse demasiado en prevenir riesgos financieros. El papeleo, señaló, frena la innovación.
Diez días después, sus palabras le pasaron factura. Menos de 48 horas previas a que sus acciones comenzaran a cotizar en Hong Kong y Shanghái, Ant fue obligada por reguladores chinos a suspender su salida a bolsa. La compañía informó a la Bolsa de Hong Kong que la OPI, programada para el 5 de noviembre, fue suspendida porque Ant “no habría cumplido requisitos de listado o de transparencia”, luego que el regulador se reuniera con Ma y otros ejecutivos.
También figuran “recientes cambios en el entorno regulador”, dando a entender que nuevas reglas pudieron haber entorpecido el proceso. La súbita suspensión también sugiere que algunos funcionarios poderosos podrían estar descontentos con Ma, un hombre hecho a sí mismo que, para los estándares conservadores de los grandes negocios chinos, no tiene pelos en la lengua.
El giro de los acontecimientos no afecta solamente a Ant. También va en detrimento de los reguladores chinos. Las OPI son raramente detenidas en etapas avanzadas. La demanda era de más de 800 veces en Shanghái, y en Hong Kong, el libro de ofertas se cerró un día antes de lo programado. En Shanghái, iba a cotizar en Star Market, la respuesta china a Nasdaq, diseñada para atraer a grupos tecnológicos chinos que han listado en el exterior.
Pero lo que ha hecho esa suspensión de último minuto es recalcar la opacidad del sistema político chino y los riesgos que pueden torpedear hasta a sus empresas más exitosas. También es el roce más público y disruptivo de Ant con los reguladores, que ha adaptado constantemente su negocio ante cambios en las reglas. La debacle de la OPI parece estar relacionada parcialmente con uno de esos casos.
El 2018, los reguladores pusieron topes a la titulización de activos, lo que afectó el modelo de Ant de venta a los bancos de los préstamos que otorgaba. Así que introdujo un nuevo enfoque: consumidores y comerciantes se endeudaban vía Alipay, su app de pagos, pero el dinero provenía de los bancos. Ant era simplemente el cobrador de una “comisión por un servicio tecnológico” y el crédito pasó a ser su principal fuente de ingresos.
El 2 de noviembre, el banco central y el regulador bancario chinos publicaron un borrador de reglamento para el microcrédito online, que parece hecho casi a la medida para debilitar a Ant. Las entidades tendrán que aportar al menos el 30% de los créditos que otorgan junto con los bancos. Ello podría forzar a Ant a registrar en sus cuentas montos mucho mayores del crédito que origina.
También hay más requerimientos de divulgación de información que podrían complicar que los bancos se asocien con Ant. Funcionarios del regulador ya presionan a prestadores comerciales para que se adhieran a las próximas reglas, según Bloomberg. Dependiendo de cómo estas sean implementadas –no estarán finalizadas hasta diciembre–, el modelo de capital ligero de Ant podría terminar viéndose menos impecable.
“Será valorada más como empresa financiera que como tecnológica”, señaló un estratega de un fondo soberano asiático. Dado el historial de Ant, parece seguro apostar que se adaptará rápidamente, pero es probable que sus operaciones de crédito tengan un crecimiento mucho más lento y menor rentabilidad.
Previamente, los inversionistas habían otorgado a Ant un ratio futuro precio-utilidad de 40, en línea con las grandes empresas globales de pagos. La mayoría de bancos chinos, en cambio, tiene ratios menores a 10. Ant estaba en camino a tener una capitalización bursátil por encima de US$ 300,000 millones, superior a la de todos los bancos del mundo, pero ahora es probable que sea mucho menor. Las acciones de Alibaba, la gigante china de e-commerce que posee un tercio de Ant, cayeron 8% tras el anuncio de la suspensión de su listado.
Algunos inversionistas podrían al menos sentirse agradecidos con los reguladores por introducir nuevas reglas antes de la OPI, pues pudieron recalcular el precio de la acción antes de comprar. Pero los reguladores pudieron haber actuado más temprano. La posibilidad de que estuvieron motivados por resentimientos contra Ma, y quizás irritados por su discurso, no puede descartarse.
Ant se ha esforzado para ser considerada una firma tecnológica, no un banco. Describe su negocio como “techfin” y no como fintech. En el periodo previo a la OPI, pidió a agentes de bolsa que asignen analistas técnicos, no solo bancarios, para la operación. Pero, en definitiva, su enfoque siempre fue el sector financiero chino. Ese es el que está listo para un cambio radical y donde está el dinero. Pero como se ha recordado a Ant y a legiones de inversionistas, también es donde los reguladores están al acecho.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2020