Redacción Gestión

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Las negociaciones sobre el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP) –un ambicioso acuerdo comercial entre Estados Unidos, Japón y otros diez países que juntos representan el 40% del PBI mundial– no ha cumplido con tantos plazos que no parece importar uno más.

Pero las negociaciones están llegando a un punto sin retorno. Sin un acuerdo en las próximas semanas no habrá tiempo suficiente para concluir el TPP antes de que Estados Unidos se vea inmerso en una campaña electoral presidencial, lo cual haría imposible un mayor progreso hasta el 2017.

Los diplomáticos estadounidenses, sin embargo, insisten en que el acuerdo marcha por buen camino. A veces parecen estar tratando de convencerse a sí mismos de que este objetivo, que se ha convertido en una pieza clave de la estrategia estadounidense, es aún alcanzable.

Su nerviosismo se ha visto acrecentado por el reciente desaire relacionado al Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (Asian Infrastructure Investment Bank, o AIIB por sus iniciales en inglés), una nueva entidad financiera multilateral liderada por China. Resulta que una serie de cercanos aliados de Estados Unidos han solicitado ser accionistas fundadores del banco de desarrollo, ignorando las súplicas estadounidenses a rechazarlo como una amenaza a los estándares mundiales.

Después de ese revés, Estados Unidos necesita el TPP para tener éxito más que nunca. Y bien puede hacerlo. Pero la más reciente ronda de negociaciones del TPP, en Hawaii, parece haber terminado con algunos importantes desacuerdos aún sin solución.

Esto no es una sorpresa. El TPP será un acuerdo "del siglo 21", que implica polémicas reformas en áreas como propiedad intelectual, trato de empresas de propiedad estatal y normas ambientales y laborales. El pacto incluye economías en etapas muy diferentes de desarrollo, desde y Vietnam hasta Estados Unidos y Australia.

Incluso en temas del siglo 20 como los aranceles de importación y el acceso al mercado, se mantienen las grandes diferencias entre las dos mayores economías del TPP: EE.UU. y Japón. Tanto en la agricultura y la fabricación de automóviles, EE.UU. está exigiendo concesiones que el primer ministro de Japón, Shinzo Abe, consideraría políticamente difíciles.

Los mayores problemas, sin embargo, pueden estar en casa en Washington, DC. Los otros once países se mostrarán renuentes a mostrar su posición final hasta que el gobierno de Obama haya "agilizado" la Autoridad de Promoción Comercial (TPA) en el Congreso.

Sin la TPA, el Congreso podría deshacer cláusula por cláusula del acuerdo en lugar de aprobarlo o rechazarlo en su conjunto. Y garantizar la TPA está lejos de ser algo seguro. El pacto enfrenta críticas de los Republicanos de derecha, así como de muchos Demócratas. Paul Krugman, premio Nobel de economía y columnista del New York Times, ha descrito la justificación económica para el TPP como "débil". En febrero, él escribió que si esto no sucede, no sería un "gran problema".

Krugman está equivocado allí. Si el pacto no se alcanza sería un golpe terrible para los intereses estadounidenses, por una serie de razones, entre ellas por supuesto está la liberalización del comercio. Con las escasas expectativas de alcanzar un acuerdo global en la Organización Mundial del Comercio, las esperanzas de EE.UU. están puestas en el TPP y la más distante Asociación de Comercio e Inversión Transatlántico con Europa.

En su discurso del estado de la Unión ante el Congreso en enero, Barack Obama se extendió bastante sobre "la región del mundo de más rápido crecimiento", es decir, Asia y el Pacífico.

El TPP también se ha convertido en tema fundamental para la alianza más importante de Estados Unidos en Asia, con Japón. Concluir este acuerdo sería una muestra de que los dos países pueden superar las fricciones comerciales que siempre han puesto a prueba la relación.

También es visto como parte vital de la estrategia de Abe para sacudir la economía japonesa de su prolongado letargo, en parte al forzar una reforma estructural sobre ella. Esta semana, Obama confirmó una invitación a Abe para que visite la Casa Blanca el 28 de abril. Abe también pronunciará un discurso ante el Congreso.

Pero el hecho de no poder concluir el TPP, junto con las renovadas dificultades para mover una polémica base de la marina estadounidense en la isla japonesa de Okinawa, podría hacer que las inevitables manifestaciones de eterna amistad lleguen a un pequeño bache.

En términos más generales, también lo haría otro alarde fundamental de la diplomacia de Obama, el "pivote" o "reequilibrio" de los intereses de Estados Unidos hacia Asia. En el terreno diplomático, esto siempre ha parecido un poco superficial, en tanto las crisis en el Medio Oriente y Europa han distraído a Estados Unidos. El componente militar hasta el momento no ha parecido muy significativo.

Y así, cada vez se ha puesto más énfasis en el elemento económico –el TPP. Habiéndolo publicitado como un símbolo del perdurable rol de su país como líder regional, los estadounidenses pueden apenas quejarse si otros países deciden interpretarlo de esa manera.

Sin embargo, cuando Obama dio su discurso de estado de la Unión en apoyo a la TPA, sus argumentos no fueron el comercio mundial, la alianza japonesa o el "reequilibrio" de Asia. Por el contrario, el argumentó que era necesario para proteger los intereses de los trabajadores y las empresas estadounidenses frente a la competencia estratégica de China, la cual, dijo, quiere "establecer las reglas" en la región.

En la actualidad, China está excluida del TPP, pero participa en conversaciones con otros 15 países, incluyendo los diez miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste de Asia, así como la India y Japón, en lo que parece un acuerdo comercial rival, conocido como la RCEP.

China ha sospechado durante mucho tiempo que el TPP está diseñado para mantenerlo fuera –parte de una política estadounidense de contención. ¿Por qué, por ejemplo, sus eruditos preguntan, está incluido Vietnam? Su economía, también, carece de transparencia y es distorsionada por la industria estatal.

La ilusión de suma ceroDe este modo, la lucha por concluir los acuerdos comerciales parece haberse convertido en otro de los ámbitos de competencia estratégica entre Estados Unidos y China, en tanto se pelean por la influencia regional. Al igual que con el fiasco del AIIB, esto es injustificado: ambos países se beneficiarían del impulso a la economía mundial que darían el TPP y RCEP. Y China es libre de unirse al TPP si acepta sus normas, algo que no ha descartado.

El sueño es que, al final, los pactos comerciales superpuestos se fusionarán en una amplia zona de libre comercio incluyendo tanto Estados Unidos como China y bajo las reglas de estilo estadounidense. Así que cada uno debe estar aplaudiendo los esfuerzos del otro. Si no se logra el TPP sería una grave derrota para la diplomacia estadounidense por muchas razones. Describirlo como una forma de contrarrestar a China corre el riesgo de añadir una razón innecesaria: que se vea como una victoria china.