Redacción Gestión

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Por Aldo Ferrini (*)

El crecimiento promedio anual del Perú en la última década fue del 6%, un ritmo que sobrepasó al observado en los mercados emergentes. En términos per cápita, desde el 2000, el creció a una tasa promedio anual del 4%, el doble de lo registrado durante los años noventa, cuando se estabilizó la economía y se hicieron reformas estructurales.

Los beneficios de ese saneamiento macroeconómico se manifestaron claramente cuando nuestras autoridades económicas pudieron aplicar políticas contracíclicas agresivas para amortiguar los efectos de la crisis financiera del 2008-2009. Queda claro entonces que la estabilidad macroeconómica es una condición necesaria para lograr tasas elevadas de crecimiento del ingreso per cápita y así reducir la pobreza.

Pero, asumiendo esta condición como incuestionable en el futuro, ¿qué retos enfrenta un país como el Perú? Uno clave es evitar caer, justamente, en la 'trampa del ingreso medio': aquella situación en la que, después de alcanzar niveles medios de ingreso por habitante, un país entra en un proceso sostenido de desaceleración económica. El Perú ya estuvo ahí cuando, luego de crecer a un ritmo del 3% entre 1960 y 1975, el se mantuvo prácticamente constante en los siguientes 15 años.

¿Qué puede hacer el Perú para minimizar este riesgo? Vale la pena resaltar dos factores que se mencionan en un estudio del (1). Primero, a mayor grado de involucramiento del Gobierno en la economía, mayor probabilidad de caer en la 'trampa'. Mencioné antes que, durante los años ochenta, cuando el Estado fue más activo, el desempeño económico de Perú fue pobre. Además, como lo demuestran la incertidumbre que prevaleció durante el proceso electoral más reciente y la discusión alrededor de la compra de Repsol por el Gobierno, si el sector privado percibe como excesivamente activo al Estado, su capacidad de invertir se ve comprometida. Segundo, la probabilidad de caer en la trampa es menor, si existe infraestructura de calidad. Es difícil cuestionar que la conexión de los océanos Pacífico y Atlántico a través de la facilitará el comercio entre y el Perú. Si la infraestructura del país es de calidad, habrá mejores condiciones para las empresas.

El caso de México refuerza lo comentado hasta ahora. Desde el 2000, su ritmo de expansión fue solo un tercio del peruano. Tuvieron que pasar doce años de bajo crecimiento para que la clase política entendiera que la desregulación de los mercados y cierta apertura de a la inversión son vitales para incrementar el crecimiento. Parece ser, pues, que ese término medio donde está el Perú en su desarrollo podría no ser el lugar más adecuado. La historia sugiere que nuestros gobernantes deben enfocarse en lograr que el país tenga una estructura económica que le permita al sector privado ser lo más competitivo posible. Somos hasta ahora una historia de éxito, pero no debemos dormirnos en nuestros laureles.

(*) Esta columna fue escrita por Roberto Melzi, gerente de inversiones de renta fija de AFP Integra. Aldo Ferrini regresará el próximo mes.