Bloomberg.- "Oferta" es un término mal visto en los debates sobre política económica. Esto debe cambiar.

En las últimas décadas, la palabra "oferta" se ha asociado con una política promercado y antigubernamental. Eso le ha valido el desprecio de muchos entre el creciente número de intelectuales, activistas y políticos que se preocupan por el aumento de la desigualdad y otros males económicos que los pensadores del laissez-faire pasan por alto. ¿Cómo se llegó a esto?

Una parte de esto podría tener que ver con la teoría económica básica. Según los fundamentos "Econ 101" de los mercados competitivos, la oferta solo significa la cantidad de cosas, como autos, masajes de espalda, servicios de consultoría, que las empresas están dispuestas a vender a un precio determinado.

El concepto no siempre es útil: por ejemplo, cuando las empresas tienen influencia en el mercado y pueden fijar precios en lugar de simplemente reaccionar a ellos, a menudo no tiene sentido pensar en términos de curvas de la oferta.

Entonces, cuando la gente habla sobre oferta, puede tener la connotación de que los mercados son más competitivos, implícitamente desviando la atención de las crecientes preocupaciones sobre concentración industrial y poder de monopolio.

Pero dudo que esta sea la razón por la cual "oferta" suena sospechoso. Un factor más importante es la historia de los años setenta y ochenta.

Antes de la década de los setenta, la política de estabilización keynesiana estaba de moda entre los políticos y sus asesores. La idea era utilizar la política fiscal y monetaria para manejar la demanda agregada: la voluntad de los consumidores de gastar su dinero en lugar de acapararlo.

Sin embargo, en los años setenta, este enfoque pareció llegar a un callejón sin salida. La flexibilización monetaria parecía estar produciendo inflación sin lograr sacar a la economía del estancamiento.

De hecho, el giro en contra de la política keynesiana fue probablemente exagerado, y la idea eventualmente tuvo un resurgimiento. Pero en los años setenta y ochenta, la gente buscaba alternativas y los intelectuales conservadores les dieron una: "La economía de la oferta".

En términos de modelos económicos, "el lado de la oferta" es una referencia ñoña a la idea de que la cantidad total de bienes y servicios producidos en la economía llamada oferta agregada es constante y no depende de la inflación.

Si eso fuera cierto, significaría que los esfuerzos por impulsar la demanda agregada, como el estímulo fiscal o los recortes de las tasas de interés, nunca pueden hacer nada excepto elevar la inflación.

En realidad, esto no es así, pero durante la estanflación de la década de los setenta, era un punto de vista popular.

En lugar de tratar de manejar la demanda, los partidarios de la oferta sugirieron que los encargados de la política se centraran en aumentar la cantidad total que la economía puede producir. Pero luego dieron otro gran salto. Los partidarios de la economía de oferta supusieron que la intervención del gobierno en la economía – como impuestos, gastos y regulación – solo obstaculiza la eficiencia económica. En consecuencia, sus principales recomendaciones para aumentar la capacidad productiva fueron los recortes de impuestos y la desregulación.

Por lo tanto, los partidarios de la oferta asociaron el concepto de "oferta" con el fundamentalismo del mercado, divorciándolo completamente de su significado original. Incluso la teoría económica simple ofrece una serie de razones por las cuales la intervención del gobierno en la economía puede aumentar la oferta agregada en lugar de reducirla.

Los bienes públicos, como infraestructura e investigación, externalidades como la contaminación, o problemas de información como la selección adversa son áreas bien conocidas en las que el gasto y la regulación del Estado pueden ayudar a los mercados en lugar de perjudicarlos.

Los partidarios de la oferta ignoraron esto y siguieron adelante con la ficción de que el gobierno es un problema.

Cuando se les planteó la posibilidad de que sus recortes de impuestos aumentaran los déficits, los partidarios de la oferta extremos incluso llegaron a argumentar que los recortes de impuestos impulsan los ingresos del estado. Aunque esto debe ser cierto en algún nivel por ejemplo, un impuesto del 100% llevaría toda la actividad económica a la clandestinidad y dejaría los ingresos en cero, la mayoría de los economistas coincide en que a las actuales tasas los recortes de impuestos no pueden solventarse: Es una pena que la palabra "oferta" se haya llegado a asociar con esta exagerada afirmación. Reducir los impuestos a veces puede ayudar a la economía, pero en las últimas décadas, todo lo que han hecho es aumentar los déficits sin dar un impulso cuantificable al crecimiento.

Mientras tanto, hay muchas cosas que el gobierno puede estar haciendo que en realidad aumentarían la oferta. Revertir el declive en el gasto de investigación es una. Reparar la desgastada infraestructura es otra; por ejemplo, McKinsey Global Institute estima que el mundo necesita invertir US$3,7 billones (millones de millones) en infraestructura anualmente durante los próximos 18 años para cumplir con las proyecciones de crecimiento.

También existe una gran posibilidad de que las medidas para combatir las recesiones puedan aumentar la demanda y la oferta al mismo tiempo. Los trabajadores que son despedidos durante las recesiones experimentarán un deterioro en las competencias laborales, redes y ética laboral, haciendo que la economía sea menos productiva a largo plazo. Además, las recesiones hacen que las empresas estén menos dispuestas a invertir en nuevas tecnologías, lo que también reduce la oferta. Entonces, las medidas fiscales y monetarias que amortiguan el golpe de las recesiones también representan una política de la oferta.

La verdadera política de la oferta, más que la versión equivocada del recorte de impuestos, a menudo es una buena idea y algo que los liberales deberían adoptar.

Incluso cuando se trata de la desregulación, la mayor oportunidad de crecimiento proviene del aumento de la densidad para hacer que las ciudades sean más asequibles, algo que también deberían apoyar los liberales.

Por lo tanto, es hora de eliminar el estigma asociado con la palabra "oferta". Hacer crecer la "tarta de economía" no necesariamente requiere beneficios para los ricos. Mucho más a menudo, significa más inversión en el 99%.

Autor: Noah Smith