Michael Bloomberg, exalcalde de Nueva York y multimillonario.  (Foto:Bloomberg)
Michael Bloomberg, exalcalde de Nueva York y multimillonario. (Foto:Bloomberg)

Por Michael Bloomberg

El enfoque de la política comercial del presidente estableció nuevos puntos de referencia de incoherencia e irresponsabilidad, incluso antes de su amenaza de imponer aranceles a las importaciones desde México, pero esta última maniobra supera con creces al resto.


La administración planea perjudicar a las empresas al norte y al sur de la frontera, e imponer nuevos impuestos adicionales a los consumidores de Estados Unidos, no para solucionar un reclamo comercial real o imaginario sino para obligar a a frenar la migración a Estados Unidos.


Este es un paso radical e inquietante. La administración está invocando una ley que le permite imponer sanciones económicas de emergencia. Se puede afirmar que el Congreso nunca consideró que esas facultades se utilizarían en un caso como este.


El senador republicano Chuck Grassley, quien ha apoyado muchas de las iniciativas anteriores de Trump en materia de inmigración, lo dijo claramente: "Esto es un mal uso de la autoridad arancelaria presidencial y es contraria a las intenciones del Congreso".


También es, por cierto, una violación directa de los compromisos de Estados Unidos con los tratados comerciales existentes. En efecto, incluso la pretensión de que Estados Unidos se adhiera a una política comercial legítima y sujeta a normas ha sido prácticamente abandonada.


Y el mensaje que envía a Canadá, China, la Unión Europea y otros socios comerciales de Estados Unidos es totalmente contraproducente. Las negociaciones sobre el acuerdo que Trump propuso como sucesor del Nafta acaban de concluir; sus aranceles anteriores sobre el acero mexicano se suspendieron hace unos días.


Esta nueva amenaza no tiene nada que ver con esos asuntos, explicaron los funcionarios de Estados Unidos: se trata de inmigración, no de comercio. ¿Qué deben hacer otros gobiernos al respecto? Están obligados a preguntarse por qué deberían comprometerse de buena fe con una administración tan errática y poco confiable.

Responsable principal
La Constitución hace que el Congreso sea el responsable principal de la política comercial. Varias leyes han delegado dicha facultad en el poder ejecutivo a lo largo de los años, pero condicionalmente, en el entendimiento de que los presidentes la usarían para proteger la seguridad nacional y promover el comercio basado en normas, no para desmantelar el sistema de comercio global. Se está abusando sistemáticamente de esta facultad y el Congreso debería hacer algo para recuperarla.


Los republicanos que afirman defender el libre comercio —un principio partidario de larga data— han carecido del coraje de sus convicciones. Y aquellos que se quejaron amargamente sobre los excesos presidenciales de Barack Obama han estado sumamente callados respecto al flagrante abuso de la autoridad ejecutiva de este presidente. Deben dejar de temblar y empezar a legislar.


Los problemas en la frontera son reales, pero en parte son culpa de esta administración. Después de más de dos años de asumir el cargo, Trump no se ha adaptado a un cambio en los flujos migratorios de hombres solteros mexicanos que buscan trabajo para sustentar a familias centroamericanas y de menores que viajan solos en busca de refugio. Ha recurrido a métodos draconianos que solo han traído más miseria a los más vulnerables y no han podido remediar la situación.


Una mejor estrategia sería trabajar junto a México para fortalecer la frontera sur. En lugar de cortar la ayuda a Centroamérica, según los planes de Trump, Estados Unidos debería proporcionar más ayuda a El Salvador, Guatemala y Honduras para derrotar a las pandillas que trafican migrantes hacia el norte.


También debe gastar más en sus sistemas de inmigración y de asilo, y en las instalaciones de la Patrulla Fronteriza, para que los solicitantes puedan ser procesados de la manera más rápida, humanitaria y justa posible.


Pero aquí hay mucho más en juego que el control de la frontera. Desde el principio, el hecho de que Trump no haya entendido que el comercio es una cuestión de beneficio mutuo, combinado con su desprecio por las reglas y normas internacionales, ha amenazado el orden económico global que Estados Unidos proyectó y estableció.


Esta última decisión sugiere que la disposición de Trump de apostar a la prosperidad del país, y la de quienes fueron amigos y aliados en algún momento, es mayor de lo que se suponía anteriormente.


Las perspectivas para el comercio y la producción mundiales ya eran inciertas. Ahora, Trump está arriesgando no solo a una reducción lenta y constante de la inversión debido a la mayor ansiedad comercial, sino a un repentino colapso en la confianza que podría irritar los mercados financieros y provocar una recesión general. Es cada vez más urgente que el Congreso frene la capacidad de este presidente para dirigir una política comercial potencialmente ruinosa.