A partir de principios de los 80 y por más de dos décadas, pareció que los mercados financieros se movían en una sola dirección. Más y más dinero fluía a través de las fronteras; los mercados de capitales se estaban volviendo crecientemente integrados.

Pero desde la crisis financiera del 2008, este particular aspecto de la globalización se ha estancado y, al menos parcialmente, está retrocediendo. La reversión es ilustrada en el estudio trienal sobre mercados cambiarios que realiza el (BPI): el volumen de negociación diario pasó de US$ 5.4 millones de millones en abril del 2013 a US$ 5.1 millones de millones en abril de este año.

Si bien es una cifra enorme, comparada con inicios de siglo, cuando el volumen diario bordeaba US$ 1 millón de millones, es una señal de que los mercados están tornándose menos frenéticos. Por ejemplo, la negociación spot de divisas ha caído 19% en los últimos tres años.

Otros datos del confirman la tendencia. Los créditos bancarios transfronterizos alcanzaron un pico de US$ 34.6 millones de millones en el primer trimestre del 2008, pero en el segundo trimestre del 2010 habían caído a US$ 27.9 millones de millones y nunca recuperaron su nivel previo a la crisis. En el segundo trimestre de este año (último dato disponible), se situaron en US$ 28.3 millones de millones.

En parte, este comportamiento podría ser consecuencia de los eventos en la eurozona, donde la crisis de deuda soberana ocasionó que los bancos recorten sus préstamos a economías débiles. Si se suman todos los flujos financieros, incluyendo la inversión extranjera directa, los volúmenes transfronterizos de divisas del 2015 fueron la mitad de lo registrado el 2007, según la consultora McKinsey.

Esto no es, necesariamente, una mala noticia. Después de todo, como lo descubrieron los países asiáticos en los 90, el influjo de demasiado capital especulativo puede ser desestabilizador. Es que puede provocar que los tipos de cambio se alejen de los fundamentos macroeconómicos, reduciendo así la competitividad de las exportaciones.

Una divisa en alza también puede tentar a las empresas locales a endeudarse en el exterior. Pero cuando el dinero especulativo deja de fluir y el tipo de cambio colapsa, esas empresas tendrán problemas para honrar sus deudas. La consecuencia puede ser una crisis financiera.

Las implicancias de la desglobalización dependen del motivo de la ralentización en los mercados cambiarios. Podría existir un vínculo con los fundamentos macroeconómicos. El comercio internacional crecía regularmente a tasas anuales entre 5% y 10% antes de la crisis financiera, pero en años recientes solo lo ha hecho en alrededor de 2%. El 2015, las exportaciones fueron una proporción más pequeña del PBI global que el 2008. Si el comercio está creciendo menos, también lo hará la demanda por crédito para financiarlos.

Sin embargo, como puntualiza el PBI, el comercio solo representa una pequeña proporción de los flujos de capital. Su ralentización se explica principalmente por eventos ocurridos dentro del sector financiero.

Antes de la crisis, la actividad bancaria transfronteriza estaba estrechamente correlacionada con la medición del riesgo. Cuando las perspectivas económicas eran buenas, los bancos prestaban al exterior, pero cuando había shocks, se replegaban a sus bases de operaciones. Según estudios del Banco de Inglaterra (banco central), ese comportamiento cambió tras la crisis: la retirada ya no respondió a evaluaciones del riesgo.

Esta actitud puede reflejar, en parte, una falta de demanda por préstamos de parte de empresas y personas, la cual se había desbordado durante los años del boom crediticio. Pero es probable que el principal motivo sea la debilidad del sector bancario, que se ha visto despojado de algunas fuentes de financiamiento —como los fondos mutuos de mercado monetario— y ha sido forzado por los reguladores a reconstruir sus balances contables.

El señala que en los mercados cambiarios ha habido un cambio en el tipo de participantes. Inversionistas institucionales como fondos de pensiones y aseguradoras están siendo más activos. Por ejemplo, podrían decidir la compra de valores japoneses y contratar coberturas para protegerse de fluctuaciones del yen.

En contraste, ha habido una reducción en la actividad de toma de riesgos de parte de fondos de cobertura y meses de negociación de los bancos, que sufrieron un enorme shock en enero del 2015, cuando el Banco Nacional de Suiza (banco central) abandonó repentinamente su política de fijar el valor del franco suizo al euro.

Un mercado menos dependiente de los especuladores podría parecer una gran bendición. Pero el repliegue de los bancos de la negociación de divisas —y de la formación de mercados en otros instrumentos como bonos corporativos—, podría no ser una noticia tan positiva. Esto porque de surgir una crisis, los bancos podrían no estar disponibles para negociar con inversionistas que busquen reducir sus posiciones.

Al respecto, el estudio del indica la presencia de señales de "exabruptos de volatilidad y grandes movimientos de precios en apenas minutos". Muchos inversionistas y empresas quieren proteger con coberturas su exposición al riesgo cambiario. Por eso, necesitan que los bancos estén al otro lado de la mesa.

Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez_© The Economist Newspaper Ltd,London, 2016_