La acción se hundió y los números dos y tres del grupo fueron despedidos. El banco intentó desesperadamente conseguir liquidez, encontrando a un socio dispuesto a comprar una parte de sus actividades. (Foto: Getty)
La acción se hundió y los números dos y tres del grupo fueron despedidos. El banco intentó desesperadamente conseguir liquidez, encontrando a un socio dispuesto a comprar una parte de sus actividades. (Foto: Getty)

Frankfurt.- El cataclismo provocado en 2008 por la quiebra de Lehman Brothers obligó a los bancos centrales a ampliar los límites de su acción, una mutación que muchos consideran irreversible.

La caída del banco estadounidense supuso el final del papel tradicional de esas instituciones, encargadas hasta entonces de controlar las tasas de interés a corto plazo y de atajar la inflación.

"Se había subestimado, en los mandatos de los bancos centrales, el papel crucial que debían desempeñar en caso de gran inestabilidad financiera", asegura Eric Dor, director de Estudios Económicos en la escuela de negocios francesa IESEG de Lille.

Desde finales de 2008, el Banco Central Europeo (BCE), la Reserva Federal estadounidense (Fed) y el Banco de Japón (BoJ) se han convertido en bomberos todoterreno que luchan contra múltiples incendios con herramientas inéditas.

El primer paso fue reactivar el mercado interbancario, que quedó paralizado con la crisis. Luego hubo que respaldar el crecimiento, reducir el desempleo y contener el riesgo de que los Estados cayeran en suspensión de pagos por su deuda, que estuvo a punto de romper la zona euro.

Sobreendeudamiento

El BCE, la Fed y el BoJ no sólo redujeron sus tasas de interés al mínimo, sino que también inundaron el sistema financiero de liquidez, a través de enormes préstamos a los bancos y de programas de compra de deuda pública y privada, a los que hasta el momento solo ha puesto fin la Reserva Federal estadounidense.

Esos remedios contra la crisis forman ahora parte de "la caja de herramientas convencional" de la política monetaria, dijo en mayo Vitor Constancio, justo antes de abandonar la vicepresidencia del BCE.

Y parece poco probable que esto vaya a cambiar, ya que los bancos centrales afrontan un aumento continuo de la deuda de los Estados, de las empresas y de los particulares, explica el economista Patrick Artus, del banco de inversión francés Natixis.

En ese contexto, "ya no podrán normalizar su política monetaria por temor a efectos devastadores para las empresas 'zombis', mantenidas artificialmente con vida por las tasas bajas, y para los Estados muy endeudados", vaticina.

Los bancos centrales también deberán procurar que las entidades financieras y los ahorradores privados conserven obligaciones del Estado para mantener el coste de los préstamos soberanos en el nivel más bajo posible.

Esa "represión financiera" se enmarca en las futuras acciones de los bancos centrales", asegura Frederik Ducrozet, economista del banco suizo Pictet Wealth Management.

Baja inflación

A pesar de los enormes medios desplegados, los bancos centrales tienen dificultades para cumplir con su objetivo de mantener la inflación en torno al 2%, una cifra que se considera como una señal de buena salud de la economía.

"Nos hacen creer que esto es resultado de una baja demanda, pero como Don Quijote luchando contra molinos, los bancos centrales combaten a un enemigo imaginario", considera Eric Dor.

La intensa competencia mundial en los bienes y servicios y la "uberización" de la economía, que escapan al control de los bancos centrales, frenan la subida de los precios en los países desarrollados.

"Es probable que las tasas de inflación sigan creciendo mucho más lentamente en los ciclos de crecimiento post-Lehman que antes", dice Holger Schmieding, economista del banco alemán Berenberg.

El BCE no pierde sin embargo la esperanza de lograr su objetivo de inflación y considera que las subidas de salarios en la zona euro acabarán sosteniendo los precios.

Pero ese resultado se obtendrá gracias a unos estímulos monetarios "mucho más importantes que antes para apoyar la demanda global", explica Schmieding.

La mayoría de los economistas coinciden en que la próxima crisis no vendrá del mundo bancario, que está "mucho mejor armado que antaño, especialmente respecto al capital, para afrontar un crac", según Artus.

Los bancos centrales, que no supieron anticipar la gran crisis de 2008, han reforzado su labor de vigilancia. El BCE supervisa ahora a los grandes bancos y vigila los riesgos de burbuja financiera.