(Bloomberg View).- Durante mucho tiempo, el riesgo político adoptó diferentes significados conforme se invirtiera en los mercados desarrollados o en los mercados emergentes -con la solidez de las instituciones como principal diferenciador.

En estos últimos ocho meses, empero, la distinción se ha vuelto menos tajante, en la medida que un número creciente de inversores comenzó a preguntarse cuál era la mejor manera de reaccionar.

Para los inversores en los mercados desarrollados, el riesgo político se limitó generalmente a cambios dentro de bandas relativamente estrechas que giraban en torno de la postura de los gobiernos en su política relativa al déficit y la composición del presupuesto, la desregulación y, a veces, el comercio y la liberalización del capital. En la jerga de los economistas, se refería a movimientos a lo largo de las curvas antes que a un cambio de marcha en dichas curvas.

No era así para los inversores en los mercados emergentes, donde el riesgo político podía implicar fácilmente cambios radicales en la orientación económica, la especificación del comercio y los controles de capital, el funcionamiento del sistema cambiario e incluso políticas de nacionalización y confiscación.

Además, como lo ilustra el caso de Yukos, el gigante petrolero ruso en su momento poderoso, también podía implicar el trastorno total de una empresa de otro modo saludable y rentable.

Para explicar esta notable diferencia, la credibilidad y la estabilidad de las instituciones y el respeto por la seguridad jurídica servían como uno de los condicionantes más importantes. Estas características anclaban la organización económica y financiera, manteniendo la estabilidad económica general y la predictibilidad relativa.

Hasta hace poco tiempo, esta distinción logró resistir algunos cambios --inclusive en Grecia, donde el gobierno de Syriza, una coalición de izquierda radical, llegó al poder por elecciones en 2015 con la promesa de importantes cambios en la política, pero terminó manteniendo esencialmente el mismo enfoque que su predecesor mucho más convencional.

Después vino el referéndum del Brexit. David Cameron, el entonces primer ministro y líder del Partido Conservador, realizó lo que se considera actualmente un gran error de cálculo político llevando a cabo un referéndum en junio del año pasado para decidir si el Reino Unido debía salir de la Unión Europea.

La victoria sorpresiva de la campaña a favor de "salir" obligó a Cameron a dejar su cargo y la votación enfrenta actualmente a inversores y empresas a grandes interrogantes sobre el marco legal que regirá las relaciones económicas y financieras del país con su mayor socio comercial.

Ahora le toca a Francia inyectar riesgo político en los mercados.

En vísperas de las elecciones presidenciales esta primavera, sucesos inusuales y excepcionales en los partidos tradicionales a ambos lados del espectro han abierto la posibilidad de que Marine Le Pen, líder del Frente Nacional de extrema derecha, tenga posibilidades serias de llegar al Palacio del Elíseo.

En tanto la plataforma de su partido exhorta a salir de la eurozona, la semana pasada la negociación de los bonos públicos franceses se incrementó y los diferenciales de riesgo se ampliaron con respecto a los bunds alemanes.

Por consiguiente, los inversores parecen tener más conflictos para tratar el riesgo político a la hora de fijar los precios de los bonos, las acciones y el tipo de cambio de los mercados desarrollados.

Lógicamente, pocos ven la necesidad --al menos por ahora-- de adoptar una metodología de mercado emergente. Pero no hacer nada se está tornando cada vez más incómodo a medida que los movimientos antisistema ganan terreno en varios países avanzados.

La respuesta quizá resida más en una evolución lenta y gradual que en una revolución.

Es poco probable que los mercados puedan ignorar el aumento general del riesgo político en los mercados desarrollados. En tal sentido, muchos indicadores de volatilidad, con la notable excepción de la protección de riesgos de cola (o de desplome) extrema, continúan siendo muy bajos.

Después de todo, los efectos de muchísimos años de un crecimiento económico que es demasiado flojo y no lo bastante inclusivo han alimentado una combinación de enojo político, desconfianza de las instituciones y pérdida de confianza en la opinión de los expertos, ya sea formados en los sectores público o privado.

Pero la seguridad jurídica, el individualismo --aunque no sea de la variedad más ilustrada-- y sistemas duraderos de mecanismos de control tienen probabilidades de actuar como fuerzas restrictivas que limiten la posibilidad de volcarse a un régimen de precios semejante al de los mercados emergentes.

Por Mohamed El-Erian.

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.