El COVID-19 ha sacado lo mejor y lo peor del mundo corporativo. Hay automotrices que están fabricando ventiladores mecánicos y empresas de consumo produciendo geles desinfectantes. Pero otras han provocado críticas por la manera en que están tratando a sus empleados durante la pandemia.
Tales consideraciones se enmarcan en lo que los inversionistas socialmente responsables llaman “riesgos sociales”, que son parte de la canasta de factores ambientales, sociales y de gobernanza corporativa (ASG) que han ganado popularidad en años recientes. El cambio climático y los escándalos corporativos han hecho que esos inversionistas se enfoquen en la “a” y la “g”. La pandemia le está otorgando protagonismo a la “s”.
Estos temas sociales pueden abarcar desde el impacto de la demografía en una empresa hasta sus relaciones con la comunidad local. La agencia calificadora Moody’s señala que US$ 8 millones de millones de la deuda que evalúa y asigna ratings está expuesta a riesgos sociales –monto cuatro veces mayor que la deuda expuesta a riesgos ambientales–.
Algunos inversionistas usan los factores sociales con la esperanza de mejorar el mundo: destinan su capital a pequeñas empresas listadas en bolsa, tales como entidades educativas, o en proyectos que no están inscritos en el mercado de valores. Otros lo hacen con el objetivo de impulsar los retornos sobre la inversión.
Sin embargo, existe poco consenso en torno a cuáles riesgos sociales son importantes. Para un administrador de activos ecológicos es posible evaluar la huella de carbono de una empresa, pero existen pocos indicadores que los inversionistas socialmente responsables puedan usar.
Una excepción es la satisfacción de los empleados, que los estudios relacionan con el desempeño de la empresa. Pero enfocarse únicamente en ese indicador puede provocar resultados perniciosos, ya que se otorgaría una ponderación mayor a empresas con relativamente pocos empleados. Un reciente estudio de Vincent Deluard, director de Estrategia Macroglobal de la firma de servicios financieros INTL FCStone, halló que fondos orientados a los estándares ASG aplicaron dicho criterio.
Otros factores sociales, como la cultura corporativa, son más difíciles de cuantificar. Como consecuencia, las firmas que evalúan y califican el cumplimiento de estándares ASG, se basan en inputs en lugar de outputs para calcular sus puntuaciones, señala George Serafeim, catedrático de la Escuela de Negocios de Harvard.
Por ejemplo, en lugar de medir el equilibrio entre géneros, consultan a las empresas si tienen políticas de diversidad. De las 61 preguntas base que una firma calificadora utiliza para otorgar un puntaje al factor social, 24 indagan sobre si las empresas evaluadas cuentan con políticas específicas o códigos de conducta.
La brecha podría cerrarse con el uso de alternativas innovadoras para el análisis de data. La firma de investigación de mercados Thinknum Alternative Data, revisa los comentarios online sobre empresas que escriben los propios miembros del personal. Empleados del banco Wells Fargo se quejaban de estar siendo obligados a abrir cuentas bancarias falsas antes de que se descubriese que lo hacían (en el 2016).
Otra firma de análisis de data, RepRisk, analiza artículos periodísticos y reportes de centros de investigación. Sus ratings de riesgo para Johnson & Johnson, Purdue Pharma y Teva Pharmaceuticals ya eran elevados en el 2017, antes de que la crisis de opioides en Estados Unidos llegase a los titulares. Desde entonces, las tres han sido demandadas judicialmente por supuestamente haber minimizado los riesgos de recetar opioides.
Una tercera firma de data, Truvalue Labs, evalúa la orientación de la cobertura periodística. Usando este criterio, Serafeim e investigadores de la administradora de fondos State Street, hallaron que la cobertura positiva en torno a la respuesta de una empresa ante el COVID-19, estuvo vinculada con declives subsecuentes menores al promedio en sus retornos bursátiles, en febrero y marzo, controlando el análisis por tamaño de empresas y tipo de sector.
Este rigor es útil, pero el desafío será mostrar que dicha data puede ser consistentemente práctica y provechosa para los inversionistas. Surgirán nuevos riesgos sociales a medida que terminen los confinamientos —por ejemplo, los relacionados con la forma en que las empresas harán que sus oficinas sean a prueba de contagios—. En suma, seguirá habiendo tanto para medir que los analistas de datos tendrán que seguir muy atentos.