¿Se puede perder el empleo por publicar una opinión en Twitter, o incluso por darle “like” al mensaje de otra persona? Por sorprendente que les parezca a los empleados que esperan que las empresas consientan sus atípicos horarios de trabajo, sus gustos cafeteros o sus mascotas, la respuesta suele ser sí. Pascal Besselink, abogado laboralista en Países Bajos, estima que uno de cada diez despidos abruptos en ese país está relacionado con el comportamiento en redes sociales.
Antes, las opiniones controversiales eran expresadas en bares, después del trabajo, y no iban más lejos. Pero hoy, Twitter y otras redes sociales difunden los puntos de vista de los empleados y también hacen que cualquiera que se sienta ofendido genere un cargamontón en contra de quien publicó el mensaje y de su empleador.
Las empresas tembleques responden despidiendo al ofensor. Otras, como General Motors, han implementado códigos de conducta que patrullan lo que dicen sus trabajadores, incluso cuando no están trabajando. Es entendible que una empresa pueda considerar que es por su propio interés cuando castiga a empleados que expresan su opinión.
Es lo que ocurrió en la Asociación Nacional de Básquetbol (NBA), que probablemente perdió cientos de millones de dólares esta temporada ante el bloqueo que impuso la TV de China luego que el entrenador general de los Houston Rockets, Daryl Money, publicara un tuit en respaldo de las protestas a favor de la democracia en Hong Kong. Despedirlo también hubiese sido costoso —pero no igual de costoso—.
Aunque no es necesariamente por propio interés de las empresas que permitan la libertad de expresión, claramente sí es en interés de la sociedad. La libertad de expresión, incluida la de los empleados, es una piedra angular de la democracia. Y en la actualidad, es demasiado fácil amordazarlos.
En países como Estados Unidos, la mayoría de empleados cuenta con escasa protección contra empleadores punitivos. En otros, las leyes promulgadas para proteger la libertad religiosa están siendo ampliadas para regir sobre otras creencias y puntos de vista. Por ejemplo, jueces británicos han decidido que el veganismo ético merece protección legal.
No obstante, también dictaminaron que un centro de investigación actuó legalmente cuando no renovó el contrato de una investigadora luego que ella tuiteó que el sexo biológico es inmutable. Esta evolución caso por caso deja a empleados y empleadores en la incertidumbre en torno a qué puntos de vista son aceptables, y dónde lo son.
No son lo mismo
A fin de establecer reglas más claras, los legisladores debieran recordar que ofender y acosar son dos cosas distintas. No es razonable que las empresas intenten prevenir que sus empleados expresen su malestar por el matrimonio gay, sin importar cuán firmemente otros estén en desacuerdo con esa postura —a menos que sea relevante para el trabajo que realizan—.
Pero cuando un empleado dice repetidamente que los gais están maldecidos, incluso si le han dicho que deje de hacerlo, ha cruzado el límite del acoso. Y eso debiera ser motivo para su despido.
También hay diferencia entre lo que las personas hacen dentro y fuera del trabajo. La expresión verbal es como un código de vestimenta: así como las empresas pueden exigir que sus empleados luzcan apropiadamente cuando están en el trabajo, también debieran poder restringir lo que se dice allí, siempre que sean claras y equitativas al respecto.
Sin embargo, cuando se van a casa, las personas deben poder expresar sus opiniones libremente, así como son libres de quitarse su ropa de oficina y ponerse un jean y un polo. Una mujer despedida el 2004 por una empresa desarrolladora de viviendas, por colocar en su auto una calcomanía en respaldo de John Kerry, fue tratada muy mal. La situación es más complicada cuando se trata de figuras públicas como estrellas deportivas, quienes venden su trabajo y también su imagen.
Las empresas harán lobby para preservar sus libertades. Pero leyes robustas en contra de despidos injustos que protejan la libertad de expresión les ayudarían a hacer frente a reclamos de turbas enfurecidas y al Gobierno chino. Los políticos tienen que mantenerse firmes. Muchos de ellos se quejan de que sus votantes se han vuelto tan ideológicos y tribales que han olvidado cómo hablar con quienes tienen diferentes puntos de vista.
Los espacios geográficos y tecnológicos están volviéndose cada vez más segregados. Ello hace que sea más importante que las personas encuentren distintos puntos de vista en el trabajo, y especialmente fuera de él.