Muchos ejecutivos harían bien en emular la confianza de Roosevelt en su propio criterio y su habilidad para comunicarla.  (Foto: Getty Images)
Muchos ejecutivos harían bien en emular la confianza de Roosevelt en su propio criterio y su habilidad para comunicarla. (Foto: Getty Images)

Traducido por: Antonio Yonz Martínez

Generalmente, los líderes empresariales tienen una mala opinión de los políticos y prefieren hallar a sus héroes entre otros altos ejecutivos o instructores profesionales. Pero gobernar un país es una prueba de liderazgo y carácter mucho mayor que administrar una corporación.

Quienes han pasado esa prueba de fuego tienen algo que enseñar a los gerentes de hoy. Tomemos los casos de tres de los más renombrados líderes nacionales: Otto von Bismarck (1815-1898), Franklin D. Roosevelt (1882-1945) y Winston Churchill (1874-1965). Muchos objetarán tanto lo que lograron como la violencia que usaron, pero sus éxitos y fracasos contienen lecciones para los CEO.

El estratega
Bismarck fue un rancio aristócrata prusiano, pero demostró ser notablemente flexible e imaginativo durante las cerca de tres décadas que se desempeñó como ministro presidente de su país. Como administrador, tuvo un objetivo claro: unificar Alemania bajo el mando del rey de Prusia, quien en 1871 se convirtió en el káiser Guillermo I del Imperio germano.

Para lograrlo, fue necesario que Bismarck venciera el recelo de otros estados alemanes, lo que consiguió uniéndolos frente a una serie de enemigos, desde Dinamarca hasta Francia, pasando por Austria —fue una estrategia de fusión que permitió a Alemania competir en pie de igualdad—.

También demostró ser flexible en asuntos de política interna. Aunque no fue un reformador social, le preocupaba el peligro de que la clase trabajadora apoyase al socialismo. Así que en la década de 1880 impulsó un conjunto de medidas de bienestar, incluyendo pensiones para la vejez y seguro de salud.

Bismarck entendió los beneficios de asumir una actitud socialmente responsable mucho antes de que se pusieran de moda las gerencias de responsabilidad social empresarial (RSE).

No obstante, como muchos constructores de imperios corporativos, se extralimitó —en su caso, anexando a Alemania la región francesa de Alsacia-Lorena—. Sus sucesores fueron menos capaces y disciplinados que él, y condujeron a Alemania por el camino del desastre.

El táctico
Mientras Bismarck levantó un conglomerado exitoso, Roosevelt fue un artífice del cambio. Al igual que el político prusiano, exhibió muchísima flexibilidad. Pese a que en su campaña a la presidencia de Estados Unidos prometió un presupuesto equilibrado, se adaptó cuando las circunstancias le obligaron a convertirse en el primer líder keynesiano.

Probablemente, los economistas pasarán el resto de la historia debatiendo los méritos de sus políticas. Pero al estilo de los ejecutivos que rescatan empresas en crisis, Roosevelt demostró el poder de los líderes para cambiar el estado de ánimo de la gente, en especial con su declaración cuando asumió el mando: “a lo único que debemos temer es al temor mismo”.

En 1933, tras su investidura, el desempleo comenzó a caer y el PBI, a aumentar, alcanzando una tasa promedio de 9.5% anual durante su primer periodo de cuatro años. Aunque abundaban las dudas sobre la ruta que Roosevelt tomó, no las hubo sobre su destino, ya sea terminar con la Gran Depresión o ganar la Segunda Guerra Mundial.

Es que comunicaba su mensaje claramente y con frecuencia —una lección para los jefes modernos, incluso si prefieren usar Twitter en lugar de sostener charlas amistosas—. Esa conducta le hizo lo suficientemente popular con los votantes para mantenerse en el cargo por doce años, hasta su fallecimiento en 1945.

Ese tiempo es el doble del que los accionistas toleran hoy al típico CEO en Estados Unidos y el triple en Reino Unido. Y aunque Roosevelt fue flexible en política económica, no se dejó impresionar por ideologías como el fascismo y el comunismo, y se mantuvo fiel a los principios fundamentales del emprendimiento estadounidense.

Muchos ejecutivos harían bien en emular la confianza de este líder en su propio criterio y su habilidad para comunicarla —un factor que contribuyó fue que su confianza raramente era infundada—.

El inspirador
Como Roosevelt, Churchill era sumamente seguro de sí mismo. Su carrera política tuvo numerosos errores y muchos episodios de falta de criterio, por ejemplo respecto a su actitud frente a los ciudadanos de las colonias británicas. Además, no hubiese durado mucho como CEO moderno, considerando su mal temperamento, su excesivo consumo de alcohol y su excéntrico horario de trabajo.

Nunca estuvo falto de ideas, pero sus subordinados aprendieron a ignorar la mayoría de ellas. Al igual que le sucedió a Steve Jobs, otra figura de personalidad volátil, la primera parte de su trayectoria terminó en fracaso. Pero como ocurrió con el fundador de Apple, las otras características personales de Churchill fueron determinantes.

Su perspicacia estratégica era inigualable, ya sea en el reconocimiento, en la década de 1930, de que Hitler era una amenaza para el mundo, o rehusándose a negociar un acuerdo de paz con Alemania en los oscuros días de 1940.

Asimismo, fue astuto al usar su carisma para obtener la ayuda de Roosevelt antes de que Estados Unidos se sumase a la guerra —y flexible cuando aceptó una alianza con la Unión Soviética de Stalin, a pesar de su anticomunismo de larga data—. Y su actitud testaruda y sus enérgicos discursos inspiraron al país luego de una sucesión de líderes mediocres.

Claros objetivos estratégicos, flexibilidad en las tácticas y la capacidad de inspirar a otros. Estas son tres cualidades que cualquier ejecutivo o emprendedor podría adquirir. Los gerentes deberían leer más libros de historia.

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