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Los inmigrantes que quieren trabajar en Estados Unidos pueden ser patrocinados ya sea por personas –generalmente miembros de la familia– o por compañías. La inmigración regional es una variación propuesta en este sistema, en el cual una región –probablemente una ciudad, pero quizás un condado o estado– patrocina a un inmigrante para que reciba una tarjeta verde o visa de trabajo. Es una idea que se ha lanzado en círculos políticos como una forma de revivir "las antiguas ciudades industriales que han ido quedando desocupadas".

Yo solía estar en contra de la inmigración regional. La razón es que si las regiones patrocinan a trabajadores extranjeros para que reciban visas de trabajo H-1B u otras –o si el patrocinio regional para la tarjeta verde estuviera condicionado a no mudarse de la región patrocinadora por un cierto período de tiempo–, evitaría que esos inmigrantes se mudaran a otros lugares en EE.UU.

Eso también parece una restricción a la libertad humana básica de movimiento. También me preocupaba que obligar a los trabajadores inmigrantes a permanecer en un área, evitando así que se trasladen por mejores salarios, ejercería presión sobre los salarios de los trabajadores nacidos en el lugar.

Ahora creo que el patrocinio regional a la inmigración, si se implementa de manera responsable, podría dar un importante impulso a las regiones estadounidenses en decadencia sin amenazar ni las libertades de los estadounidenses ni sus salarios.

La principal razón por la que EE.UU. necesita la inmigración regional es para revitalizar lugares que se han visto afectados por catástrofes económicas fuera de su control. Ciudades como Youngstown, Ohio, y Flint, en Michigan, y otras ciudades del Rust Belt fueron devastadas por el debilitamiento de la industria pesada de EE.UU. Otras localidades se vieron muy afectadas por la ola de importaciones chinas baratas que se extendió por EE.UU. en la década del 2000. Otras regiones resultaron abatidas por la caída del sector inmobiliario y la Gran Recesión.

Cuando una localidad se ve fuertemente afectada por una crisis económica, el daño se amplifica por la pérdida de ingresos fiscales. Los malos tiempos hacen que las personas abandonen su área; a menudo, aquellos que pueden pagarlo, o aquellos que tienen juventud y energía, se van primero.

Eso reduce la base impositiva, lo que dificulta que la ciudad pueda mantener carreteras, fuerzas policiales y escuelas construidas para una población más grande. La disminución de la población deja algunos barrios semidesocupados, atrayendo las drogas y el crimen. La menor disponibilidad de servicios públicos y la calidad de vida impulsan a más personas a irse, intensificando la decadencia.

Ciudades como Youngstown y Flint, así como otras más grandes como Detroit y Cleveland, han estado perdiendo población durante décadas, incluso mientras el país en su totalidad ha crecido.

La inmigración podría frenar o incluso revertir ese paralizante flujo de salidas. En muchas regiones, ya lo ha hecho. Pero tal como están las cosas, muchos inmigrantes se sienten atraídos por los altos salarios, las comunidades étnicas establecidas y la deslumbrante reputación de grandes ciudades como Nueva York y Los Ángeles; relativamente pocos se molestan en mudarse a Youngstown o Flint. A menudo, la única razón que tienen los inmigrantes calificados para mudarse a una región en decadencia es porque allí hay una universidad bien financiada.

El patrocinio de visas regionales podría cambiar esta ecuación. Si los extranjeros a los que ahora no se les permite ingresar a EE.UU. debido a leyes de inmigración excesivamente restrictivas tuvieran la opción de mudarse a Youngstown, no todos lo aceptarían, pero muchos sí lo harían. Eso le brindaría a la ciudad los ingresos fiscales para comenzar a construir infraestructura de mejor calidad y brindar más servicios sociales, lo que a su vez lo convertiría en un lugar más atractivo para que los propios estadounidenses –u otros inmigrantes– se muden allí. Así, esto convertiría un círculo vicioso en uno virtuoso.

La inmigración regional también podría ayudar a apaciguar la xenofobia que ha surgido en la derecha estadounidense en los últimos años. Si las pequeñas localidades vieran que los representantes que ellos mismos han elegido son los que eligen reclutar inmigrantes, es posible que sus habitantes sientan un mayor sentido de inversión y control del proceso de inmigración. Si los locales deciden que prefieren no tener inmigrantes, siempre pueden sacar a sus líderes.

En cuanto al peligro de la supresión salarial, es probable que no sea un factor importante. En primer lugar, estar atado a una región sería mucho menos restrictivo que estar atado a una empresa, como ocurre ahora con los trabajadores con visas H-1B. En segundo lugar, existe evidencia de que, aunque estén atados a empleadores en particular, los trabajadores con visas H-1B ya tienden a aumentar los salarios de los trabajadores estadounidenses con educación universitaria y sin ella.

También está el tema de la libertad de movimiento. Pero, de nuevo, este sería un problema menor con el patrocinio a la inmigración regional que con el actual sistema de visas H-1B. Y un sistema de inmigración basado en regiones tampoco reemplazaría al sistema actual, sería una nueva forma adicional para que extranjeros ingresen a EE.UU. Así pues, en realidad mejoraría el rango general de opciones de movilidad para personas ahora atrapadas en China, India u otros países.

Finalmente, el vínculo entre el inmigrante y la región patrocinadora no sería permanente, después de un período de algunos años, podrían reubicarse si así lo decidieran; pero mi conjetura es que muchos se quedarían y echarían raíces en sus nuevas comunidades, comprometidos con la tarea de devolver la vida a las regiones en decadencia.

Por Noah Smith

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.