Militares en frontera de México. (Foto: AP)
Militares en frontera de México. (Foto: AP)

Un inesperado aire caribeño está envolviendo a la polvorienta Ciudad Juárez, en el vasto desierto que divide a México y . Con pegajosos ritmos de salsa y sabor de arroz congrí, un masivo éxodo cubano cambia el paisaje de la tensa frontera, en plena crisis migratoria.

Mientras el presidente estadounidense avanza su ofensiva antiinmigrante en la frontera con México, en una solitaria calle de la industrial Ciudad Juárez, paso obligado para llegar -legal o ilegalmente- a Texas o Nuevo México, resalta un anuncio escrito a mano sobre una ventana: "Little Habana. Comida Cubana".

Este restaurante cambió los burritos y hamburguesas de sus orígenes Tex-Mex por una propuesta 100% cubana servida al son de la orquesta Los Van Van. En el menú: pierna mechada, fricasé de cerdo, mojarra frita y arroz con frijoles negros.

Aquí comen y trabajan muchos de los miles de cubanos que desde finales del año pasado han llegado como una creciente ola hasta Juárez para pedir asilo en .

Durante la larga espera para obtener su turno del trámite, los cubanos se instalan en esta ciudad, abarrotando sus hoteles, trabajando en sus comercios, y generando un inesperado choque económico y cultural.

"Juárez no será el mismo a partir de este fenómeno extraordinario", resume Enrique Valenzuela, coordinador del Consejo Estatal de Atención a Migrantes, al explicar que de los cerca de 4,800 migrantes registrados oficialmente para pedir asilo, "más del 80% son cubanos".

"Pero habrá una cantidad muy importante de los que ni siquiera se inscribieron" y pretenden cruzar la frontera clandestinamente, subraya Valenzuela, al reconocer que se están "agotando" las capacidades de autoridades migratorias mexicanas y estadounidenses.

Odisea migrante

Tras el histórico restablecimiento de las relaciones entre Estados Unidos y en 2015, finalizó la política "pies secos, pies mojados", por la cual los migrantes cubanos interceptados en el mar eran devueltos a su país, pero los que llegaban a tierra estadounidense, aún indocumentados, podían obtener la residencia permanente.

Como resultado, los cubanos deben pedir asilo antes de pisar el suelo de , pero en la era Trump las relaciones bilaterales se deterioraron y Washington cerró sus servicios consulares en La Habana, alegando supuestos "ataques sónicos" contra sus diplomáticos en el 2016 y 2017.

Desde entonces, los cubanos deben solicitar visas en embajadas norteamericanas en otros países -una misión casi imposible ahora que los cubanos no tienen privilegios migratorios- o hacer un imbricado periplo desde Suramérica para llegar a la frontera mexicano-estadounidense.

Pedro Luis Tamayo, de 52 años y acérrimo opositor del régimen castrista, voló de La Habana hasta Guyana en 2016, y apenas hace unos días logró llegar a Ciudad Juárez.

Su odisea lo llevó por Brasil, donde trabajó dos años vendiendo frutas, luego a Perú, Ecuador y Colombia, donde descargó barcos. Siguió por Panamá para atravesar la peligrosa selva de América Central, hasta llegar a México.

"¿Mi determinación? Huir de la opresión. Los que nos atrevemos a pensar somos muy reprimidos en Cuba", dice este hombre que dejó en La Habana a su esposa, miembro del grupo disidente Las Damas de Blanco.

Las dificultades económicas y la escasez en la isla también son combustible para emigrar.

Cuba sufre un embargo estadounidense desde 1962, y ahora Trump permitirá demandar en tribunales estadounidenses a empresas extranjeras que gestionan bienes confiscados tras la revolución que triunfó en 1959, así como limitar los viajes de estadounidenses y el envío de las vitales remesas.

"Pájaro preso"

Como Luis, miles de cubanos venden todo lo que tienen o piden dinero a sus familiares en Estados Unidos para comprar un billete de avión a países latinoamericanos de fácil visado, para luego ir por tierra hasta la frontera estadounidense.

"México pide muchos requisitos que los cubanos no tenemos. Cuenta en el banco, una propiedad en Cuba... y para obtener la cita (consular) es muy difícil porque es por internet" y hay gente que se dedica a tomarlas y revenderlas en 300 dólares, explica Dailín Traba, una deportista de 31 años que voló en febrero de La Habana a Nicaragua.

Comparando su vida en Cuba a la de "un pájaro preso", esta mujer de amplia sonrisa trabaja entre fotos de La Habana Vieja y sus coloridos autos de los años 50 en "Little Habana".

Gana 300 pesos (US$ 15) al día, mientras la habitación en el hotel Aremar en la que vive con su novia -que trabaja haciendo manicura- cuesta 500 (US$ 26) la noche, por lo que deben compartirla con otro matrimonio.

"Es muy difícil. No todo el mundo duerme a la misma hora, con la luz encendida o el televisor, hay que esperar turno para el baño", describe Dailín, quien como muchos de sus paisanos se animó a intentar el sueño americano inspirándose en las caravanas de migrantes centroamericanos.

Llegar a México no garantiza nada: miles de cubanos han sido deportados este año desde ahí. Sin embargo, Juárez parece una ciudad santuario donde no son detenidos aunque sus permisos de estancia para esperar el asilo en Estados Unidos hayan vencido.

El hotel Aremar más bien parece "la casa" de una gran familia cubana, dice el recepcionista Alejandro Beltrán.

En la noche se escucha salsa y reguetón, y la comida mexicana está casi prohibida. "Con poquito chile ya están llorando, y para el mexicano si no lleva picante no es comida", ironiza Beltrán.

Feliz porque después de más de mes y medio de espera llegó su turno para pedir el asilo en Estados Unidos, Luis Gómez, de 34 años, se impacienta para cruzar el puente fronterizo. A cuestas, lleva una sola esperanza.

"Ser una persona libre", dice.