Redacción Gestión

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El Perú se caracteriza por lo 'criollo' de su gente. Solemos pasar los semáforos en luz roja, no ceder asientos reservados en el transporte público, tirar basura fuera de los tachos y un largo etcétera que nos hace ser considerados "informales". La informalidad es evidente en el día a día y, además, un problema social con alcances sobre el bienestar.

Hernando de Soto (1989) definió la informalidad como el conjunto de empresas, trabajadores y actividades que operan fuera de los marcos legales y normativos que rigen la actividad económica. Así, ser informal supone estar exento de las cargas tributarias y normas legales, pero también implica no contar con la protección y servicios que el Estado ofrece. Si los beneficios de operar al margen de la ley son mayores a los costos, ahí nace la informalidad.

El desempeño de la economía peruana en los últimos 25 años ha sido muy positivo y, no obstante ello, ha venido en aumento. Según datos recopilados por Jaime Saavedra, en 1990 un 48% de la fuerza laboral de Lima trabajaba en las sombras. Para 1996 había subido a 52%; con un crecimiento promedio anual de 4.8%. En el mismo período, en el Perú urbano, la informalidad pasó de 49% a 55.4%; creciendo a un ritmo de 5.9% cada año.

A pesar del mal llamado milagro peruano visto desde el 2003 en adelante, este sector de la economía que es tierra de nadie seguía creciendo. El INEI estima que, para el año 2012, 74% de la población ocupada era informal.

La informalidad es un flagelo, pues puede restar entre uno y dos puntos porcentuales al crecimiento del PBI per cápita, según estimó Norman Loayza (2008). Es, además, causa y consecuencia del quid del crecimiento sostenible en el largo plazo: la productividad del país. Ambas variables son cuasi siamesas y, según sostiene el especialista del Banco Mundial, la clave para ser más productivos y menos informales es es apostar por la educación de calidad para la fuerza laboral. Tener un sector informal muy grande puede poner en riesgo las perspectivas de crecimiento del país.

¿Cuál es el problema de fondo para explicarla? William Lewis, director emérito de McKinsey Global Institute, cree que la principal fuente de informalidad es que los países tienen gobiernos demasiado grandes para el nivel de desarrollo en que se encuentran; según su experiencia tras investigaciones en Rusia, India y Brasil.

"Si miras el tamaño del gobierno como porcentaje del PBI para Francia y EE.UU. cuando estaban al nivel de desarrollo de Brasil o Rusia, entonces sus gobiernos eran menos que la mitad", comentó. Para financiar un aparato estatal de tal magnitud, entonces se requieren cantidades importantes de recursos que implican una carga tributaria para los contribuyentes.

El experto en productividad agrega que la carga que enfrenta el sector formal impide que compitan fácilmente con sus pares informales y, a su vez, limita la capacidad de ganar productividad.

Pero, ¿solo la mala regulación y baja calidad educativa propician la informalidad? En la óptica de Cass Sunstein, exasesor de Barack Obama, cree que ello no es necesariamente así. El gurú que revolucionó la forma de hacer políticas públicas en EE.UU. con enfoques conductuales enfatiza que "las tradiciones, la cultura y prácticas para hacer cumplir leyes importan tanto como la regulación".

En ese sentido, cabe preguntarse qué tan relevante es nuestra cultura de 'criollismo' o de 'sacavueltero' para explicar el alto grado de informalidad que persiste en el país, pues, lamentablemente, todavía se considera 'bacán' el saltearse las normas. Un informe del Banco Mundial resalta el rol de la psicología y las ciencias conductuales para hacer políticas públicas más efectivas, que bien podrían incorporar nuestra 'cultura combi'.

Si bien la informalidad genera pérdida de bienestar y productividad en la sociedad, no todo es desfavorable. Una economía con alta informalidad puede ser como una caña de bambú: cuando hay vientos huracanados en su contra (como shocks económicos), se balancea gracias a su flexibilidad. La carga regulatoria impone rigideces que podrían llevar a situaciones mucho peores que la informalidad como el desempleo, según apunta Norman Loayza.

Un beneficio adicional es que la economía en las sombras es cuna de una gran dinámica de emprendimiento que, con esfuerzo de los emprendedores, genera más actividad y más puestos de trabajo. El reto pendiente es que el Estado logre hacer que estos emprendimientos dejen la tierra de nadie y se unan al sector formal, que los ayudaría a mejorar su productividad de manera importante.

La pregunta final es: ¿hay solución a la informalidad? Norman Loayza cree que, en el corto plazo, hay que atacar la carga regulatoria y a largo plazo apuntalar la productividad de los trabajadores a través de salud, educación y buen entrenamiento. "Puede demorar una o dos generaciones, ahí estamos hablando de 40 años", apunta.

Por otra parte, William Lewis recuerda dos experiencias de éxito en atacar la raíz del problema. En Polonia, luego de independizarse de la Unión Soviética, obligaron por decreto a los informales a formalizarse. Tomaron por asalto esa tierra de nadie, pero funcionó gracias a una capacidad administrativa sofisticada. En tanto, Chile fue más directo y recortó drásticamente el tamaño de su aparato estatal.

La tarea de formalizar la economía no debería ser solo del Gobierno. El sector privado debe apostar por sus trabajadores y aumentar su productividad. Según la Encuesta de Empresas del Banco Mundial, se considera que casi 40% de la fuerza laboral peruana está inadecuadamente capacitada.