(Bloomberg).- Muchos días me he levantado por la mañana, tomado una ducha con agua limpia de la red urbana y salido a caminar por una acera bien cuidada. Respirar el aire limpio y fresco, pasear por un bonito parque, tomar un tren conveniente para dirigirse al trabajo es una gran manera de comenzar el día, y lo asombroso es que, excepto un par de dólares para comprar un billete de tren, no pagué nada de eso.

Por lo menos, no directamente. Pago impuestos, directos e indirectos. Pero los servicios que consumí no tenían precio. Fueron proporcionados por el gobierno. Mi posibilidad de gozar del sol y del aire sin nubes de humo de carbón, de disfrutar del parque y de abordar un tren es la misma si soy un multimillonario o un mendigo. En la jerga de los economistas, esas cosas son bienes y servicios públicos.

Los economistas se preocupan por los bienes públicos porque hay razones para pensar que no habrá una suficiente provisión de esas cosas a menos que el Estado intervenga. Pero hay otra razón para preocuparse por los bienes públicos. Representan un verdadero tipo de riqueza social que no se computa en las estadísticas oficiales, y eso significa que proporcionando más bienes públicos los gobiernos pueden combatir el aumento de la desigualdad de la riqueza.

En los Estados Unidos, la participación en la riqueza privada del 90% más bajo de la población –con otras palabras, de la mayoría de los estadounidenses– viene cayendo en los últimos años.

Es una cantidad bastante extrema: la mayor parte de los estadounidenses, juntos, posee menos de un cuarto de toda la riqueza del sector privado. Ese 90% de abajo, sin embargo, comprende a los jóvenes que están empezando en la vida y no han tenido tiempo de generar riqueza, por lo cual los números no son tan brutales como parecen. Aun así, la caída de la participación del 90% más bajo durante la última década debería preocupar a todos.

La solución que se recomienda de forma más habitual para ese problema es un impuesto a la riqueza. Los economistas Thomas Piketty y Gabriel Zucman, que estudian la desigualdad, lo han sugerido. Es una idea interesante, especialmente porque algunos teóricos tienen razones para creer que los impuestos sobre la riqueza también pueden mejorar la productividad.

Las dos clases principales de impuestos a la riqueza que ya existen son los impuestos a la herencia y a los inmuebles, y hay razones adicionales para apoyar los dos: los impuestos a la herencia les parecen justos a muchas personas, y los impuestos inmobiliarios contribuyen a reducir el poder de los propietarios urbanos.

Pero luego está la cuestión de qué hacer con el dinero de los impuestos. ¿Debe redistribuírselo directamente a las personas con un ingreso básico universal o créditos fiscales? Eso sin duda mejoraría la vida cotidiana de muchas personas, pero hay razones para pensar que es poco probable que los repartos directos de dinero modifiquen la distribución de la riqueza a largo plazo.

La razón es que, con el tiempo, la distribución de la riqueza privada es determinada por las tasas de ahorro, y los ricos ahorran más que los pobres: así, aun cuando los impuestos ayudarían a tornar más equitativa la distribución de la riqueza, los diferenciales de la tasa de ahorro --y otras fuerzas, como la mayor tasa de retorno que los ricos suelen obtener con sus ahorros-- tienden a restaurar la distribución original.

También es posible que darle a la gente más dinero reduzca aún más su tasa de ahorro, dado que los cheques del Estado se gastan. Eso es bueno para mejorar la vida de los pobres, pero no reducirá la desigualdad.

Pero hay otra opción si se quiere que la sociedad avance hacia una distribución más equitativa de la riqueza: los bienes públicos. Aunque el valor de la infraestructura y la tierra de propiedad del Estado, por no mencionar el aire y el agua limpios, no se miden en las estadísticas de riqueza privada, representan, sin embargo, verdaderas riquezas, y los individuos no pueden gastar con facilidad el valor que representan esos bienes públicos.

Mejores carreteras, redes de trenes e internet de banda ancha serían una riqueza real que toda la sociedad, rica y pobre, podría utilizar en pie de igualdad. Parques públicos, playas, rutas de senderismo y áreas naturales protegidas de la tala u otras explotaciones, son un recurso que puede proporcionar beneficios a la población en su conjunto. La limpieza de residuos tóxicos y la eliminación de plomo del agua hacen que vastas zonas del país sean más sanas y felices.

Muchos en los Estados Unidos parecen olvidar los beneficios de los bienes públicos. El Congreso recientemente canceló una norma de la época de Obama que impedía arrojar residuos de carbón a los cursos de agua, y el presidente Donald Trump ha firmado decretos que abren tierras federales a la perforación, tala y explotación minera. Por otra parte, si bien el presidente hizo en su campaña promesas de incrementar el gasto en infraestructura, ahora parece empeñado en recortar los fondos.

Si los Estados Unidos quieren contrarrestar el aumento de la desigualdad de la riqueza, deberían crear más bienes públicos, no privatizar ni eliminar los que tienen.

Por Noah Smith

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