Por Lionel Laurent
No es muy sorprendente que el viaje al estilo visita de estado de Mark Zuckerberg a Bruselas recibiera una recepción bastante fría por parte de los funcionarios de la Unión Europea.
El cofundador de Facebook Inc. aboga por una mayor regulación para resolver lo que él y su destacado cabildero Nick Clegg consideran un fracaso de la política pública: si los gobiernos pudieran ponerse de acuerdo sobre cómo regular internet sin frenar la libre expresión, la red social estaría muy feliz de cumplir la normativa.
Este análisis no es nuevo y hace un diagnóstico completamente erróneo del asunto desde el punto de vista de los europeos: el problema es el modelo de negocio de Facebook, que concentra miles de millones de pensamientos íntimos y patrones de comportamiento de los usuarios para orientar mejor los anuncios. Y es uno con el que la red social preferiría jugar solo en los márgenes, debido a los costos involucrados.
A juzgar por el nuevo documento de 22 páginas de Facebook sobre la regulación del contenido en línea, y los discursos publicados por Zuckerberg, la compañía ve sus propias desventuras como simples síntomas de una enfermedad en línea más grande. Si los reguladores pudieran simplemente definir contenido dañino o ilegal, establecer los límites de la libertad de expresión, cuantificar los objetivos para el control de calidad que las plataformas tecnológicas deberían aplicar al contenido de sus redes, y hacerlo a nivel global, los resultados serían claros.
Aquí se muestra una clara conveniencia personal. Además de tener escasos detalles y un gran diálogo sobre las “partes interesadas”, la visión de Facebook elevaría convenientemente las barreras de entrada para los rivales más pequeños en un mercado que ya está dominado por un puñado de actores, mientras continúa beneficiándose de los efectos de escala de mantener WhatsApp e Instagram bajo un mismo techo. Juntos, Facebook y Google controlaron más de la mitad de los ingresos por publicidad digital en el 2018.
La regulación única para todos sería ideal para una compañía mundial que cuenta con miles de millones de usuarios, una variedad de aplicaciones entrelazadas y adictivas, y los planes para lanzar su propia moneda digital para encerrar aún más a las personas en su jardín amurallado. No habría mucho que temer de la idea de la “portabilidad” de los datos, incluso si los usuarios tuvieran la libertad de emigrar con todos sus datos y contactos, ¿a dónde más irían?
Facebook también podría estar muy feliz de impulsar objetivos regulatorios cuantificables en sus 30,000 moderadores de contenido agotados y sobrecargados. No es de extrañar que el comisario europeo, Thierry Breton, rechazara las ideas de Zuckerberg al considerarlas “demasiado lentas” y “demasiado bajas” en términos de responsabilidad.
El verdadero punto ciego para Zuckerberg es el modelo de negocio de Facebook, que es precisamente lo que la UE quiere que aborde la empresa. Mark Zuckerberg dice que no puede ser responsable de 100,000 millones de distintos contenidos, pero eso no es realmente cierto. Sería aún más doloroso, posiblemente existencial, para la economía de Facebook contratar a los moderadores e ingenieros necesarios para que esto suceda.
La idea de Zuckerberg de que Facebook está en algún lugar entre un periódico y un operador de telecomunicaciones es exactamente el tipo de visión que los reguladores europeos rechazan: están más inclinados a ver a Facebook como una empresa de servicios financieros, donde los valiosos depósitos de los consumidores, o datos personales, se contraponen entre una actividad especulativa y riesgosa, como la publicidad dirigida y el poder del monopolio. El riesgo sistémico merece una fiscalización sistémica.
Ahí radica el desafío para Bruselas. Hasta ahora, la suma total de las medidas regulatorias contra Facebook es similar a “ser mordisqueado hasta la muerte por patos”, una opinión recientemente expresada por Roger McNamee, uno de los primeros inversionistas de Facebook. El precio de las acciones de Facebook se desplomó el mes pasado después de que sus resultados mostraron una desaceleración del crecimiento y mayores gastos, pero se ha recuperado desde entonces.
Facebook sigue siendo una compañía de US$ 610,000 millones con un margen de ingreso neto ajustado del 35% que genera más de US$ 20,000 millones en ganancias por trimestre.
Los desafíos de los accionistas para la administración de la compañía han golpeado el muro de ladrillos del control absoluto de Zuckerberg sobre los derechos de voto. Y a pesar de los llamados de algunos políticos estadounidenses a dividir Facebook, existe una creciente coincidencia entre los intereses de Zuckerberg y las ambiciones geopolíticas de Donald Trump.
Los intentos europeos de imponer mejores impuestos a las empresas tecnológicas han dado como resultado rápidos contragolpes en el comercio de Estados Unidos; Trump también ve el impulso de los servicios financieros de Facebook como una extensión del poder del dólar estadounidense.
Si el objetivo es cambiar la forma en que funciona Facebook, tendrá que haber muchas más mordeduras en el futuro, desde la aplicación de la ley de privacidad y la actualización de la ley antimonopolio hasta una mayor fiscalización sobre el funcionamiento de los algoritmos y la moderación de contenido de la empresa. De lo contrario, la próxima visita de Zuckerberg a Bruselas corre el riesgo de tornarse tristemente habitual.
Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.