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El socorro más grande a empresas en la historia ha comenzado. El objetivo de ayudarlas a sobrevivir el confinamiento temporal es sensato, pero es difícil no sentir inquietud. Al menos US$ 8 millones de millones en créditos y otros apoyos estatales han sido prometidos a empresas privadas en Estados Unidos y Europa, monto similar a sus ganancias de los últimos dos años.
Habrá decisiones polémicas: Boeing, envuelta en accidentes de sus 737 MAX, podría obtener miles de millones de los contribuyentes. Los esquemas de rescate generalizado también podrían dejar un legado de empresas endeudadas y osificadas que obstruya la recuperación económica. La rapidez es esencial, pero los gobiernos necesitan una estructura clara para organizar el fárrago de esquemas, proteger a los contribuyentes y preservar el dinamismo de la economía.
Los gastos corrientes anuales de todas las empresas no financieras estadounidenses y de la eurozona (excluyendo pagos entre ellas) son US$ 13.5 millones de millones, de los que US$ 11.6 millones de millones son remuneraciones. Pero no hay garantía de que el monto del rescate evite el caos. Las empresas también necesitan refinanciar US$ 4 millones de millones en bonos para los próximos 24 meses.
Además, la plétora de esquemas de ayuda —al menos diez en Estados Unidos, con diferentes reglas de elegibilidad— desconcertará a algunas empresas y excluirá a otras. El 25% de las empresas occidentales que listan en bolsa está altamente endeudado y para algunas gigantes, las pérdidas potenciales son tan grandes que podrían imponer una carga significativa a sus Estados. Volkswagen dice que cada semana quema efectivo por US$ 2,200 millones.
Idealmente, los inversionistas de riesgo intervendrían —Warren Buffett dispone de US$ 125,000 millones y Blackstone Group, US$ 151,000 millones—, pero dado que la duración de los confinamientos incierta, estarían reacios a hacerlo. Como resultado, junto a los créditos estatales también se han implementado rescates específicos. En Estados Unidos, el estímulo destina US$ 50,000 millones para aerolíneas y otras empresas vitales para la “seguridad nacional”. Alemania ha prestado US$ 2,000 millones a la agencia de viajes TUI.
Tales rescates son fáciles de aplicar pero suelen terminar mal. Estados Unidos perdió más de US$ 10,000 millones con el rescate de General Motors del 2009 y el aplicado a Wall Street dejó un sabor amargo. Las negociaciones pueden ser secuestradas por políticos que quieran interferir en las empresas, y si estas terminan endeudadas, la economía podría osificarse y minar la productividad. Y es injusto que las bien manejadas tengan rivales respaldadas por el Estado.
¿Qué hacer? Los gobiernos necesitan ofrecer socorro de manera integral, con créditos baratos generalizados y ayudar a pagar los salarios del personal inactivo por tres a seis meses, con pocos condicionamientos. Es lo que los US$ 8 millones de millones en créditos y garantías intentan hacer, pero existen vacíos y dudas en torno a cómo las pequeñas empresas recibirán efectivo.
Una respuesta es asegurarse que los bancos cuenten con recursos para prestar —incluso si eso significa que suspendan el reparto de dividendos—, como Reino Unido implementó la semana pasada. El objetivo debiera ser congelar temporalmente la mayor parte de la economía, hasta que los confinamientos se flexibilicen.
Con el tiempo, sin embargo, serán necesarias reglas más estrictas. El costo de otorgar créditos ilimitados a todas las empresas es insostenible y la economía deberá ajustarse a las nuevas circunstancias: por ejemplo, el comercio electrónico necesitará más trabajadores mientras que los cines quizás nunca se recuperen del todo. El apoyo más allá de seis meses debiera estar limitado a empresas de rubros esenciales —tales como servicios públicos, telecomunicaciones o pagos—, o están en el centro de cadenas de suministro claves.
Estas empresas serían elegibles para créditos a largo plazo, pero bajo la condición de renunciar a parte de su accionariado. Por ejemplo, por cada US$ 100 en préstamos de largo plazo, los contribuyentes deberían recibir US$ 10 en acciones. Si están altamente endeudadas, de nada sirve agobiarlas más, sino que los acreedores reduzcan gran parte de lo que les adeudan.
Por último, los gobiernos no deberían intervenir de otras maneras. Habrá pedidos populistas para que las aerolíneas amplíen el espacio en los aviones, las automotrices instalen puntos de recarga para autos eléctricos y las industrias construyan fábricas en áreas siderúrgicas, y los rescates individualizados son un mal mecanismo para abordar estos problemas.
La única regla que los gobiernos deberían imponer es prohibir a las empresas que obtengan ayuda estatal a la medida que repartan dinero a sus accionistas vía dividendos y recompras de acciones, hasta que paguen los créditos que recibieron. Este año se verá una intervención estatal en los negocios a escala inédita. Con suerte, no será el año en que el dinamismo y el libre mercado perecieron.