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Los fundadores de , Larry Page y Sergey Brin, aún se encuentran entre las personas más ricas del mundo, pero sus patrimonios son inferiores respecto a la semana pasada. La caída de sus fortunas, y la de la matriz de Google, Alphabet, tras un informe de resultados financieros decepcionante, debe servir como advertencia, no solo para los inversionistas sino también para los miembros del Congreso estadounidense.

A medida que conservadores y progresistas se quejan más y más sobre el comportamientos de las grandes empresas tecnológicas, el Congreso ha tomado con más seriedad el debate sobre la mejor manera de regular la industria.

Hay quejas legítimas que expresar y temas a discutir. Lo que todos los bandos deberían considerar es que el comportamiento desagradable del sector representa los dolores del crecimiento de una industria que recién ahora empieza a ser objeto de la disciplina de mercado.

Los contornos del debate son suficientemente claros. Muchos conservadores afirman que las compañías tecnológicas "liberales" discriminan sistemáticamente contra los puntos de vista conservadores. Muchos progresistas argumentan que estas empresas abusan de su poder y riqueza para acabar con la competencia y explotar los datos de sus usuarios.

En cada uno de estos casos el principal culpable es el presunto poder de mercado de las firmas tecnológicas: los consumidores tienen pocas opciones a la hora de encontrar noticias e información y los anunciantes tienen pocas opciones a la hora de llegar a los consumidores.

Como resultado, las grandes tecnológicas han sido libres de escribir sus propias reglas. La solución, entonces, es que el gobierno sea el que dicte las normas.

Los resultados del primer trimestre de Google muestran que las reglas del mercado están por sobre otras. Alphabet atribuyó las cifras a iniciativas para reducir los precios para los anunciantes y mejorar la experiencia de anuncios publicitarios en YouTube.

se arriesga a perder futura participación de mercado si no es sensible a las necesidades actuales de sus usuarios y anunciantes. En otras palabras, su posición actual de poder no está garantizada.

Es una preocupación que otras empresas tecnológicas han planteado en el pasado, en particular IBM en la década de 1970 y Microsoft en la de 1990. Ambas parecían ser fuerzas imparables en el mercado hasta el momento en que se detuvieron.

El gobierno se fue contra ellas por monopolio, pero en definitiva fue la competencia la que las hizo cambiar su comportamiento. Las acciones del gobierno tuvieron poco impacto significativo.

Los críticos plantean que las grandes tecnológicas son más peligrosas actualmente porque factores externos en materia de redes facilitan monopolios naturales: el hecho de que todo el mundo use Google para buscar, por ejemplo, le da a la compañía la posibilidad de saber lo que la gente quiere comprar, encontrar o saber.

Como resultado, Google sencillamente tiene demasiado poder. Incluso si esta teoría es correcta, sin embargo -y hay buenas razones para creer que no lo es- la respuesta estándar a un monopolio natural es convertirlo en un servicio público, como algunos candidatos a la presidencia y miembros del Congreso han propuesto.

No obstante, esto aislaría a las tecnológicas del tipo de presión sobre consumidores y anunciantes que comienzan a enfrentar. Reemplazaría la disciplina de mercado por una junta reguladora. Si la junta fuera sabia y bien conformada, obligaría a asumir responsabilidad en el corto plazo.

Pero acabaría con los incentivos de empresas como Alphabet para enfocarse en valor a largo plazo para usuarios y anunciantes. También evitaría el tipo de disciplina de mercado disruptiva que enfrentaron IBM y Microsoft.

Las grandes tecnológicas definitivamente tienen mucho poder y (como poco) han sido descuidados con él. No hay solución fácil a largo plazo, excepto centrarse en incrementar los incentivos para fomentar la competencia.

Eso significa, entre otras cosas, llevar a cabo una ofensiva contra los trolls de patentes y facilitar a las empresas jóvenes la recaudación de ingresos a través de ofertas públicas iniciales. Como aprendieron los fundadores e inversionistas de Google esta semana, el mercado puede degradar y reforzar el poder fácilmente.

Por Karl W. Smith

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.

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