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No es frecuente que el oficial militar estadounidense de mayor rango reprenda públicamente a una de las corporaciones líderes de Estados Unidos por colaborar con el enemigo.

Sin embargo, eso es lo que hizo el general Joseph Dunford, jefe del Estado Mayor Conjunto, cuando argumentó que la cooperación de Google con China en el campo de la inteligencia artificial está ayudando al fortalecimiento militar continuo de Pekín.

Dunford, cuyos comentarios se dieron en una audiencia ante el Senado y en un panel de un centro de estudios en Washington, está en lo correcto al criticar a Google por ayudar a China a controlar una de las tecnologías que determinará el dominio del siglo XXI. También ha puesto de manifiesto un problema más grande con el comportamiento de Google: una compañía que se vanagloria de anticiparse a la historia está viviendo en un mundo que ya no existe.

En junio de 2018, tras las quejas de miles de empleados, Google terminó su participación en el llamado proyecto Maven del pentágono. La iniciativa se enfoca en mejorar las capacidades de golpear objetivos utilizando la IA para identificar objetos capturados en innumerables horas de material de vigilancia obtenido por drones. Luego, en octubre, Google abandonó la competencia por el contrato de computación en la nube del pentágono, con el argumento de que el proyecto era incompatible con los valores de la compañía.

Al mismo tiempo, sin embargo, Google estaba ayudando al gobierno chino a construir un motor de búsqueda restringido que ayudaría a reforzar las políticas de censura de Pekín; la compañía apenas admitió su participación en el proyecto, conocido como Dragonfly, a finales del año pasado.

Esto ocurrió un año después de que Google anunciara que abriría un centro de investigación en IA en Pekín, a pesar de la casi total certiza de que cualquier descubrimiento realizado allí llegaría de algún modo a las manos del Partido Comunista Chino y el Ejército Popular de Liberación. Incluso algunos miembros de Google parecen haber reconocido el riesgo.

Eric Schmidt, entonces presidente de la compañía matriz de Google, Alphabet, advertía a la vez que EE.UU. y China se encontraban en una competencia por la supremacía en la IA y que la administración de Donald Trump estaba haciendo poco al respecto.

No es de sorprender, entonces, que Dunford y otros oficiales estadounidenses se enfurecieran con el comportamiento de Google.

Una compañía que se ha hecho increíblemente rica, en parte porque está ubicada en EE.UU. y se beneficia del orden global liderado por EE.UU., ha decidido que sus "valores" no le permiten cooperar con Washington, pero que no tiene problema en ayudar al Partido Comunista Chino a defender un sistema político autoritario y a escalar rangos en la superioridad tecnológica global.

La conducta de Google, a su vez, revela una falencia intelectual más grande: la incapacidad de ver –o tal vez la negación a reconocer– que la era posterior a la Guerra Fría ha terminado y el mundo ha entrado en una era de rivalidad.El periodo que siguió a la caída de la Unión Soviética fue un periodo de optimismo desmedido. Los muros caían, las fronteras desaparecían.

Las innovaciones tecnológicas parecían llevar a la humanidad hacia una comunicación y un entendimiento cada vez mayores. Los objetivos de suma positiva de la globalización aparentemente habían desplazado la rivalidad de suma cero de la Guerra Fría; el mundo parecía converger hacia la armonía política y el gobierno democrático.

En este mundo, los funcionarios estadounidenses y los líderes corporativos asumieron que las relaciones económicas profundas con los regímenes autoritarios restantes –especialmente China– los transformarían gradualmente, primero económica y luego políticamente.

En consecuencia, no habría sacrificios entre la seguridad y las ganancias, porque lo que era bueno para las corporaciones estadounidenses en últimas sería bueno para los intereses geopolíticos del país.

De ser como dijo Bill Clinton respecto a las relaciones entre EE.UU. y China, que "la elección entre los derechos económicos y los derechos humanos, entre la seguridad económica y la seguridad nacional, es falsa", entonces dicha elección podría evadirse. Fue bajo esta lógica que EE.UU. atrajo a China a la economía global, ayudándola a ganar su admisión a la Organización Mundial del Comercio.

El problema es que la transformación de la política global nunca quedó tan completa como parecía. La integración económica no transformó a China: el Partido Comunista se cerró políticamente a pesar de cosechar los beneficios del comercio y la inversión. La rivalidad de las grandes potencias no había desaparecido; simplemente quedó temporalmente suspendida hasta que Pekín ganó la fortaleza para desafiar un sistema dominado por EE.UU. que China nunca había aceptado por completo.

En los últimos años, el mundo de la posguerra fría ha dado paso a nuevas rivalidades, a medida que China reivindica sus intereses, desafía el poder de EE.UU. en muchos frentes y argumenta que el autoritarismo intolerante, no la democracia, es la tendencia del futuro.

En este mundo, la integración económica no es la cura para todos los males, ya que puede fortalecer a los rivales y proporcionarles los recursos para perseguir designios desestabilizadores. Es el regreso de algo parecido a la suma cero, así que nuevamente se debe tomar decisiones difíciles entre las ganancias y la seguridad.

Los rivales de EE.UU., con China a la cabeza, están invirtiendo fuertemente en la IA y otras tecnologías avanzadas, y EE.UU. tendrá que recurrir a la energía de su formidable sector privado si no quiere quedarse atrás.

Este es el mundo en el que vive Dunford, y al que está intentando atraer a Google y a otras firmas de Silicon Valley. Como anunció el secretario de Defensa interino, Patrick Shanahan, el pentágono se está enfocando en "China, China y China" como su amenaza constante. La administración Trump ha calificado a China específicamente como competencia y ha tomado medidas –algunas mejor consideradas que otras– para desacelerar, si no revertir, la tendencia hacia una interdependencia económica progresiva.

Sin embargo, el mundo corporativo, con algunas excepciones, se ha demorado más para realizar esta transición, en parte porque el optimismo posguerra fría es duro de matar, en parte porque aún se puede hacer mucho dinero en China.

No obstante, esta estrategia no funcionará a largo plazo, especialmente para una compañía con una trayectoria tan larga como la de Google. En vista de la tenacidad con la que China transgrede las protecciones a la propiedad intelectual y promueve a sus propios "líderes nacionales", Pekín con seguridad hará de lado a Google cuando haya recolectado los beneficios de la relación.

Dado que Google ha florecido en la economía internacional abierta y basada en las reglas –y el orden geopolítico estable– apuntalados por EE.UU., tiene mucho que perder en un mundo liderado por una autocracia mercantilista. Y puesto que la preocupación sobre el auge de China está apareciendo en todo el sistema político estadounidense, si Google no adopta un enfoque más constructivo ahora, se expone a un enfrentamiento con un Congreso –o un presidente– enojado en el futuro.

En la década de 1950, el secretario de Defensa, Charles Wilson, señaló que lo que era bueno para EE.UU. era bueno para General Motors, la compañía que había presidido anteriormente. Google puede considerarse una empresa global, pero debería mantener esa idea básica en mente.

Por Hal Brands