(Bloomberg View).- Para funcionar bien, las economías necesitan competencia. Casi todas las teorías económicas básicas, entre ellas la de la oferta y la demanda, se basan en el supuesto de que las empresas recortan precios para socavar la competencia siempre que sea posible.

Cuando los vendedores pueden fijar los precios que quieren, eso constituye un monopolio y, como enseña cualquier buena lección de economía básica, los monopolios mantienen la producción por debajo de un nivel económicamente eficiente a fin de obtener beneficios adicionales. Los monopolios sustituyen la magia de la mano invisible por una visible y distorsionante y, como resultado, la economía se contrae.

En el mundo real los monopolios absolutos son infrecuentes. No obstante, incluso cuando hay más de una empresa en un sector determinado puede que se den ciertos efectos de tipo monopólico si la cantidad de participantes es lo suficientemente baja. A eso se le denomina "oligopolio", "concentración del mercado", o "posición dominante", y es algo que se puede medir con bastante facilidad.

En Estados Unidos algunos sectores han reducido su concentración en los últimos años pero la principal tendencia es hacia el oligopolio. Son buenas noticias para el rendimiento en bolsa de las empresas ganadoras, pero puede ser perjudicial para la economía puesto que los oligopolios limitan la producción a fin de impulsar los precios.

Si leemos las noticias, podemos ver un avance de esta tendencia, así como de los intentos por combatirla. Las cadenas de productos para la salud Walgreens y Rite-Aid planean una mega-fusión, la cual han retrasado (pero no cancelado) por cuestiones monopólicas. Alaska Air y Virgin America se encuentran en una situación similar.

Los gigantes del sector químico Dow y Dupont también se están fusionando, pese a las objeciones de Europa. Son sólo algunos ejemplos, pero el auge de las fusiones ha cambiado el panorama de la economía estadounidense en los últimos años. Las fusiones despegaron a principios de los años 2000, cayeron después de la crisis financiera, y ahora repuntan a niveles récord.

Los partidarios de las fusiones con frecuencia alegan que tienen un efecto positivo en la eficiencia. Los economistas denominan ese fenómeno "economías de escala": una empresa más grande, en teoría, puede recortar costes de producción al reducir los gastos fijos, estandarizar los procesos industriales, fusionar cadenas de suministros y agilizar las operaciones. Si esas economías de escala son lo suficientemente grandes, hasta podrían contrarrestar el perjuicio derivado de una mayor concentración de mercado.

He aquí otro caso en el que teorías económicas contrapuestas han de validarse recurriendo a los datos. Bruce Blonigen y Justin Pierce del Consejo de Administración de la Reserva Federal tienen algunas pruebas. En un ensayo titulado "Pruebas de los efectos de las fusiones en el poder de mercado y la eficiencia" los autores analizan cómo influyen en el rendimiento de las empresas las fusiones en el sector industrial. La conclusión del estudio es que las fusiones tienden generalmente a aumentar el poder de mercado; en otras palabras, permiten a las empresas obtener más beneficios mediante una subida de precios. Sin embargo, no encontraron muchas pruebas de una mejora de la eficiencia.

Blonigen y Pierce analizaron datos recabados entre 1997 y 2007. Se centraron en el sector industrial porque resulta más fácil identificar la producción, a diferencia de un sector de servicios como las finanzas, en el que cuantificar la producción resulta mucho más complejo. Los autores comparan fábricas que han sido adquiridas en una fusión con otras fábricas parecidas, y con fábricas para las que se ha anunciado una fusión pero la cual aún no ha sido completada. Eso les permite aislar el efecto de la fusión en sí misma.

Los autores llegaron a dos conclusiones importantes. En primer lugar, el margen comercial, la diferencia entre el coste de producción y el precio que las empresas cobran a los consumidores, tiende a subir tras una fusión. Ello implica que las empresas adquieren un mayor poder de mercado con una fusión. También concluyeron que la eficiencia no aumenta. Las fábricas adquiridas no tienden a producir más. Las empresas tampoco tienden a llevar a cabo una redistribución de fábricas menos productivas a otras más productivas tras una fusión. Tampoco reducen las operaciones administrativas. Sencillamente las economías de escala no entran mucho juego.

Así pues, parece que las fusiones, al menos las del sector industrial en los últimos años, permiten a las empresas obtener más beneficios mediante una subida de precios, y no con un incremento de la eficiencia. Son malas noticias para los consumidores, y para la economía en general.

De ello se deriva que Estados Unidos tiene que tomarse más en serio las medidas antimonopólicas. Si bien es cierto que los efectos de redes tecnológicas y de la propiedad intelectual son fuentes de poder de mercado mucho más importantes de lo que han sido en las últimas décadas, eso no significa que las medidas antimonopólicas hayan quedado obsoletas. Ante la aceleración del ritmo de las fusiones y ante las pruebas de que sólo sirven para aumentar el precio a los consumidores las autoridades antimonopólicas deberían ser más contundentes en la lucha contra la concentración del poder de mercado, no menos.

Por Noah Smith.

Esta columna no refleja necesariamente la opinión de la comisión editorial ni de Bloomberg LP y sus propietarios.

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